Tonia Etxarri-El Correo

No se ha producido diálogo político porque Pedro Sánchez no lo ha buscado

Compás de espera. Instituciones bloqueadas. Pedro Sánchez dará a conocer sus trescientas propuestas en un programa concebido para formar un Gobierno monocolor. Será mañana. Pensando en Iglesias, el político más presionado de este verano. Si le gustan las medidas a Pablo y accede a apoyar al PSOE desde fuera (sin ministerios) bien para Pedro. Para la ciudadanía, un programa de izquierda con gasto público ilimitado y subida de impuestos que no tenga objeción de los populistas, sería otro cantar. De lo contrario, si Podemos no se rinde, nuevas elecciones.

La mayoría de diputados comparten la sensación de que hay que enfundarse de nuevo el uniforme electoral. Albert Rivera sigue silente. Pero Casado ya ha empezado queriendo sumar a todo el centro derecha bajo las siglas del PP. Queda poco margen hasta el 23 de setiembre. Tic, tac. ¿En qué consistirá la oferta de Sánchez que no ha sido pactada con ningún interlocutor político? En sus propuestas económicas inspiradas en el pacto presupuestario que ya firmó con Iglesias y que se lo tumbaron los secesionistas catalanes en el Congreso. Y en las demandas sociales de los colectivos con los que se ha entrevistado este verano. ¿Y las condiciones de los partidos? Sánchez los ha suplantado por las asociaciones que, aunque no le puedan dar apoyo parlamentario porque no son diputados, ayudan al menos a engrosar la imagen de mayor fortaleza de un líder que, hoy por hoy, tiene 123 escaños de los 350 del hemiciclo. En el segundo turno se entrevistará con el PNV, su socio cántabro y más adelante llamará al PP, Ciudadanos y Podemos. Iglesias, en la espera, se está consumiendo y Rivera, en principio, no tiene intención de acudir a escuchar al inquilino en funciones de La Moncloa. Pocos avances, pues, desde las elecciones de abril.

Durante este interregno estival en donde no se ha producido diálogo político porque Sánchez no lo ha buscado, el líder socialista ha mantenido un silencio inquietante sobre Cataluña mientras los gobernantes de la Generalitat, aunque divididos, se organizan para montar un lío en cuanto se conozca la sentencia del ‘procés’. Cuando la dé a conocer el tribunal que preside Manuel Marchena. Movilizaciones que pretenden volver a implicar a instituciones como la del Parlamento de Cataluña. ERC y los neoconvergentes nos darán jornadas de gloria y conflicto. Salvo alguna referencia a las diferencias que los socialistas mantienen con Podemos en «cuestiones de Estado» la actitud escurridiza de Sánchez sobre el gran desafío independentista catalán al que se debe enfrentar este país, ha sido sistemática. Incomprensiblemente. Como si el silencio fuera una medida eficaz para resolver el problema. Es cierto que desde la secretaría de Estado dependiente del Ministerio de Asuntos Exteriores se ha puesto en circulación un informe destinado a embajadas y consulados para desmontar el argumentario del ‘procés’. Algo que no hizo el Gobierno de Rajoy cuando los independentistas cuidaban con suma habilidad el mundo de la información y la opinión. Con las consabidas consignas de la inexistencia de democracia en España en donde, en su imaginario, existen presos políticos. Pero más allá de esa aportación diplomática para contrarrestar la propaganda secesionista, la ciudadanía tiene que saber qué planes tiene Sánchez, si llegara a gobernar, para Cataluña. Con la anomalía de la convivencia en donde el 90% de los casos de violencia política es obra de los independentistas. No lo dice. Solo se cuelga medallas. Cree que si ha descendido el apoyo al secesionismo en Cataluña se lo debemos a él.

Su último movimiento ha sido intentar ubicarse en un centro imaginario. Cuando se trata de la vulneración de la legalidad, no hay equidistancia posible. Pero él lo intenta. Apostando por el fortalecimiento del Estado autonómico «puesto en cuestión no solamente por las fuerzas independentistas que quieren quebrarlo sino también por otras que quieren recentralizar». Eso dice. Pero no es lo mismo. Los primeros intentaron dar un golpe a la Constitución y a su propio Estatuto de autonomía, algunos huyeron de la Justicia y otros prefirieron rendir cuentas ante los tribunales. Están acusados de haber cometido graves delitos desde el poder. Los segundos podrán defender una recentralización discutible pero no se han planteado vulnerar la ley. Ésa es la diferencia. Resulta tramposo, pues, pretender acomodarse frente a la vulneración de la legalidad, en un intermedio inexistente.