Tonia Etxarri-El Correo

No son buenos tiempos para reconocer la mala praxis de las cloacas propias. Por eso el presidente del Gobierno lleva ocho días evitando a la prensa, sin tener nada que decir de la pillada (que no, inventada) de Leire Díez en plena operación de desprestigio de la Guardia Civil que investiga presuntos casos de corrupción del entorno de la Moncloa y Ferraz. Ni mú, ayer en Melilla. Frente al silente Pedro Sánchez, el presidente de Castilla-La Mancha sigue levantando la voz en el desierto socialista. García Page ha decidido tirar por elevación en un intento desesperado de salvar el escaso prestigio que le queda al PSOE, atenazado por los casos de corrupción y por las oscuras maniobras contra la labor de los jueces que intentan cumplir con su deber en un campo sembrado de minas de presión.

Page dice que siente «repugnancia ante tanto cruterío». No es una referencia genérica al deterioro de la política. Se trata de una constatación de que su partido, el que presentó la moción de censura contra el Gobierno anterior del PP porque quería acabar con la corrupción, no está tomando medidas contra su aguerrida periodista que, lo mismo ofrecía beneficios penales a procesados por fraude que enviaba a dos emisarios a Badajoz para espiar la vida de la juez que instruye la causa contra el hermano de Sánchez.

¿Cómo piensan salir los socialistas del Gobierno de este atolladero donde no paran de cometer errores de aprendices de regímenes tan distanciados de las democracias occidentales? La maniobra tan burda de hacerse eco de una manipulación de una conversación entre un ex cargo de la UCO y un confidente, da la medida de la situación tan desesperada a la que ha llegado el entorno de Sánchez, empeñado en desactivar cualquier investigación judicial que pueda perjudicarle.

Lo cierto es que daba apuro y vergüenza ajena ver, este fin de semana, a tres ministros moviéndose como pollo sin cabeza sobre el lodo que ellos mismos habían esparcido al hacerse eco de un bulo. Sin límites y sin rubor. Capaces de avalar la tergiversación de un comentario para convertir a quien se sentía víctima, el capitán que había investigado el ‘caso Koldo’, en verdugo imaginario del presidente.

El final de esta legislatura está siendo muy sucio. Feijóo exhibe músculo, convoca manifestación y pide multicomparecencias parlamentarias mientras los socios de Sánchez miran para otro lado, con la excepción de Podemos. El PNV, a la cabeza de la comitiva de los silentes. Gracias al partido de Aitor Esteban, convertido en notario mudo de los excesos, un problema menos para Sánchez. El ‘fair play’, el respeto al adversario a pesar de las discrepancias y el consenso para suscribir políticas de Estado han pasado a mejor vida. El legado de la Transición del 78 se ha arrinconado y la democracia se va debilitando. Demasiados silencios en la familia socialista que solo un barón se atreve a denunciar. Y los ministros que propagaron el bulo, incapaces de desactivar la bomba lapa imaginaria, incapaces de pedir disculpas al excapitán de la UCO a quien han injuriado y calumniado al haberle atribuido una intención delictiva