Jorge Bustos-El Mundo
- Hubo un tiempo en que el PSOE ganaba elecciones para formar gobiernos y ahora forma gobiernos para ganar elecciones, sentencia Rodríguez Braun. ¿Pero qué clase de gobierno aproxima una victoria electoral? Pues uno que se cuide mucho de ser socialista. Uno que, sirviéndose de la popularidad de la sigla y la funcionalidad del aparato, cosa la brecha abierta entre partido añejo y votante actual con una descarada operación de vaciado de lo propio y suplantación de lo ajeno. Se queja Iglesias de que este Gobierno es un guiño indisimulado al centro y a la derecha. Y lleva razón.
Pedro Sánchez ha podido culminar esa operación porque es un significante vacío, un político cuántico cuyo exterior admite las posiciones sucesivas de la socialdemocracia tradicional, el populismo anticasta o el liberalismo patriótico mientras en su interior permanece fija la energía de la voluntad de poder. Es la fantasía de cualquier spin doctor, la boca hecha agua de Pigmalión. Pero el triunfo de su ambición no se explica sin la crisis de representación de la socialdemocracia y sin el miedo a las urnas que atenaza a los actores convencionales. Sánchez es presidente porque lo han querido PP -por eso no dimitió el jueves Rajoy-, PSOE y PNV. Si Gustavo Bueno hubiera presenciado su llegada al poder y la composición de su gabinete, quizá habría advertido una maniobra de cierre categorial: la restricción del campo de juego político a los márgenes establecidos en 1978. Dos partidos de turno y un árbitro nacionalista.
Para salvar el pasado, Sánchez ha tenido que madrugar el futuro. Liquidar las señas clásicas del socialismo y usurpar el patriotismo transversal con que las encuestas venían premiando a Cs, su valedor natural. Que sea Robles quien dé ahora vivas al Rey y Borrell quien exclame que España es una gran nación obrará un efecto milagroso en un país de antifranquistas perpetuos: por un tiempo ya no será de fachas querer a España, cosa que se agradece en vísperas del Mundial. Pero que la representación partidaria esté en crisis no significa que esté rota: si el Atleti ganara la final de la Champions con los jugadores del Madrid, ninguna de las dos aficiones quedaría satisfecha. ¿Vamos a Cibeles o a Neptuno? Eso hace Sánchez apropiándose de la identidad política de Rivera.
El problema, claro, es de credibilidad. Lo importante no es quién manda sino qué ideas están el poder. Y el portador de ideas impostadas se delata pronto. Ayer mismo el Gobierno Sánchez levantó a Torra el control de las cuentas. Y el polvo de estrellas del Ejecutivo galáctico quedó barrido por la grosera manifestación de un chantaje, el de sus socios de censura, que recuerda al césar el origen terrenal de su presidencia. Bien sabe este ministro de Ciencia que las estrellas también mueren.