Luis Haranburu, EL CORREO, 28/3/12
Parece mentira que tras más de ochocientos asesinatos, algunos pretendan todavía la imposición de un patético modelo de sociedad que no acaban ellos mismos de esclarecer
Si Iparraguirre, el gran bardo guipuzcoano, volviera a nacer posiblemente cambiaría algún verso de su famoso ‘Gernikako Arbola’. Tal vez en lugar del celebrado ‘eman eta zabal zazu munduan fruitua’, hoy rimaría con la palabra ‘zaborra’, basura en euskera. ‘Eman eta zabal zazu munduan zaborra’. Y es que el último proyecto de las autoridades forales de Gipuzkoa pretende exportar la basura de los guipuzcoanos a tierras de Iparralde y de Castilla. Es la última ocurrencia del laboratorio ideológico de Bildu.
No bastando la socialización de la basura que pretenden con el sistema ‘puerta a puerta’, proyectan endosar a los vecinos la basura guipuzcoana. Se trata, sin duda, de un hallazgo al que hasta ahora recurrían tan solo los países más poderosos para deshacerse de los residuos tóxicos en los muladares de los países del Tercer Mundo. Los guipuzcoanos somos muy nuestros y nadie nos gana cuando nos proponemos emular a los mejores. Lástima que solo se trate de reciclar nuestra basura, ya que puestos a emular se podrían hallar mejores paradigmas y más altos empeños.
Cuando Iparraguirre compuso el himno vasco por excelencia, los vascos se desparramaban por el mundo aportando su capital humano. De aquellos tiempos procede la siembra de apellidos vascos por todo el orbe. Un país pobre y víctima de fraternales contiendas encontró en la emigración la manera de regenerarse. En estos tiempos, que algunos pretenden nuevos, tras la declaración del cese de la violencia terrorista, no parece que la regeneración política esté al caer. La izquierda abertzale vuelve por donde solía y trata de imponer soluciones imaginativas a viejos problemas que estaban en curso de solución.
Ocurre todo este despliegue de imaginación cuando los empresarios guipuzcoanos llaman a rebato y advierten de la depresión económica en curso. Se trata de los mismos hombres de empresa que tras las últimas elecciones forales dispensaron a Bildu su voto de confianza. Hoy ya conocen de lo que la izquierda abertzale es capaz a la hora de gestionar la provincia. Su gestión está trufada de estridentes proclamas antisistema adobadas por una suerte de ideología del ‘decrecimiento’. Lo importante, dicen, es que otro sistema es posible, aunque no acierten a formular cuál.
La ideología del decrecimiento no deja de ser un cúmulo de ideas válidas que no obstante pueden servir de excusa para planteamientos básicamente reaccionarios. Los partidarios del decrecimiento proponen una disminución del consumo y la producción controlada y racional, permitiendo respetar el clima, los ecosistemas y los propios seres humanos. Todo ello es muy loable, pero difícilmente realizable desde un microcosmos como el de Gipuzkoa. Ya se sabe que la izquierda abertzale pretende ser la punta de lanza –antes lo era del fusil– del progresismo mundial, pero entre su desparramada ideología y la terca realidad de una sociedad como la vasca es poco menos que imposible una articulación sensata.
Somos muchos quienes disentimos del modelo de desarrollo del que la última y todavía persistente crisis ha puesto de manifiesto su falta de sentido y de humanidad; pero de ahí a predicar un impreciso ecologismo, mezclado con utopías de carácter trasnochado, media el recorrido de una razonada crítica al capitalismo más especulativo y a la más deshumanizadora de las gestiones neoliberales.
Pero el problema no se reduce al plano ideológico que puede ser objeto de amplias controversias y razonamientos, sino que se agrava con un estilo de gestión que desconoce el debate y se limita a la imposición lisa y llana de pretendidas soluciones tan imaginativas como improvisadas. No entiendo yo de basuras, pero no parece razonable arrojar por la borda la labor realizada, con un alto grado de consenso, por los anteriores gestores. Consenso que se ha vuelto a reiterar en el pleno de las Juntas Generales.
El presunto ecologismo que subyace en el planteamiento de los actuales gestores forales, engarza con una cierta estética del feísmo del que la izquierda abertzale ha hecho gala siempre. No importa que la basura apeste o que ofenda a la vista, siempre y cuando se imponga su voluntad. Se trata de una estética pretendidamente popular que casa mal con el perfil social de los actuales regidores de la provincia. Las poltronas y los holgados sueldos casan mal con un populismo que reniega de las corbatas, pero reivindica un elitismo diletante y revolucionario.
Lo peor, con todo, es la arrogancia de quienes se creen en posesión de la verdad y hurtan el debate en nombre de una peculiar democracia participativa. Esta misma izquierda abertzale que durante décadas ha cobijado el terrorismo de ETA y aún hoy solo marca una distancia cautelosa en nombre de la ‘sensibilidad’, hoy pretende seguir siendo guía de un pueblo desnortado. Parece mentira que tras más de ochocientos asesinatos, algunos pretendan todavía la imposición de un patético modelo de sociedad que no acaban ellos mismos de esclarecer. Tras tanta violencia y tanto horror es lamentable que su revolución se reduzca a la gestión ‘abertzale’ de la basura.
No me corresponde enjuiciar la actitud de algún partido democrático que por cautela o cálculo electoral ha permitido que Bildu ostente la primacía de las instituciones guipuzcoanas, pero es evidente que ha sido prematura y nociva su promoción. Gipuzkoa es hoy un territorio sin norte donde la improvisación es norma y carece de músculo para afrontar la dura crisis en la que se halla inmersa. Los empresarios han solicitado un pacto para salir del atolladero, pero tal vez deberían reclamárselo a quienes con su medrosa actitud hicieron posible la aventura de quienes antes socializaron el sufrimiento y ahora pretenden socializar la basura.
Si Iparraguirre volviera a nacer, Bilintx o Xenpelar le enmendarían el verso.
Luis Haranburu, EL CORREO, 28/3/12