Luis Ventoso-ABC
El médico llama indecentes a quienes critican las palabras del militar
Enero de 2007. Gobierna Zapatero y Bono es ministro de Defensa. El teniente general José Mena, palentino de 64 años, ofrece un discurso en Sevilla con motivo de la Pascua Militar. Allí advierte de «las graves consecuencias que tendría para las Fuerzas Armadas» que una comunidad aprobase un estatuto inconstitucional. Mena recuerda que el artículo 8 de la Constitución establece que «las Fuerzas Armadas tienen como misión garantizar la soberanía e independencia de España, defender su integridad territorial y el ordenamiento constitucional». ¿Qué ocurre? ¡Escándalo ante la supuesta agresión del general a los buenos de los nacionalistas catalanes! Al día siguiente, Bono ordena que sea sometido a arresto domiciliario de ocho días y acto seguido lo cesa. Defensa lo acusa de incumplir su deber de neutralidad política y crear «alarma social».
Abril de 2020. Gobierna Sánchez. España lleva un mes largo sometida a un insólito estado de alerta, con la población confinada, medida que muchos juristas ven propia de un estado de excepción. Además el Gobierno acumula gestos autoritarios (acoso a la oposición ante la Fiscalía, una pregunta del CIS apoyando la censura, ataques de Iglesias a los medios críticos…). En ese contexto, un general de la Guardia Civil afirma el domingo, en declaración leída en la rueda de prensa, que el Cuerpo trabaja «para minimizar el clima contrario a la gestión de la crisis por parte del Gobierno». La polémica es enorme y en democracias de más solera, el general José Santiago ya estaría en casa. ¿Qué pasa aquí? El militar comparece de nuevo al día siguiente. Alardea de su hoja de servicios de 40 años -en efecto, magnífica- y explica que «no hay ideología, porque si algo he aprendido es que lo primero son las personas». Y listo. No se retracta del disparate antidemocrático que soltó en la víspera, ni pide disculpas. De propina, sus compañeros de estrado rompen a aplaudirlo, como si fuesen críos en un cumple, mientras Moncloa censura todas las preguntas de los periodistas sobre las insólitas palabras del general, el tema del día en España.
Acto seguido, el médico Fernando Simón, al que teníamos por un técnico -el gran visionario que en el 13 de febrero afirmó que en España «no existe riesgo de infección»- se transforma en político. Califica de indignos a los que han cuestionado las palabras del general y explica que «no se pueden utilizar los fallos que podamos tener en los discursos para la crítica, porque estamos al límite de nuestra capacidad y resistencia». Pues descanse, doctor Simón. Nadie le pide que no duerma ni coma, ni que sea un súper prota al borde del colapso físico. Lo que sí se le pide es que sea capaz de liderar un equipo eficaz para atender a la emergencia. Y algún día, aproveche para ir a clase con el general Santiago y el secretario de Estado Oliver, porque los tres necesitan con urgencia refrescar la asignatura de Libertad de Prensa, que se imparte en Primero de Democracia.
Qué turbios aromas emanan de este Gobierno.