ABC 08/03/15
JON JUARISTI
· En el seno de los transportes públicos está surgiendo una brillante cultura de cazadores-recolectores
CON la designación de Cristina Cifuentes como candidata del PP a la presidencia de la Comunidad Autónoma de Madrid va perfilándose por fin la oferta política para las elecciones regionales que me tocan más de cerca. Por el PSOE e IU se presentan dos amigos míos y además de mi gremio: los catedráticos Ángel Gabilondo y Luis García Montero. Estoy seguro de que sus razones para haber aceptado hacerlo son desinteresadas, generosas y fundadas en sólidas convicciones éticas, lo que no obsta para que imagine el alivio que ambos deben de sentir al quitarse de encima por un tiempo la disparatada agonía de las facultades de letras. Ángel y Luis son profesores muy prestigiosos en sus respectivas especialidades y excelentes escritores. O sea, material de desecho en una universidad donde ya nadie lee ni Jue
godetronos (incluso Monedero prefiere bajárselo de Youtube).
Todavía no sé a quién votar. Prácticamente, sólo estoy interesado en que adecenten el Metro y los trenes de Cercanías, dejados de la mano del Altísimo y, por supuesto, de la preocupación del Gobierno regional. No pido mucho, como se puede comprobar. Admito que lo de la enseñanza no tiene arreglo, en especial, la superior. En todas partes pasa lo mismo y no sirve de nada lamentarse. Es innegable que la derecha se esmera en hundir la universidad pública a base de recortarle subvenciones y de introducir reformas que nos devuelven al modelo de cursos comunes y especialidades de la época franquista, pero en versión escuchimizada y ruinosa. La izquierda, por su parte, desprecia profundamente la institución (véase Monedero), aunque no dude en parasitarla cuando puede (véase Errejón).
Para mí, que no conduzco, los transportes públicos están de lo más presentes en mi vida, más incluso que la desganada universidad. Lo están ahora, que todavía trabajo, y lo estarán aún más tras mi cercana jubilación. Paso cerca de cuatro horas diarias en el vientre de estos gusanos subterráneos que me llevan hasta la frontera de la comunidad autónoma. Cada día viajo a la Alcarria, como Cela, y compruebo que tanto a través del Metro, que se inauguró en tiempos del primer alcalde electo de Madrid, mi lejano pariente Luis Garrido Juaristi, como de las líneas ferroviarias de Cercanías, se desplaza la Corte de los Milagros, a razón de dos elocuentes pedigüeños por cada tramo entre estaciones consecutivas. Vuelve el pordiosear y su maravillosa retórica, como del Siglo de Oro, y miles de menesterosos de diversas lenguas y estilos se instalan a perpetuidad en un paisaje tubular de túneles y catenarias. Bien está. Como escribió un poeta porteño, «los mendigos se agolpan en los túneles:/ una misma ansia de calor úneles». El invierno ha sido durísimo. Ayer, en la línea 1 del Metro (Pinar de Chamartín-Valdecarros), un indigente guardaba en su mochila, antes de salir al andén en Plaza de Castilla, un trotado ejemplar de DersuUzala, la famosa semblanza del cazador y chamán siberiano de tal nombre que escribió en 1923 el explorador ruso Vladimir Arseniev y llevó al cine, en 1975, Akira Kurosawa. Un indicio revelador de que lo que está surgiendo en los espacios urbanos de transición, es decir, en lo que antropólogos posmodernos llaman «no-lugares», no es una vida larvaria, sino una compleja cultura emergente de cazadores-recolectores avezados a la literatura. Los cazadores siberianos viven hoy de la recuperación de colmillos de mamuts en el permafrost. Los cazadores-recolectores madrileños, del cobre, de las tripas de los ordenatas desechados, de la venta de paquetes de kleenex (dos por cincuenta céntimos) y de los bolígrafos de tres colores. Y, me apuesto lo que sea, no votan a nadie.