Apenas quedan dudas: el problema no es tanto la ideología como la incompetencia. No serán ni Bruselas ni Frankfurt las únicas que nos señalen; es ya Lisboa la que nos está sacando los colores
Achacaba hace escasos días José Luis Feito el rápido descenso de España en el escalafón europeo de la renta per cápita a la ineptitud de este Gobierno. Y para respaldar su tesis, no comparaba los datos que certifican la mejor o peor salud de nuestra economía con los de Alemania o Dinamarca, ni siquiera con la media de la UE, cotejos en los que, en casi todos los ratios, salimos perdiendo. Feito confrontaba las cifras y las expectativas de España con un modelo más cercano y aparentemente modesto, de ahí la pertinencia y el atractivo de su análisis. Confrontaba la evolución del PIB, la inflación, el empleo, los costes salariales o la vigente política impositiva, entre otras variables, con Portugal, y el resultado no dejaba lugar a dudas: nuestros hermanos lusos están gestionando la crisis ocasionada por el Covid, y la derivada de la guerra en Ucrania, mucho mejor que nosotros.
Lo interesante del ejercicio realizado por el profesor Feito es que contrastaba dos gobiernos de izquierda que arrastran dificultades similares. Uno, socialista clásico, el del portugués Antonio Costa, que se liberaba de influencias radicales tras conseguir la mayoría absoluta en las generales de enero; otro, el español, inclasificable, al menos hasta que en el último debate del estado de la nación Sánchez decidió despojar del todo al PSOE del disfraz socialdemócrata. A simple vista, podría deducirse que son las manos libres de Costa las que le han permitido situar a Portugal en una posición relativa mucho más proclive a una rápida recuperación, y que, a la inversa, son las manos atadas de Pedro Sánchez las que lastran la española. Pero la historia y los hechos desmienten tal deducción.
La receta de Antonio Costa: pragmatismo, previsibilidad, selección correcta de las prioridades y seguridad jurídica, justo lo que se echa de menos en España
Y es en este punto donde no comparto la tesis de Feito, que distingue entre la socialdemocracia de Costa y el “socialcomunismo” de Sánchez. Costa fue capaz de atraer inversión extranjera con una política fiscal y una legislación laboral pragmáticas, alejadas de inviables tentaciones ideológicas. Y lo hizo mientras contaba con el apoyo parlamentario del Partido Comunista y del llamado Bloque de Izquierda. Sánchez, no ha querido o no ha podido soltar ninguna amarra, por razones de aritmética parlamentaria, pero siempre ha acabado haciendo lo que le ha venido en gana. En los seis años largos de Costa al frente del gobierno portugués, la economía del país vecino se ha fortalecido y almacenando credibilidad suficiente como para ser capaz de recuperar su nivel de crecimiento pre-covid ya en el primer trimestre de este año. Su receta: pragmatismo, previsibilidad, selección correcta de las prioridades y seguridad jurídica. España no alcanzará el PIB previo a la pandemia hasta la segunda mitad de 2023, y en los cuatro años de Sánchez ha dado tantos bandazos que ni tiene política económica reconocible, ni ha resuelto, ni siquiera orientado, uno solo de los problemas estructurales que arrastramos. No se trata de ideología; o no solo. Se trata de incompetencia.
El presidente adolescente
Massimo Recalcati, uno de los analistas políticos del diario italiano La Repubblica, se preguntaba esta semana “cómo se distingue una vida adulta de una vida adolescente”. Se refería, claro está, a la decisión del Movimento 5 Stelle de cancelar su apoyo al gobierno de Mario Draghi, abriendo una crisis de consecuencias imprevisibles (y ninguna buena de no reconducirse la situación). Los dirigentes del partido fundado por el cómico Beppe Grillo se han enzarzado en una infantil lucha por el poder interno que amenaza la normal transferencia de los fondos europeos y los planes de recuperación diseñados por el Ejecutivo de Draghi. Poca broma. “Mientras la vida adulta, asumiendo las consecuencias de sus actos, conoce el sentido de la responsabilidad que toda decisión conlleva -escribía Recalcati-, la adolescente, evitando tal asunción, no conoce otra responsabilidad que la que sigue atribuyéndole a la vida inexorablemente corrupta del mundo adulto”. ¿A qué les suena?
En el debate del estado de la nación Sánchez utilizó en distintas ocasiones el mismo pretexto al que alude Recalcati: la inexorable corrupción del establishment, de los cenáculos, está en la base de una herencia envenenada que procede de la Transición y que nunca ha corregido los defectos que venían de fábrica, o sea, del franquismo. Todos los males proceden del pasado, o de Putin, como si él fuera nuevo en esto y se acabara de estrenar como gobernante. “Profetas de la catástrofe”. Con una desenvoltura digna de más floridas evocaciones, el presidente adolescente amplió el abanico de los enemigos del bienestar sanchista: “profetas de la catástrofe”, llamó reiteradamente desde la tribuna a quienes contradicen su optimismo. Banco de España, AIREF, FMI, OCDE… Meros curanderos. Sánchez es nuestro Beppe Grillo particular. Un cómico de primera.