Juan Carlos-ABC
«Estas son, a mi entender, algunas de las reformas necesarias si el presidente Sánchez cree que ha llegado la hora de coger la Constitución y operarla a corazón abierto. Estos son algunos de los debates inaplazables si el presidente Sánchez cree que es hora de modificar el estatus del Rey.»
Siendo el Derecho Constitucional uno de mis vicios, debo atarme fuerte a la silla del columnista para no ahuyentarles con tecnicismos. Sánchez ha planteado esta semana una reforma constitucional que convertiría al Rey en un muñeco de trapo para que jueguen con él los jueces para la democracia y para clavarlo como una mariposa en su vitrina, con las coloridas alas desplegadas, pero inerte.
Sánchez no dispone de la mayoría suficiente para tal reforma. Y si dispusiera de ella, no se arriesgaría a unas nuevas elecciones, que serían preceptivas. Y si se arriesgara, no se la jugaría con el referéndum obligatorio. O sea, que Sánchez atiza un debate sobre algo que no va a hacer ni loco. ¿Por qué? Porque
con el mero debate contenta a Podemos y a los separatistas, tapa otros asuntos -como la gestión de la peste- y le enseña los dientes al Monarca.
Como buen funambulista, Sánchez adora las cornisas más altas y estrechas, los cables entre rascacielos, para pasearse con el bebé de la convivencia en brazos. Los amigos del caos, sus socios y aliados, disfrutan de lo lindo ante la posibilidad de que la delicada carga se le caiga, único modo de lograr sus objetivos. Las gentes de orden guardan un silencio aterrado y contienen la respiración a la espera de que pase el peligro. Pero, con Sánchez al mando, un peligro sucede a otro en una montaña rusa de irresponsabilidad y deslealtad.
Hay otra forma de reaccionar, y este es el momento de ponerla en práctica. En vez de limitarnos a analizar las verdaderas intenciones de Sánchez, aceptemos los términos de su bravuconada y comuniquémosle lo que hay. Así: señor presidente, la Corona, con toda su regulación constitucional, se aloja en el sistema nervioso de nuestra democracia, que es una monarquía parlamentaria. De ahí las especiales exigencias que la propia Norma Suprema impone a quien desee reformar esa parte, que son las mismas que se requieren para tocar los derechos fundamentales. Por lo tanto, si abre usted el debate sobre tal reforma, nosotros abriremos otros debates importantes que están pidiendo pública discusión y que callábamos en pos del mantenimiento de los consensos constitucionales básicos. Si usted abre la puerta sellada de estatus del Jefe del Estado, no espere que permanezcan cerradas las puertas que siguen:
El sistema autonómico. No funciona correctamente, ha alimentado las deslealtades, ha alumbrado diecisiete taifas, ha consagrado unas ciudadanías con diferentes derechos, se ha mostrado incapaz de cerrar el proceso de reparto competencial, ha propiciado un golpe de Estado que seguramente se repetirá, ha hecho imposible la unidad de mercado, ha generado un puñado de castas territoriales corruptas y ha causado una hipertrofia administrativa y una inflación normativa que ahuyenta a los inversores y lastra y desconcierta a los administrados. Es hora de replantearse la estructura de poder territorial.
No fundar una democracia militante fue un error. En este punto debimos seguir a la Constitución alemana, tal como hicieron los padres de la Constitución en muchos otros. Es absurdo que un Estado liberal proteja, otorgue representación (sobrerrepresentación) y financie a los partidos que tienen como finalidad destruirlo. Se impone un amplio debate sobre la conveniencia de prohibir las formaciones independentistas. Y mirar con lupa a las comunistas hasta dilucidar si mantienen su objetivo de poner punto final al Estado democrático de Derecho cuando ostenten el poder suficiente.
Los votos de los españoles deberían valer lo mismo. No hay ninguna razón para mantener la provincia como circunscripción electoral; cada diputado representa en el Congreso a todos los españoles. Hay que plantearse muy seriamente que España sea una circunscripción única para que todos los votos valgan lo mismo. Los habitantes de las grandes capitales españolas están infrarrepresentados hasta extremos insostenibles, ridículos. La proporcionalidad pura es infinitamente más democrática. El enfoque contrario tampoco estaría mal: sistema mayoritario con circunscripciones muy pequeñas y unipersonales; cada diputado podría (debería) mantener un despacho abierto en su circunscripción donde atender personalmente a sus votantes. Los legisladores tendrían que ganarse su puesto a pulso. La mezcla de ambos sistemas es, a mi juicio, lo mejor: una mitad de los diputados elegidos en la circunscripción única España; la otra mitad en 175 circunscripciones de alrededor de 250.000 personas.
El Senado se ha demostrado inútil. Son ya cuarenta años largos de experiencia. Es algo empírico. Ni cumple con su papel de cámara de representación territorial, ni está justificado que, el día que lo cumpla, necesite 265 legisladores. Debería eliminarse o encogerse de forma drástica.
La composición de Consejo General del Poder Judicial. Es una fuente de resquemor hacia la Justicia y de sospechas de politización. En especial, desde que el Tribunal Constitucional avaló la elección de todos sus miembros por el Poder Legislativo. Ese órgano decide los ascensos y sanciones, la carrera de los jueces. Resulta mucho más adecuado seguir el criterio del profesor Sosa Wagner y reducirlo a su presidente, que lo es del Supremo, con un auxiliar. Y que apliquen estrictos criterios reglados, tasados y previsibles de forma automática.
Estas son, a mi entender, algunas de las reformas necesarias si el presidente Sánchez cree que ha llegado la hora de coger la Constitución y operarla a corazón abierto. Estos son algunos de los debates inaplazables si el presidente Sánchez cree que es hora de modificar el estatus del Rey.