En el Paseo de Gracia no cabía un alfiler. No era la marea humana que inundó la ciudad por dos veces casi consecutivas en octubre de 2017, cuando la sensación del inminente peligro que suponía el triunfo del «procés» -convertirte en extranjero en tu propio país- sacó a la calle a cientos de miles de personas dispuestas a enfrentarse a quienes pretendían robarles su identidad, y no, no era Octubre de 2017, pero movilizar a tanta gente, 200.000 personas, quizá más, en unas condiciones tan adversas, un paisaje tan esquilmado como el que hoy luce Cataluña me pareció, pareció a los allí presentes, un éxito increíble, una hazaña muy considerable. «Aunque me he encontrado con algunos socialistas, aquí falta el PSC, que es el factor diferencial con las movilizaciones de hace cinco años y la prueba del nueve del pudridero en que se ha convertido esta región, del deterioro que la causa constitucionalista ha sufrido aquí», reflexionaba Antonio, un tipo muy instruido llegado al Paseo de Gracia desde Premià de Mar.
El PSC, en efecto, ya no está por la Constitución como decía estarlo en 2017. Las necesidades de Sánchez le han empujado al lado oscuro del nacionalismo, le han convertido en compañero de viaje del separatismo. El resultado a la vista está: han convertido Cataluña en tierra quemada. «Aquí la gente normal se dedica a ir y venir al trabajo y a agachar la cabeza; nadie quiere saber nada de nadie. Esto está muerto. Y sobre esta escombrera siguen mandando los de siempre, los nacionalistas, porque el resto estamos en la marginalidad», asegura Antonio. Ciertamente, a ellos ya les va bien: manejan el presupuesto de la Generalidad, tienen la pasta, colocan a los suyos… Eso es Cataluña hoy: varias decenas de miles que viven, de una u otra forma, de la Generalidad, el funcionariado, los Mossos, los políticos, 100.000 familias, quizá medio millón de personas. El resto no cuenta. Es el triunfo del «diseño Iceta», el proyecto que Miquel Iceta le vendió a Pedro Sánchez para toda España y este le compró: exportar el modelo catalán al resto del país, marginar a la mitad de los españoles, como poco, y reinar sin apenas oposición sobre las ruinas de la España de ciudadanos libres e iguales.
Nadie cree en la independencia, pero todos esos captores de rentas lo disimulan muy bien. Se trata de vivir a costa de Sánchez
Cataluña está muerta, pero hay una clase dispuesta a seguir chupando del bote mientras el cuerpo aguante. Ahora es ERC quien parte el bacalao, quien maneja el dinero y reparte el pastel autonómico. El separatismo no para de perder posiciones electorales, está más muerto que vivo, pero esa élite depredadora mataría con tal de seguir viviendo del chollo, del ¿qué hay de lo mío? «Lo mío» es estirar el chicle de la «nació», de la independencia, hasta el infinito. Nadie cree en la independencia, pero todos esos captores de rentas lo disimulan muy bien. Se trata de vivir a costa de Sánchez, un Sánchez necesitado de nuestros votos para ser presidente. A costa del progreso de Cataluña. A costa de las libertades civiles de una mayoría de sus habitantes. Todo es una cuestión de dinero, sí. Es la condición humana despojada de cualquier rigor moral. No hay ideología, solo cinismo en estado puro. ¿Qué hay de lo mío? ¿Quién me asegura el viejo y bíblico “pan de mis hijos”. No es política, es dinero. Por eso la investidura del gañán parece asegurada. Es verdad que el de Waterloo podría deparar cualquier locura de última hora, pero en contra de esa vana esperanza hay una realidad incuestionable: los garbanzos. De nuevo los garbanzos. Puigdemont está hasta las narices del exilio, harto de pasar penalidades. Quiere volver a pasear a cuerpo gentil por Gerona y sabe que no volverá a tener otra oportunidad en su vida como la que representa Sánchez. Si encima vuelve no solo amnistiado sino como un héroe, miel sobre hojuelas.
Puigdemont está hasta las narices del exilio, harto de pasar penalidades. Quiere volver a pasear a cuerpo gentil por Gerona y sabe que no volverá a tener otra oportunidad en su vida como la que representa Sánchez
Y es verdad, el PSC ha exportado el modelo de Cataluña al resto de España. Un paisaje destrozado institucional y socialmente, sobre el que un aventurero de la política se dispone a reinar mientras una mayoría de españoles se lo consientan. Como escribió Thomas Sewell, «cuando la gente quiere lo imposible, sólo los mentirosos pueden satisfacerla». Comparaba esta semana García Cuartango en ABC el pacto de no agresión firmado en agosto de 1939 por Molotov y Ribbentrop que supuso el reparto de Polonia con la situación española y, en cierto modo, la de tantos países hoy gobernados por autócratas con vocación de simples tiranos. Y hablaba de «los intereses del partido» (el nacionalsocialista de Hitler y el comunista de Stalin) por encima de los de la nación de ciudadanos iguales ante la ley. «El pacto de 1939 es el ejemplo más clásico del llamado patriotismo de partido. Haga lo que haga y diga lo que diga el líder, los cuadros y los militantes obedecen la línea marcada desde lo más alto. Primero, el partido y luego, la razón. Salvando las distancias, la actitud del PSOE es ahora la misma que la de aquellos partidos comunistas que se plegaron al oportunismo del tirano». Disiento solo en una cosa: aquí no hay partido. Al margen de una militancia muy radicalizada, este PSOE no es más que una banda de mediocres oportunistas esperando respuesta al «qué hay de lo mío» y dispuesta a tragar con lo que mande el jefe con tal de asegurar su condumio.
