Ignacio Marco-Gardoqui-El Correo
Forjado en la resistencia holandesa a la ocupación nazi y agricultor de vocación temprana, Sicco Mansholt fue uno de los políticos fundamentales que dirigieron Europa en la década crucial de los 70 y el ‘padre’ de la Política Agrícola Común (PAC). Una política pensada para garantizar el autoabastecimiento de alimentos y permitir a la vez que los agricultores tuvieran una renta en el campo similar a la de los trabajadores industriales de la ciudad. Para ello diseñó un complejo sistema de precios que buscaban la protección frente al exterior y el fomento del campo en el interior, regado todo con inmensas cantidades de dinero.
El sistema, por complejo y costoso, nunca funcionó bien y constituyó uno de los muchos obstáculos que entorpecieron el acomodo de Reino Unido en la casa europea. Nunca quisieron pagar una política que poco les beneficiaba y mucho les estorbaba, hasta que Margaret Tatcher logró el famoso cheque británico de vuelta de los presupuestos.
Esa es la historia. Ahora abra el periódico o encienda la tele. ¿Qué ve? Carreteras cortadas, mercancías volcadas, camiones incendiados y agricultores airados. Los franceses denuncian la competencia desleal de sus colegas italianos y españoles, igual que hacen los nuestros con los marroquíes. También verá limones esparcidos por los campos ante unos precios que no justifican su recogida. Podrá leer que los consumidores están angustiados por la subida de los precios de la cesta de la compra y también informarse de que las grandes cadenas de alimentación tienen márgenes que no superan el 3%.
Allí donde esté, Sicco verá que el capítulo agrícola ha sido un fracaso. Un costoso y sonoro fracaso. No satisface las expectativas de sus ciudadanos ni las esperanzas de los agricultores. Visto con la simpleza habitual con la que algunos analizan los problemas, todo debe de ser culpa de los distribuidores. ¿Actúan como monopolistas? No lo creo, pues es un sector extremadamente competitivo que afila sus precios hasta la anorexia.
Entonces, ¿debemos reconocer nuestra incapacidad y regalar la agricultura a los países en vías de desarrollo para fijar allí a sus ciudadanos y frenar las olas migratorias al abrirles la oportunidad de ganarse la vida en su casa, que supongo es lo que desean? Demasiado simple. ¿Qué hacemos con los agricultores europeos y como desmontamos eso del consumo de proximidad?
No espere que le dé la solución, no la tengo. Lo cual no me angustia nada, pues esta claro que nadie en Europa la tiene. Pero mientras alguien la encuentra sería de agradecer que desapareciese la violencia contra las personas y los medios de transporte, que son el sustento de muchas personas, absolutamente inocentes de este fracaso.