Luego resultó que el PSOE se empeñó en descubrirnos la utilidad de odiar a la derecha para ser nosotros mismos. Justamente ahora que ya no es posible he visto a gente a la que aprecio clamar por el bipartidismo: que el PP y el PSOE se entiendan despreciando a sus adherencias a la derecha y a la izquierda; vale decir Vox para el PP y Podemos para el PSOE. No puede ser.
Hemos pasado de odiar a la ultraderecha a llamar ultraderecha a todo lo que odiamos. A Rosa Díez se la llamaba ultraderechista en el Congreso, al igual que a Rivera después. Hermosa paradoja, ahora los consideran de centro. La extrema derecha es Vox. Antes lo fue el PP, bautizado por Zapatero como derecha extrema. El gran Escohotado explicaba con mucha paciencia a Iñaki López que el último ultraderechista que hubo en la política española fue Blas Piñar y que estas mandangas son inventos de la izquierda en busca de un efecto especular que les dé la imagen apetecida.
Un caso especialmente patético es el Eduardo Madina que ayer mismo declaraba que “Vox es un partido incompatible con nuestra forma de vida”. Pero hombre, hombre. El único partido incompatible con tu vida en cualquier forma es el de Bildu, que tiene como dirigente al mismo David Pla que ya era líder etarra cuando ETA te puso la bomba bajo el coche. Pero Madina pide el cordón sanitario a Vox y acepta que su partido se apoye en EH Bildu: “están ahí porque les han votado”.
Hemos hablado mucho sobre su superioridad moral. Cayetana Alvarez de Toledo acuñó la metáfora del plano inclinado, en el que la izquierda se coloca en la parte superior y hace que todo juegue a su favor, hasta la ley de la gravedad. Y esto no es de ahora. La izquierda perdió en la República las elecciones de 1933 ante la coalición radical-cedista y le negaron a esta la legitimidad para gobernar, encabezando un golpe de Estado en 1934. Sin embargo bautizaron la etapa de Gobierno de las derechas como ‘el bienio negro’. Hace 13 años, el PSE elevó a Patxi López a lehendakari gracias a los 13 escaños del PP. Ni una sola consejería, solo la Presidencia de la Cámara de Arantza Quiroga, hermosa cariátide. No hubo agradecimiento. A los atípicos socios de Gobierno, les dedicó el portavoz del PSE el siguiente regüeldo: “A los del PP, en cuanto abren la boca se les ven las caries del franquismo”.
A qué extremos está llegando el PSOE para que la propuesta del alcalde de Valladolid sea pura lógica: si el peor de los males es que el PP se coaligue con Vox, abstengámonos para que pueda investirse Mañueco si pactar con ellos. No se acuerda ya de la abstención que pedía la gestora para posibilitar la investidura de Rajoy. No es no. ¿Qué parte del no no habrá entendido?
No sé qué papel haría Vox en un Gobierno. Los males que vaticinan quienes preconizan el imposible entendimiento PP-PSOE son hipótesis de futuro. Atengámonos a las palabras y a los hechos en el momento presente: Frente al PSOE y sus socios (Bildu, Podemos, ERC, PdeCat y PNV) Vox es el único constitucionalista del parlamento: ha recurrido al T.C. para denunciar las violaciones de la carta magna por el Gobierno. Macarena Olona ha presentado 29 recursos, algunos de los cuales ya ha ganado: contra la inclusión de Pablo Iglesias en el CNI, contra los dos estados de alarma, contra las suspensión de plazos en el Congreso, contra la denegación de información a Vox con imposición de costas y lo que irá cayendo. ¿Extrema derecha sin extrema izquierda? Falta simetría en el análisis y falta el centro, naturalmente.