Francesc de Carreras, LA VANGUARDIA, 4/8/2011
En esta democracia fracturada las soluciones no pueden llegar de la colaboración con PNV y CiU que, empujados por la ola zapaterista, han optado por echarse al monte. Rehacer el entramado democrático requiere un gran acuerdo de los dos grandes partidos, del PSOE y del PP, aunque en ambos haya sectores dispuestos a boicotearlo.
El presidente Rodríguez Zapatero despejó la incógnita el pasado viernes. Todo hacía prever que las elecciones generales se adelantarían a su fecha límite. Ahora bien, puestos a anticiparlas, lo razonable habría sido celebrarlas lo antes posible, es decir, a primeros de octubre, para que el nuevo Gobierno estuviera constituido ya a primeros de noviembre. El calvario actual se habría acortado y con un programa bien definido podrían comenzar a elaborarse los presupuestos del año próximo. Pero motivos habrá para la fecha escogida. Los comprobaremos si el actual Gobierno es capaz de aprovechar las semanas que le quedan para acabar las difíciles reformas económicas pendientes.
Es frecuente escuchar estos días que el gran error de Zapatero fue acometer a primeros de mayo del 2010, obligado por la UE, el FMI, EE.UU. y hasta por China, unas medidas que suponían un giro copernicano de su anterior política económica y social. Una versión más flexible sostiene que su equivocación principal fue no reconocer a tiempo que España había entrado en una gravísima crisis económica, con características distintas a la crisis financiera mundial. Tales opiniones reconocen implícitamente que hasta entonces Zapatero se comportó como un buen gobernante y la historia hará una valoración positiva del conjunto de su obra.
No creo que ello sea así. Es obvio que ningún gobernante acierta en todo o yerra siempre. Zapatero tuvo la habilidad de comenzar con un estilo de hacer política que era la contrafigura del estilo de Aznar. Ahí cosechó grandes dosis de simpatía. Después hizo aprobar diversas reformas legales en el campo de los derechos de familia (matrimonio entre homosexuales y agilización de los trámites de divorcio) y de la igualdad entre hombres y mujeres que sintonizaron con la mentalidad de los nuevos españoles. Se trata de reformas que difícilmente serán rectificadas por gobiernos futuros, sean de izquierdas o derechas. Además, salían gratis al erario público. Después aprobó la ley de la Dependencia, esta sí con un alto coste económico, que tan sólo se ha comenzado a aplicar. Todo ello hay que consignarlo en el haber del presidente.
En el debe, sin embargo, encontramos que Zapatero se ha equivocado en lo fundamental. Tomó decisiones temerarias, precipitadas e irreflexivas, en temas trascendentales que, hasta entonces, estaban bien orientados. Especialmente en materias de terrorismo, desarrollo autonómico, revisión de la historia y educación. Mucho antes de la crítica situación económica actual, sus políticas comenzaron a sembrar la desconfianza.
Hasta mayo del 2010 puede decirse que Zapatero fue un político populista: este, probablemente, ha sido su gran error. A menudo tomaba decisiones incoherentes para contentar a los más diversos sectores sociales creyendo que la suma de sus votos le conduciría a ganar las sucesivas elecciones. Quería contentar a sindicatos y patronal, a nacionalistas y autonomistas, a banqueros e hipotecados, a los partidarios de la libertad sexual y a la Iglesia católica, a los artistas y a los partidarios de que en la red todo es gratis. A lo largo de dos legislaturas ha pretendido conciliar lo inconciliable, a tener a todo el mundo contento, con excepción del PP, al que ha pretendido arrinconar en el extremo de la derecha política. Al final, todos se han sentido, en mayor o menor medida, estafados, incluidos muchos militantes y votantes socialistas, sobre todo quienes al principio confiaron en él.
La España que deja Zapatero, y no sólo en el campo económico, está en peor situación que la que encontró al acceder a la presidencia. Para salir del hoyo en que nos encontramos se necesita un liderazgo político que reemplace lo que el presidente saliente no ha sabido ser: un estadista. Porque, en efecto, se necesitan políticas de Estado, políticas con capacidad de rehacer un tejido con muchos descosidos. Algunos vienen de lejos; por ejemplo, la situación económica. La alegría irresponsable de los gobiernos de Aznar tiene buena parte de culpa en los males actuales aunque ahora no se reconozca. ¿O es que la aparente prosperidad económica española, fundada en la economía del ladrillo y un desmesurado déficit privado exterior, no fueron alentados siendo Rodrigo Rato vicepresidente del ramo?
Otros descosidos, en cambio, son atribuibles a la época Zapatero. Antes hemos mencionado algunos: autonomías, educación, terrorismo, puesta en cuestión de la transición política. En esta democracia fracturada las soluciones no pueden llegar de la colaboración con PNV y CiU que, empujados por la ola zapaterista, han optado por echarse al monte. Rehacer el entramado democrático requiere un gran acuerdo de los dos grandes partidos, del PSOE y del PP, aunque en ambos haya sectores dispuestos a boicotearlo. Quien gane las elecciones y forme gobierno deberá prescindir de estos grupos para alcanzar las imprescindibles reformas políticas, económicas y sociales.
Aunque hoy aparezca lejano, si queremos políticas de Estado, tras las elecciones el pacto se hará inevitable.