ARCADI ESPADA-El Mundo
CARTAS A K.
Mi liberada:
La prensa extranjera, del Times al Economist, ha reaccionado con drama y teatro a la acción de fuerza del pasado 1 de octubre. La policía impidió el referéndum planeado por el gobierno rebelde de Cataluña cuando desbarató en las vísperas la logística del experimento y deshizo la apariencia de legalidad y sentido que pudiera tener. Luego cumplió parte de las órdenes de los jueces cerrando varios de los lugares de voto y requisando urnas. A veces esta operación tuvo que hacerse venciendo la resistencia de manifestantes que trataban de impedir el cumplimiento de la ley. Y como dijo el liliputiense que actúa hoy de delegado del Gobierno en Cataluña, tras haber pasado brillantemente por el nacionalismo y sus negocios, hay que pedir disculpas por el uso de una fuerza tan desproporcionada que incluso llevó a un hombre al hospital.
La reacción de la prensa extranjera, con la excepción del lúcido, honrado y valiente Robert Redeker, autor de un formidable artículo en Le Figaro donde explicaba por qué la derrota mediática de Rajoy es la derrota de la razón, se fundamenta, como todo, en causas múltiples, y la primera es la irresistible atracción del periodismo por la mentira. Otra de las causas me interesa en especial. Está descrita, con toda su complejidad, en el libro de Ian Morris Guerra, ¿para qué sirve?, cuya traducción acaba de publicar Ático de los Libros. Este párrafo: «Hace unos pocos años, mientras dirigía una excavación en Sicilia, el tema de la violencia surgió una noche durante la hora de la cena. Uno de los estudiantes del yacimiento comentó que no se imaginaba qué se sentía al golpear a alguien. Pensé que bromeaba, hasta que me quedó claro que nadie de los que me acompañaban en la mesa había levantado jamás la mano llevado por la ira. Durante un instante me sentí como si estuviera en un episodio de La dimensión desconocida. Yo no fui, ni mucho menos, un joven problemático, pero no creo que hubiera podido pasar por el instituto en la década de 1970 sin propinar algún puñetazo de vez en cuando». Morris sigue diciendo que esos estudiantes eran personas Weird (Occidentales, Educados, Industrializados, Ricos y Demócratas). Y weird (raro en inglés) son los protagonistas del Proceso y los que recibieron los golpes; y weird son los lectores de la prensa extranjera. Todos incapaces de imaginar qué se siente al golpear a alguien y ontológicamente horrorizados ante tal posibilidad. Mucho más cuando los weirds golpeados son, además, ciudadanos de Barcelona, ciudad sureña, famosa por su cálida y libertina civilidad.
Antes de los golpes hubo un largo capítulo que nuestra prensa, en su incompetencia, elude plantearse. Y es cómo los weird nacionalistas han sido capaces de planear y de tratar de ejecutar un ataque a la democracia en el más soleado rincón de Europa. En América y en Gran Bretaña la misma prensa extranjera que ha escrito millones de palabras contra el populismo ha dedicado pocas a analizar la extraordinaria y peligrosa anomalía catalana. En la fase previa a las hostilidades el nacionalismo weird se comportó como un populismo al uso y, mediante una inversión pública sobre la que deberá rendir cuentas un día, tramó la red de mentiras más compacta de que se tenga noticia moderna en Europa. La perturbadora novedad es que el nacionalpopulismo catalán ha cruzado la frontera de la legalidad. Trump o el Brexit son expresiones del populismo que aún actúan en el frame democrático. Por el contrario, el nacionalpopulismo catalán lo ha desbordado. El Proceso es un intento de revolución inédita contra la democracia, que utiliza los mecanismos y protecciones de la democracia, que incluye entre sus más eficaces mentiras la reivindicación de la propia democracia y que crece impulsado por una rebelión de parte del Estado (la Generalidad es Estado decía cada dos días aquel Pujol) y por el nuevo desorden comunicativo, con su tsunámica capacidad de legitimar y legalizar el desorden. Es normal que los tabloides destaquen los porrazos a las abuelas. Pero la prensa de referencia debe describir, sobre todo, cómo las abuelas han llegado a convertirse en sujetos revolucionarios, plácidos pero letales. Porque la revolución catalana es una amenaza de nuevo cuño para todas las democracias, con independencia de que el relato maligno sea el nacionalismo.
La tesis central del libro de Morris es una superación radical del viejo adagio latino Si vis pacem para bellum. En su lugar el historiador y arqueólogo viene a proclamar Si vis pacem fac bellum. Y escribe: «Si bien la guerra es la peor manera imaginable de crear sociedades más grandes y pacíficas, es básicamente la única que los seres humanos han descubierto. ‘Dios mío, debe de haber otra manera’, cantaba Edwin Starr, pero aparentemente no es así». Weird son los protagonistas del Proceso, weird son los que se llevaron los golpes y weird los que los incluyeron en la primera página de sus periódicos. Pero también son weird los que golpearon. No hay mejor prueba que la del único herido grave por su actuación: sigue en el hospital pero ha salvado su ojo. Este uso weird de la fuerza tuvo relativa importancia en el colapso del intento de votación. Pero una decisiva importancia pedagógica sobre el costoso camino que supone la vía insurreccional a la independencia.
A la reacción del Estado, que abrieron jueces y policías y a la que siguió la de Felipe VI, el Rey Firme, ha correspondido la de los ciudadanos. Hoy habrá en Barcelona una gran manifestación democrática. Se verá el alcance de la insumisión frente al gobierno rebelde. Muchos de los manifestantes llevarán una bandera nueva, formada por tres franjas horizontales, roja, amarilla y roja, siendo la amarilla de doble anchura que las rojas. Una bandera no lo es hasta que no pasa por muchas manos. Reducida a ondear en mástiles y otras instancias celestiales, una bandera no existe. Y esta bandera se estrena pues, por vez primera en su historia, ya es símbolo común tanto del Estado como de sus ciudadanos. En la manifestación se verá también la hondura de la fractura civil catalana. Solo el autodenominado equidistante, y esa mujer latosa y ridícula que desde el comienzo de las hostilidades vierte en público y en caliente su gratuito psicoanálisis, tomaría partido, no tomándolo, entre los catalanes que segregan y los que agregan. Pero la inmoralidad no excluye la realidad. De ahí que el abismo moral y político entre Cataluñyas solo pueda ser salvado con la ley, es decir, oh maravilla de la Academia, la regla fija a la que está sometido cualquier fenómeno de la naturaleza.