Amando de Miguel, LIBERTAD DIGITAL, 12/11/11
Me llama la atención el horror a la corbata por parte de los terroristas varones y el pelo a lo garsón de las terroristas. Otra cosa. En los juicios los terroristas vascos manifiestan todo tipo de gestos y posturas que indican desprecio a la Justicia.
Juan José Carballal se fija en el lenguaje no verbal de los terroristas vascos, por ejemplo, su indumentaria. Añade el logotipo del hacha y la serpiente más las capuchas, encima con la boina. Su interpretación es que todo ello obedece a «un exceso de simpleza y una falta de madurez». Estoy de acuerdo. Pero se trata de un infantilismo perfectamente buscado para eliminar el sentimiento de culpa. Un terrorista no cumple su cometido si tiene un atisbo de sentimiento de culpa. Respecto a ese extraño logotipo del hacha y la serpiente, yo también me pregunto qué significa toda esa simbología un tanto pueril. En muchas culturas la serpiente significa el mal, la destrucción; suele ser un símbolo femenino. Por lo mismo el hacha simboliza la fuerza, la muerte, la lucha, y es un símbolo masculino.
Me llama la atención el horror a la corbata por parte de los terroristas varones y el pelo a lo garsón de las terroristas. Otra cosa. En los juicios los terroristas vascos manifiestan todo tipo de gestos y posturas que indican desprecio a la Justicia. Sin embargo, no veo que esas conductas agraven sus penas. Puede que sea mi ignorancia jurídica, pero no me parece de sentido común esa condescendencia por parte de los jueces. Va a ser un espectáculo el comportamiento, el atuendo y los ademanes de los representantes de Amaiur (o como se llame) en el Congreso de los Diputados. No sé qué validez tendrá su juramento de la Constitución Española. Será un juramento «por imperativo legal», es decir, moralmente inválido. Sin embargo, supongo que cobrarán los sueldos y otras gabelas «por imperativo legal» sin ningún remordimiento.
Alberto Torrijos razona el extraño caso de los terroristas vascos que, con su cara tapada, intenten fundamentar un Estado independiente. Don Alberto sostiene que ningún nuevo Estado en Europa ha empezado de esa manera. Estoy de acuerdo en que es una forma muy rara de fundamentar un Estado. Pero tenemos el precedente de Irlanda, aunque ahí se enfrentaban dos comunidades armadas que se mataban entre ellas. Nada de eso ocurre en las Vascongadas. Digo las Vascongadas porque esa es la nueva terminología de los terroristas vascos. De esa forma indican que aspiran a unificarse con las tres provincias vascofrancesas y con Navarra. Otra diferencia con Irlanda es que históricamente fue una entidad diferente de Inglaterra, pero las tres provincias vascas siempre fueron parte de Castilla (y, antes, de la Hispania romana o visigótica). Todavía Navarra sí fue un reino independiente, lo que hace aún más difícil que sea fagocitado por Euskadi.
Volvamos a símbolos más de andar por casa. José Antonio Martínez Pons asegura que él no es amigo de esa fórmula del besuqueo en las mejillas que se dan las mujeres entre ellas o que dan los varones a las mujeres. Bien, «de gústibus et colóribus non est disputándum». Es decir, sobre gustos no hay nada escrito, aunque se puede escribir mucho. Simplemente observo que esa costumbre está muy arraigada e incluso se extiende al mundo de habla inglesa donde lo tradicional era un solo beso, no dos. Se trata de besos que no tienen por qué rozar la piel. Otra cosa nueva es que en España el uso de esos besos de reconocimiento se empieza a dar entre varones perfectamente heterosexuales. Por lo mismo, entre amigos varones y heterosexuales, cuando se despiden por teléfono, pueden decir tranquilamente «un beso», como antes decían «un abrazo». Ya sé que a don José Antonio, tan circunspecto él, no le va a gustar nada la moda que describo, pero aquí soy notario, no fiscal.
Hablando de costumbres cotidianas, Fermín Sánchez de Medina se pregunta por qué tenemos los españoles unos horarios tan tardíos, por ejemplo, para comer y cenar. Lo único que sé decir es que ese desfase es algo relativamente reciente. Hace un siglo o dos los españoles tenían un horario muy parecido al del resto de los europeos. A principios del siglo XX los bohemios madrileños empezaron a retrasar el horario. Esa costumbre tan rara fue adoptada poco a poco por el resto de los madrileños y al final por todos los españoles. Por lo general, a los turistas extranjeros les encanta esa disonancia. No sé si se acabará imponiendo en la Europa boreal, como se han impuesto las tapas de cocina o la cerveza fría. No siempre los españoles copiamos nuestras costumbres del exterior.
Amando de Miguel, LIBERTAD DIGITAL, 12/11/11