EL MUNDO 30/10/14
VICTORIA PREGO
No lo han entendido, señores. No se han dado ustedes cuenta todavía de que el veredicto de la opinión pública está ya dictado y que pesa sobre sus cabezas y las de sus respectivas siglas una condena sin paliativos por parte de una masa ingente de electores. Siguen ustedes sin comprender lo inútil de ese ejercicio que practican en el Congreso y que consiste en tirarse las vergüenzas a la cara, como si eso les librase a ustedes de sus propias vergüenzas. Y a estas alturas no han comprendido que espectáculos como el ofrecido ayer en el Congreso para lo que sirven es para ratificar a la opinión pública en su juicio de que «todos son iguales». No todos lo son, es cierto, pero también lo es que algunos se parecen entre sí como gotas de agua.
Lo que el país necesita, exige más bien, no son sesiones parlamentarias en las que se repasen los innumerables episodios de corrupción que se han destapado en los últimos tiempos protagonizados por partidos políticos y sindicatos. Si ya nos acordamos muy bien de ellos, si no hace falta que nos hagan la enésima enumeración de lo que ya sabemos.
Tampoco deberían ustedes ofrecernos el triste espectáculo de iniciar de repente una carrera para ver quién llega el primero a presentar unas medidas de regeneración, o como se llame eso a lo que están ahora dedicados, para aparecer como los más limpios del patio. Sobre todo porque, a estas alturas, nadie se lo va a creer.
Se les debería haber metido ya en la cabeza que el mal está hecho, que llevan demasiados años permitiendo unas prácticas inadmisibles a cargo de los que, se supone, eran servidores públicos, y que ahora se trata de recoger como se pueda la leche derramada, sabiendo que una parte importante de ella quedará para siempre esparcida por el suelo.
Se trata, señores, de que, con humildad y siendo conscientes del plomo que llevan en los zapatos, se afanen en aprobar medidas que hagan más difícil cometer las trapacerías que se han perpetrado. Y de que las aprueben, si no juntos, por si no se quieren contaminar unos de otros, por lo menos sí de acuerdo. Para que parezca que se ponen de verdad manos a la obra. Pero lo más importante es que hagan imposible, no con medidas legislativas, sino imponiendo en la práctica unos códigos morales de comportamiento en sus respectivas organizaciones, que hagan imposible, digo, que los partidos, los sindicatos, esas instituciones públicas esenciales en una democracia, sean un refugio para los ladrones. Que, al contrario, se conviertan en una escuela de comportamiento ético donde el servicio público recobre su digno significado original. No lo han entendido todavía, señores, pero el tiempo para entretenerse en combates a primera sangre se les ha acabado ya.