Ignacio Varela-El Confidencial
Más que la tópica ‘fiesta de la democracia’, en esta ocasión se trata de pasar cuanto antes un penoso trámite democrático para que todo siga igual en ambos territorios
Pocas citas electorales se vivirán con mayor inapetencia que la del 12 de julio en Galicia y en el País Vasco. Todo conspira contra el entusiasmo, empezando por el contexto. Son elecciones aplazadas, infectadas de coronavirus y, por ello, teñidas de tristeza. Además, el resultado en términos de poder parece resuelto: salvo sorpresa monumental, en Galicia gobernará el PP con mayoría absoluta y en el País Vasco se reproducirá la coalición PNV-PSE. Más que la tópica ‘fiesta de la democracia’, en esta ocasión se trata de pasar cuanto antes un penoso trámite democrático para que todo siga igual en ambos territorios. Pese a ello, pueden apuntarse algunas claves que ayuden a interpretar las previsiones de las encuestas:
1. La abstención. Será lo más importante y lo que más dará que hablar. De hecho, se esperan con más interés los avances de participación a mediodía del domingo que la hora del escrutinio. Habrá más abstención que nunca, eso es seguro: la psicosis de la pandemia, la fecha veraniega y la falta de incertidumbre sobre el resultado son tres poderosos incentivos para quedarse en casa.
Pero ¿hasta dónde llegará la marea? Lo sucedido en la segunda vuelta de las municipales francesas (60% de abstención, 22 puntos más que en las anteriores) activó todas las alarmas. En 2016, en el País Vasco participó el 60% y en Galicia el 54%. Imaginen una caída semejante a la de Francia. Los rebrotes activos no ayudan precisamente a animar a los electores: lo que suceda con ellos en los próximos días marcará la diferencia entre una participación baja, pero tolerable, y una abstención estratosférica. Y si van a peor, no hay que descartar alguna decisión al respecto por parte de las juntas electorales.
Si se diera el supuesto menos malo, los efectos sobre el resultado serían limitados. Normalmente, quienes más aprovechan la abstención son los partidos con votantes hiperpolitizados: en este caso, los nacionalistas radicales de Bildu y el BNG. Y quienes mejor se protegen de ella son los que disponen de una sólida y extensa presencia en el territorio: el PP en Galicia y el PNV en Euskadi.
Pero si el nivel de abstención fuera monstruoso, entraríamos en terreno desconocido. La propia votación, siendo indiscutiblemente válida y legítima, podría quedar moralmente dañada y justificar una demanda de que se repita pasado algún tiempo, ya en condiciones de normalidad.
2. El impacto de la pandemia sobre el voto. La pandemia ha resultado salvadora para Feijóo. Cuando convocó las elecciones, su mayoría absoluta pendía de un hilo. Ahora está en condiciones de reeditar las victorias aplastantes de Fraga. En el País Vasco, por el contrario, no parece que la crisis sanitaria modifique sustancialmente el panorama, más allá del esperado crecimiento de Bildu (que será el producto combinado de la abstención y de los irresponsables obsequios políticos que Sánchez le ha hecho como pago por sus votos en el Congreso).
3. Dos hegemonías distintas. El aparente dominio absoluto del PP sobre la política gallega es mucho más débil que el del PNV sobre la vasca. Es cierto que el PP nunca ha bajado del 45% en las autonómicas, pero sus resultados en otras elecciones están muy lejos de ese registro. En las generales de noviembre, empató con el PSOE (ahora le sacará más de 25 puntos). Y en las municipales, fracasó con ruido: las siete grandes ciudades y tres de las cuatro diputaciones provinciales están gobernadas por la izquierda.
El PNV, por el contrario, controla férreamente todos los espacios electorales e institucionales. Tiene el Gobierno vasco, las tres diputaciones forales y casi todas las principales alcaldías. Además, mientras el PP gallego solo tiene el camino de la mayoría absoluta para gobernar, el PNV dispone de varias vías de pacto que administra en cada momento y lugar según su conveniencia.
4. La fortaleza del nacionalismo vasco. Si se cumplen las previsiones, los partidos nacionalistas en Euskadi sumarán más del 60% de los votos. Una cifra que crece en cada convocatoria. Ya quisieran algo parecido los independentistas catalanes, que no paran de convocar elecciones para llegar al 50% y no lo consiguen (aunque, con la ayuda de la izquierda española, pronto lo lograrán).
5. La engañosa mejoría del PSOE. Las encuestas muestran una leve mejoría del PSOE respecto a 2016. Pero es una ilusión óptica que oculta una debilidad. Porque su resultado de entonces fue singularmente catastrófico (de hecho, contribuyó a precipitar la caída de Sánchez en aquel comité federal de las navajas desenfundadas). Porque su ligera subida se nutre únicamente del descenso de sus socios podemitas. Pero, sobre todo, porque podría verse sobrepasado por el BNG y perder el liderazgo de la oposición.
El domingo constataremos que, sumando BNG y Galicia en Común, hay más votantes de izquierdas a la izquierda del PSOE que en el Partido Socialista. Lo que es grave para un partido que acumula un poder municipal formidable. Galicia es un lugar de voto dual: en Vigo, donde Abel Caballero tiene 20 concejales de 27, ganará el PP de lejos.
6. El desplome de la galaxia Podemos. Todos tendrán algún dato al que agarrarse para vender un buen resultado, excepto Unidas Podemos. En 2020, habrá elecciones en las tres llamadas ‘nacionalidades históricas’: País Vasco, Galicia y Cataluña. En todas ellas, las marcas que Iglesias respalda se caerán, confirmando lo que se inició en las municipales de 2019 (pronto volveré sobre este tema, que ofrece derivaciones interesantes).
El mal viene de antes, pero el sórdido asunto de la tarjeta robada, retenida y destruida no ha sido de gran ayuda en esta alicaída campaña, de la que el valeroso jefe podemita, presintiendo la borrasca, se ha borrado preventivamente.
7. Los efectos sobre la política nacional. Serán pocos y poco relevantes. Galicia y el País Vasco poseen dos microclimas políticos que son bastante impermeables —en ambas direcciones— a las peripecias de la política española. No recuerdo un caso en que la coyuntura política general haya sido determinante en las elecciones autonómicas gallegas o vascas, ni uno en que el resultado de estas haya alterado nada sustancial en España.
Lo único que tendría un efecto demoledor sería la improbable derrota del PP en Galicia (la del País Vasco está descontada de antemano). Por lo demás, me parece retorcida y peregrina —con todo respeto para quienes la sostienen— la idea de que una gran victoria del PP en Galicia supondría un gran contratiempo para su dirección nacional; digo yo que lo grave sería lo contrario. Si ello se refiere al supuesto liderazgo alternativo de Feijóo frente a Casado, qué largo me lo fiais. Por si acaso, alguien ya se está encargando de sembrar de minas orgánicas la ruta entre O Cebreiro y Guadarrama.
También se dijo en su día que la derrota de Susana Díaz en Andalucía y la pérdida del poder en el principal feudo del PSOE era una gran noticia para Sánchez. La verdad la explicó el sabio Boskov: “Fútbol es futbol, goles son goles y triunfos son triunfos”. El resto son macanas.