Circulaba este jueves entre algunos diputados y exdiputados de Vox un artículo que publicó Jorge Buxadé hace un año en ‘La gaceta de la Iberosfera’. El texto es sensato, en cuanto a que defiende la necesidad de ser prudente antes de abrir la boca para sentar cátedra. “Hoy en día parece triunfar el político que tiene opinión y efectivamente opina de todo. Aunque diga tonterías, o frases hechas. Se ha aplaudido a políticos, de uno y otro signo, simplemente por tener opinión sobre temas respecto de los cuales su opinión era irrelevante, y además, se ha demostrado errada a los pocos días”, expresaba.
Lo que ocurre es que remataba la columna con una frase que podría servir como colofón para una homilía o para una intervención en un Comité Ejecutivo fragmentado. “El posicionamiento no es personal, sino político, y por ello comunitario o colectivo, y debe ser adoptado en el partido y por el partido (…). Si te piden opinión, piensa y calla. Ya habrá tiempo para hablar”. Efectivamente, parecía un aviso a navegantes.
Todos los partidos imponen disciplina a sus diputados y eso suele provocar fricciones. Sin ir más lejos, dentro del propio Vox, la abstención en la votación sobre la reforma de las pensiones -el pasado marzo- generó malestar entre los diputados más liberales de la formación, al considerar que esa posición no se había sometido al necesario debate interno. Ese tipo de decisiones, adoptadas por Santiago Abascal y por su núcleo duro –Kiko Méndez Monasterio, Jorge Buxadé, Enrique Cabanas e Ignacio Hoces, este último, apodado “el recién llegado-, siempre sirven para certificar quién mantiene su influencia y quién se ha vuelto prescindible dentro de un partido.
Algunos diputados dedujeron hace unos meses que su opinión había dejado de ser importante para Abascal. Tal es así que, en alguna ocasión, les informaron de lo que tenían que votar en el Congreso tan sólo unos minutos antes de que Meritxell Batet iniciara el proceso. ¿Eso significa que se ha producido una pugna entre los conservadores y los liberales en Vox? Las fuentes del partido consultadas por este articulista lo niegan, pese a los evidentes indicios. También se desmarcan de algunas teorías que han aparecido en la prensa al respecto, que en algunos casos definen como ‘muy contaminadas’.
Los cambios en el organigrama y la exclusión de las listas electorales de algunos diputados -a su juicio- se explican en las corrientes internas que suelen levantarse en los partidos, que son las que se activan cuando un líder y su entorno cercano se sienten cuestionados y tratan de evitar la autocrítica con fichajes y destituciones. En ocasiones, estos vientos huracanados se avivan para limpiar el terreno y prepararlo para afrontar un cambio de estrategia que permita al partido sobrevivir o recuperar el terreno perdido. Nada nuevo en el mundillo.
Lo de Espinosa de los Monteros
Iván Espinosa de los Monteros atribuyó su marcha a una serie de motivos personales que le obligan a alejarse de la primera línea de fuego. La explicación pudo llegar a sonar como una excusa porque -explican las mismas fuentes- el peso que tienen él y su mujer, Rocío Monasterio, en el partido es menor que en la anterior legislatura, lo que había llevado a muchos medios de comunicación a especular sobre su próxima salida del organigrama. También hubo quien recordó la marcha del partido de Macarena Olona, que se debió a la creciente desconfianza que generaba en Abascal la abogada del Estado, pero que ella trató de maquillar al achacadla a una enfermedad que le obligaba a dejar la portavocía del partido en Andalucía. El cuerno olía a quemado… porque efectivamente ardía. Ardía… y, bueno…, poco más que decir sobre Olona.
Se señala a Vox estos días por este proceso de renovación -o de purga, como se quiera ver- y se especula con la posibilidad de que haya comenzado el crepúsculo de la formación, al igual que sucedió con UPYD, con Ciudadanos o con Podemos. Los partidos surgen por necesidad, por malestar, por oportunismo o por sed de venganza, pero comienzan a morir cuando sus líderes se aíslan de la militancia y se alejan del sentir de su electorado. A Abascal le han acusado de distanciarse de una parte importante de su grupo parlamentario y de asestar golpes a díscolos como Ortega-Smith. Ahora bien, en la pasada campaña electoral montó una caravana para acercarse a los ciudadanos y volvió a dar la impresión de estar más cerca de la calle (al menos, de cara a la galería) que de los periodistas.
Los partidos surgen por necesidad, por malestar, por oportunismo o por sed de venganza, pero comienzan a morir cuando sus líderes se aíslan de la militancia y se alejan del sentir de su electorado.
¿Qué ocurrirá con Vox? La formación política obtuvo 3 millones de votos el pasado 23 de julio y perdió 19 escaños. Según la interpretación que realizaba el exdiputado Víctor Sánchez del Real el pasado miércoles en La 1, la caída se explica en la vuelta al Partido Popular de una parte de quienes apoyaron al partido de Abascal en 2019, pero también en la abstención. Hasta el momento –comentaba-, la fidelidad de las bases del partido había sido muy elevada. Ahora bien, la pregunta que se plantea es la siguiente: ¿Qué ocurrirá a partir de ahora?
Un antiguo peso pesado de Vox expresa su opinión al respecto: si Pedro Sánchez convoca segundas elecciones, el partido se va al garete. Lo afirma con tono hiperbólico, pero lo hace a partir de una sospecha fundada, y es que después del golpe sufrido en los últimos comicios, al partido le hace falta tiempo para recobrar fuerzas. Quizás para consumar ese giro ideológico hacia el obrerismo -como Marine Le Pen– para tratar de espantar la sombra de la decadencia.
Las rencillas internas suelen iniciarse y terminar cuando unos y otros son ascendidos o degradados. Sin embargo, la sensación de debilidad en estas formaciones –que no aspiran a ser mayoritarias- puede hacer que una buena parte de quienes les respaldaron en las urnas se abstengan en las siguientes elecciones o voten al Partido Popular. Sobra decir que en Génova son conscientes de esta situación y tratarán de utilizarla en su beneficio.
Está por ver el éxito que tiene esa operación, dado que una parte del electorado de Vox está compuesto por quienes consideran que el Partido Popular acepta las líneas rojas que le marca la izquierda y es cobarde a la hora de afrontar las reformas económicas necesarias y de librar la batalla cultural.
Lo que ocurre es que estas diferencias también han generado roces en Vox. De hecho, mientras el núcleo duro de Abascal piensa que las cuestiones ideológicas importan más que las económicas -así se lo reprochan los descontentos-, hay exdiputados que consideran un error el orillar temas como el de la fiscalidad, el de las pensiones o el del tamaño del estado del bienestar antes de los procesos electorales.
A estos últimos, alguno de los cercanos a Abascal los llamaba despectivamente “los contables”. ¿Disparos? Los ha habido. ¿Han sido tantos? En absoluto. ¿Han contribuido a debilitar el partido? Ya se verá. Lo cierto es que tras la marcha de Espinosa de los Monteros y la posterior de Juan Luis Steegman cuesta acallar las voces que hablan de crisis interna y declive.