Un Tempranillo dispuesto a hacer ricos a los miembros de su banda. Y, en efecto, les ha colocado a todos, y todos están dispuestos a tragar con ruedas de molino. Primero a sus amigos, por supuesto, todos con sueldos de seis dígitos, al frente de las empresas del sector público; después a sus conmilitones, aquellos que le ayudaron a volver a la secretaría general, y luego a cualquier personaje susceptible de serle útil en su único objetivo vital, el poder a toda costa y a cualquier precio: políticos, empresarios, jueces, periodistas… Un José María el Tempranillo que reina en la Sierra Morena en que se ha convertido hoy España con la ayuda de los «siete niños de Écija» (Oteguis, Rufianes y demás familia), y cuyo poder real no descansa en la ideología ni en las ideas, sino en una circunstancia a la que se supedita todo lo demás: Sánchez es el amo de la caja. Nuestro Tempranillo asaltó en junio de 2018 una diligencia que transportaba un valioso cofre repleto de cargos, prebendas, canonjías, pagas y paguitas capaces de convertir en simples felones, en lacayos con rodilleras, a tipos que un día dieron muestra de alguna altura moral. Ese es todo el misterio de un tipo cuyo nivel intelectual y moral conocemos de sobra: Sánchez tiene la llave de la caja, un tesoro que maneja con el desahogo de quien está dispuesto a corromper a tirios y troyanos.
Un José María el Tempranillo que reina en la Sierra Morena en que se ha convertido España con la ayuda de los «siete niños de Écija» (Oteguis, Rufianes y demás), y cuyo poder no descansa en la ideología, sino en una circunstancia a la que se supedita todo lo demás: Sánchez es el amo
Por eso cuando oímos el coro de voces que teorizan en los medios afectos al nuevo Movimiento sobre la constitucionalidad de la amnistía, advertimos de inmediato que todas responden a la vieja pregunta del ¿qué hay de lo mío? ¿Voy a conservar mi sillón? ¿Voy a seguir cobrando como hasta ahora? Y no hay mucho más que preguntarse. Ilustres columnistas tratan estos días de retorcer la sintaxis, de hacer malabarismos con el lenguaje en su deseo de hallar alguna frase brillante capaz de describir la intrínseca maldad del personaje, sin reparar en que todo sobre Sánchez está ya dicho, toda su capacidad para hacer el mal plenamente descrita. No hay nada nuevo que contar: todo se reduce a aceptar como presidente del Gobierno a un bandolero que se ha apoderado de un país con la ayuda de una banda. Con el respaldo de un clan mafioso. No hay ninguna promesa de convivencia en amnistiar a tipos que cometieron graves delitos y amenazan con volverlo a hacer. Sánchez promueve la amnistía porque necesita los votos de Junts. Sánchez necesita 7 votos y se los compra. Los paga con los derechos y libertades de los españoles, además de con su dignidad, desmantelando el Estado de Derecho y poniendo en almoneda a una nación de siglos.
España ha dejado de ser una democracia. Ya no hay separación de poderes, siquiera teórica. La puntilla la acaba de dar un Constitucional presidido por un fiel servidor del sátrapa. El siniestro Cándido acaba de sugerirle una fórmula infalible para renovar de una vez por todas el CGPJ dando esquinazo al PP, consistente en que sea el Congreso, donde reina la banda que le sostiene, quien nombre a los 20 vocales del Consejo al margen del Senado, y aquí paz y después gloria. «Durante muchos años, Israel ha sido gobernado por un hombre fuerte populista, Benjamin Netanyahu, que es un genio de las relaciones públicas pero un incompetente como primer ministro», escribía Yuval Noah Harari, autor de ‘Sapiens’, en el Washington Post del 11 de octubre. «Ha primado sus intereses personales sobre el interés nacional y ha construido su carrera dividiendo y enfrentando a la nación. Ha nombrado a personas para puestos clave premiando la lealtad por encima de la cualificación, se ha adjudicado cada éxito sin asumir nunca la responsabilidad de los fracasos, y ha dado la espalda a la verdad, a decir o a escuchar la verdad». Tras condenar sin ambages el terrorismo de Hamás y exigir su «desarme total», Harari apunta por elevación: «La coalición que Netanyahu estableció en diciembre de 2022 es una alianza de fanáticos mesiánicos y oportunistas desvergonzados, que ignoraron los muchos problemas del país, incluido el deterioro de la situación de seguridad, y se centraron en obtener un poder ilimitado para sí mismos». Israel se ve hoy azotada por los horrores de la guerra, enfrentada a su propia supervivencia como nación. No hace falta ser un lince para vaticinar que los españoles terminaremos también pagando un precio muy alto por la indescriptible desidia de haber consentido la presencia de un bandolero sin escrúpulos al frente del Gobierno de la nación.