VOZPÓPULI 04/05/16
SANTIAGO NAVAJAS
Los más lúcidos versos sobre los españoles los escribió el catalán Joaquín Bartrina ”Oyendo hablar a un hombre, fácil es / acertar dónde vio la luz del sol; / si os alaba Inglaterra, será inglés, / si os habla mal de Prusia, es un francés, / y si habla mal de España, es español”. Bartrina lo mismo traducía a Charles Darwin que componía poemas irónicos en la estela de Gustavo Adolfo Bécquer. Escritor escéptico y materialista, ateo y cosmopolita, tanto en español como en catalán, Bartrina sería uno de esos ilustrados españoles que con Unamuno, Chaves Nogales o Clara Campoamor podrían decir, a la Ortega y Gasset, “Sí es esto, sí es esto” respecto a la situación española actual. Y, sin embargo…
Según una encuesta de Pew Research realizada en Alemania, Inglaterra, Italia, Francia, Grecia y España, el único pueblo que no tenía buena opinión de su propio país era el español. Quizás, sin embargo, los españoles sí tienen una buena imagen de sí mismos y de cómo se vive aquí pero les encanta “rajar” de España. A pesar de que es uno de los países más respetados de la escena internacional, tanto por su ejemplar transición a la democracia como por los logros económicos obtenidos en las últimas décadas, los españoles siguen evaluándose como si estuviéramos inmersos aún en una sectaria república bananera o una cutre dictadura patatera.
Permítanme demostrarles que España es uno de los mejores países del mundo. Comencemos con el “sentir moral” de los españoles, uno de los más tolerantes y liberales en relación a diversos parámetros: de la libertad religiosa a la legalización de la droga pasando por los límites biotecnológicos o los indicadores sobre sexualidad y género. Lo sostiene el World Index of Moral Freedom colocándonos en sexta posición. Desde el punto de vista político, también estamos en la élite mundial en cuanto disfrutamos de una de las escasas “democracias plenas” del planeta. Si no lo creen, pásense por el Democracy Index de The Economist, donde España supera a Francia, Italia, Corea del Sur o Israel. Por lo que respecta a la educación, se suele destacar la medianía de nuestro sistema educativo, tanto en enseñanza media como universitaria, pero también es cierto que contamos con un sector educativo de excelencia, las Escuelas de Negocios, que forman a la élite económica y que son, en gran medida, responsables del éxito de las empresas españolas. Aunque han perdido fuelle en los últimos años, ya que llegaron a estar en el Top Ten, IE o IESE siguen siendo una referencia mundial según el Financial Times. En algunos sectores productivos somos también líderes. De la cocina creativa al fútbol, primer deporte del mundo, España copa los primeros puestos año por año: Can Roca y el Real Madrid miran desde la cúspide a sus seguidores, y hacen mirar hacia España al resto, para pasmo de franceses y envidia de ingleses respectivamente. En el terreno económico, sin embargo, no somos tan sobresalientes, teniéndonos que conformar con un notable según la posición en la que nos coloca el Global Competitiveness Report, ligeramente por debajo de la media de los países más avanzados.
· Una España moderna, liberal, avanzada, ilustrada ha vencido a la versión de Menéndez y Pelayo
En definitiva, una España moderna, liberal, avanzada, ilustrada ha vencido a la versión de Menéndez y Pelayo que pretendía una “España, evangelizadora de la mitad del orbe; España, martillo de herejes, luz de Trento, espada de Roma, cuna de San Ignacio, esa es nuestra grandeza y nuestra unidad… no tenemos otra». Mientras don Marcelino esputaba su jeremiada, otros españoles como Larra o el citado Bartrina luchaban por construir esa otra España que el ortodoxo guardián de las mefíticas esencias metafísicas ni olía. Una nueva versión de España que sin perder sus tradiciones se abriese a las ideas de la Modernidad. En la que cupiesen tanto las corridas de toros como la innovación made in Spain. La España de hoy es la herencia de aquellos ilustrados y es la cuna de Felipe VI, Miquel Barceló, José Tomás, Pedro Almodóvar, Juan Ignacio Cirac, Antonio Escohotado, Amancio Ortega, Andrés Trapiello, Ferrán Adrià y Rafael Nadal, luz de la UE y embajadora de la ONU. Una España en la que ha triunfado el espíritu de Jovellanos frente al de Godoy. Una España en la que una monarquía constitucional ha hecho realidad los mejores propósitos de aquellos republicanos sin sectarismo que fueron García Lorca, Manuel Azaña, Miguel Maura, Josep Plá, María Zambrano o Julián Marías.
Por supuesto, la exposición de los logros no quita que haya espacio para el progreso. “España 2016” todavía no es Suiza o Canadá pero está mucho más cerca de dichos países que de “España 1975”, “España 1931” o “España 1898”, Españas de las que nos alejamos gracias a la energía que todavía fluye del Big Bang de la Transición, originado gracias a la masa crítica que personajes como Suárez, Fraga, Carrillo y González aportaron a un proyecto democrático y plural de país, basados a su vez en el esfuerzo integrador que hicieron, desde fuera y dentro del régimen franquista, personalidades como el liberal Salvador de Madariaga que tras el “contubernio” de Munich de 1962 afirmó “Hoy ha terminado la guerra civil”. La campaña electoral que ya ha comenzado va a ser durísima, sobre todo desde los diversos frentes nacionalistas y la izquierda regresiva, con la pinza entre Otegui e Iglesias, tratando de reanimar los rescoldos de la guerra civil utilizando como combustible ejemplares de la Constitución. Además del voto en la urna, cabe elevar una modesta proposición no tanto patriótica sino de cortesía: que durante los próximos meses, y sin que sirva de precedente para el futuro, no haya español que hable mal de España.