Juan Carlos Girauta-ABC
- Acudamos a nuestros fundamentos más profundos: el hombre es libre para escoger el bien o el mal
Más o menos libertad, más o menos libertades. Ese es todo el debate. La inutilidad de los artefactos izquierda y derecha, puñales de madera, empezó a hacerse evidente cuando los periodistas occidentales no supieron en qué lado situar a los actores políticos soviéticos durante el proceso de hundimiento del imperio comunista. Una nueva tensión intelectual y moral acababa de tomar las cabezas y los corazoncitos de los analistas: de repente llamaban «derecha», o «reaccionarios», a los que querían preservar el marxismo-leninismo. Tocados y hundidos.
Más o menos libertades y, una por una, más o menos libertad. No parece tan difícil. La vieja dicotomía de los lados -cuyo mejor defecto es que dependen del observador- surgió en la Francia revolucionaria y encuentra su asiento en el asiento que encontraron los miembros de la Asamblea Nacional. Perpetuarla dos siglos largos más tarde no tiene justificación fuera de la pereza.
El fiel de una balanza ideológica útil debería ser la democracia liberal. Ahí estaría la verticalidad. Ocupan el platillo de la libertad consecuciones antiguas. La Europa de la segunda posguerra ha traído paz, prosperidad e intervencionismo. No solo el Estado ha ido ocupando espacios privados. El mega Estado federal en formación llamado UE solo ha maquillado, no corregido, el «déficit democrático» de la CE y de la CEE.
Dirán los apresurados que no ganamos nada cambiando el criterio porque un platillo está a la izquierda y otro a la derecha. Zarandajas. Prueben a seguir usando los dos lados para entender el mundo. ¿A qué quieren llamar izquierda? ¿Al que protege a los trabajadores prohibiendo el despido y las subidas de alquiler? Franco era de izquierdas. ¿Lo llamamos derecha? Podemos es de derechas. No se líen. Más o menos libertad, eso es todo. ¿Tú eres de más o de menos? Yo soy de más. ¿Mucho más? Bastante más. Punto.
Prohibir cosas es menos libertad, y no pasa nada. Hay que prohibir muchas cosas en la vida. Puede usted pensar que liberalizar el despido es intrínsecamente malo, y aun así deberá admitir que introduce libertad. España está llena de enemigos de la libertad a los que les da vergüenza admitirlo. Suéltense el pelo. Digan abiertamente dónde cercenar y dónde no cercenar libertades y todos entenderemos mejor su posición. Les da reparo por el prestigio de la palabra, claro, pero eso se pasa leyendo. Acudamos a nuestros fundamentos más profundos: el hombre es libre para escoger el bien o el mal. En el Cristianismo el hombre nace libre.
Por supuesto, nadie que confunda la gestión de la cosa pública con la conducción de un rebaño, con la orientación moral de los administrados o con la recta guía de una muchedumbre de menores de edad puede siquiera empezar a entender el sentido y conveniencia de ordenar en nuestra cabeza las cuestiones políticas de acuerdo con el criterio de la libertad y las libertades. ¿Más o menos? Con eso basta.