Cristian Campos-El Español
  • Nadie defiende con tanto celo su puesto si cree que lo merece. Esa es la clave psicológica que explica los whatsapps de Pedro Sánchez y los motivos de su exacerbado apego por el poder.

No hace falta ser un lince de la psicología para darse cuenta de la fragilidad que transmiten los whatsapps de Pedro Sánchez a José Luis Ábalos que publicó ayer domingo El Mundo. La de alguien que intuye que lo único que impide que las compuertas de la presa de su propio partido se abran sobre su cabeza es el poder.

El proceso de transformación del PSOE en el PS (Partido Sanchista) está a la vista de todos los españoles, pero sobre todo de los españoles socialistas, en esos whatsapps. El futuro de Sánchez depende de que la mutación haya sido completa. De que, y ahora hablo desde el punto de vista de Sánchez, la quimioterapia sanchista no haya dejado una sola célula socialista capaz de provocar metástasis y resucitar al PSOE.

Sánchez y el PSOE son un juego de suma cero: si sobrevive uno, no sobrevivirá el otro.

Porque en el momento en que Sánchez abandone la Moncloa, y suponiendo que el PSOE haya logrado sobrevivir de alguna manera, millones de litros de rencor acumulado lo arrastrarán hasta el mar, como una dana de justicia poética y política. Veremos si Sánchez tiene entonces la habilidad que ha demostrado Zapatero para reconvertirse en un lobista de la política.

Los whatsapps no son irrelevantes, como tantos se esforzaron en defender ayer domingo.

Cuando Sánchez le pide a Ábalos que llame «al petardo este» (Javier Lambán) por haber manifestado su «total apoyo» a la Constitución y a Felipe VI, ¿qué está haciendo el presidente si no confirmar su nada ambigua incomodidad con ambas instituciones? Y digo «incomodidad» por no decir «beligerancia».

Cuando Sánchez le pide a Ábalos que «le pegue un toque» a Emiliano García-Page por la «vomitiva» entrevista que este ha concedido a La Razón, ¿qué está haciendo si no confirmar su terror, muy superior al calibre de la amenaza real, a que alguien le mueva la silla en el PSOE?

Cuando Guillermo Fernández Vara muestra su dolor al ver a Otegi «siendo clave para decidir los Presupuestos Generales del Estado» y Sánchez le pide a Ábalos que le llame para decirle «que es un impresentable», ¿qué está haciendo si no confirmar que el PSOE es para él sólo la tramoya de una escenificación estrictamente personalista y con un solo actor en el escenario, que es él?

¿Que sus intereses personales son o deberían ser los del PSOE y que quien no lo entienda así no tiene cabida en el partido?

Cuando Ábalos le contesta que Vara sólo le ha dado «excusas peregrinas» tras osar discrepar del discurso sanchista y Sánchez le responde «lamentable, falta de solidaridad, luego bien que pedirá recursos de esos PGE», ¿qué está haciendo si no confirmar que utiliza los Presupuestos Generales del Estado para castigar a los desafectos y premiar a los adeptos y a aquellos que ni hacen ni se hacen preguntas sobre el presidente y mucho menos las airean en público?

Y una pregunta más interesante aún. ¿Era la corrupción de Ábalos el pago por esa lealtad? ¿Un «yo me quedo con el PSOE y tú con lo que rasques del presupuesto del Ministerio de Transportes»?

Y otra, todavía más interesante. ¿Es creíble que un presidente que controla hasta las entrevistas que un barón regional de su partido concede a un diario como La Razón no conociera la corrupción de Ábalos y de Koldo?

¿Es creíble que no conociera el enchufe de su hermano?

¿La radical incompatibilidad de las actividades de su mujer y su cargo como presidente del Gobierno?

¿Las delictivas filtraciones de la Fiscalía General del Estado en perjuicio de Isabel Díaz Ayuso?

¿Este presidente intervencionista, que afea hasta los tuits más irrelevantes de sus barones en una red social que desprecia, es el mismo que no sabía nada de lo que ocurría a su alrededor?

¿Sánchez controlaba todo lo irrelevante, lo ratonil y lo gallináceo, pero se le escapaba lo sustancial, lo mollar y lo delictivo?

Hay detalles secundarios, pero golosos. «Complejos de pobres» le responde Ábalos a Sánchez en referencia a Vara. Ábalos quiere decir en realidad «complejo de perdedor», que es el que atormenta a aquellos que, como Vara, no creen que el fin justifique los medios.

Pero escribe «complejo de pobre», una expresión como mínimo llamativa en boca de un socialista.

Pedro Sánchez le responde en ese intercambio de mensajes a Ábalos «yo le dejé una reflexión [a Vara], no entiendo por qué vivimos como derrotas lo que son auténticas victorias».

La «victoria» es la aprobación de los Presupuestos Generales del Estado de 2021 gracias al voto de EH Bildu.

Es decir, el fin (la perpetuación en el poder de Pedro Sánchez) justifica los medios (el blanqueamiento de los herederos políticos de la banda terrorista ETA).

Cuando Lambán le escribe a Ábalos «trato de expresar mis opiniones de una manera respetuosa. En el PSOE de Felipe, Zapatero o Rubalcaba un ejercicio de opinión libre pero responsable como el mío, aun con algunas discrepancias, era admitido sin ningún problema. Ahora no. Ahora desde Ferraz o desde las brigadas de Twitter lo machacáis a uno y lo ponéis en evidencia como traidor, facha, desleal y desagradecido. El PSOE no era así, José Luis», Sánchez responde «hay que seguir marcándole» y «son unos hipócritas», en referencia tanto a Lambán como a Page.

Sánchez responde a cada tuit con una amenaza, a cada entrevista con un chantaje, a cada ofensa, real o percibida, con una guerra. Sánchez es una perpetua escalada armamentística.

Sánchez es transparente. Entiende la política (insisto) como una guerra de suma cero. Quien se enfrente a él sabe que la disputa sólo acabará de dos maneras posibles: o con la muerte política de Sánchez, o con la de él. Y, claro, nadie (hasta ahora) ha aceptado el órdago. Y eso que el PSOE tiene un ejemplo cerca: Ayuso aceptó el órdago y el que cayó fue el presidente de su partido, no ella.

Una lección que algunos deberían estudiar con calma en el PSOE.

Y en el PP, algunos deberían meditar esto: si trata así a los suyos, qué no hará con los que no lo son.

La publicación de los whatsapps que Pedro Sánchez intercambió con José Luis Ábalos antes de que el número dos de la Moncloa y del PSOE se convirtiera en un perfecto desconocido para su partido confirma que al presidente resulta absurdo analizarlo desde el plano de la política.

Y de ahí que la inmensa mayoría de los artículos de opinión y de los análisis de la prensa española se hayan convertido en un ejercicio de inane melancolía.

Lisa y llanamente, la política no tiene explicación para alguien como Pedro Sánchez y cualquier intento de racionalizar sus decisiones acaba convertido de forma indefectible en un ejercicio de politología de salón.

Si Sánchez pudiera, nos cobraría a los españoles por cada hora que dedicamos a especular sobre sus intenciones como la soprano española Adelina Patti cobraba por cada nota que cantaba sin dejarse una sola en la factura.

Nadie defiende con tanto celo su puesto si cree que lo merece. Esa es la clave psicológica que explica a Pedro Sánchez y los motivos de su exacerbado apego por el poder.

A gente como él, la flauta sólo le suena una vez.