- Miren a Ponsatí, la que llamaba ‘exilio’ a estar en el Parlamento Europeo, fugada de una democracia. Esta señora quería muertos y no se privaba de decirlo. Afirmaba que la secesión era «tan importante como para valer una vida», y que si esto no se asumía, la independencia no llegaría nunca
Todavía me desconcierta que Puigdemont se dejara engañar por Sánchez. Está claro que valoré la astucia del golpista de forma exagerada, aun teniéndola por ínfima, por microscópica. Ridículamente limitada, ¡pero no inexistente, voto a Bríos! Una de las cosas que extraña de los separatistas cuando los conoces es su capacidad para combinar intenciones perversas, actos delictivos y una ingenua visión del mundo. Miren a Ponsatí, la que llamaba ‘exilio’ a estar en el Parlamento Europeo, fugada de una democracia. Esta señora quería muertos y no se privaba de decirlo. Afirmaba que la secesión era «tan importante como para valer una vida», y que si esto no se asumía, la independencia no llegaría nunca. En realidad, decía «no se hará nunca», pues esta panda utiliza la expresión «hacer la independencia», como el que hace un cocido. Por suerte no dicen «voy a hacerme una independencia y ahora vuelvo», giro con connotaciones metafóricas más adecuadas a su proyecto.
Cuando uno oía a Ponsatí, se preguntaba por qué no empezaba ella. ¡Tanto insistir! Para animar a alguien, recordaba que morir por la independencia «no es una situación especialmente extraña en el curso de la historia». Ni bombardear ciudades, ni matar a los primogénitos, ni que la tropa victoriosa viole a todas las mujeres en la capital del enemigo. Nada especialmente extraño en el curso de la historia, tan larga, tan negra y tan sangrienta. En su política de buscar un muerto como fuera para arrojárselo a España, reclamó de los catalanes disposición al sacrificio. Recuerdo todo esto para que nadie olvide el tipo de especímenes del que estamos hablando. Ponsatí, por supuesto, no estaba por la labor de jugar ella el papel que tan necesario veía. Muérete tú si acaso, que ya yo…
Sí, están muy enfermos, porque la obsesión del muerto imprescindible la comparten muchos de entre ellos, si bien la mayoría prefiere no comentarlo en público. Se da la curiosa circunstancia de que la Ponsatí, Puigdemont y Toni Comín (hijo tonto del admirable Alfonso Comín), todos recientemente despojados de su escaño europeo, todos dándoselas de exiliados sin la menor vergüenza (un insulto a los exiliados de verdad, como lo fue mi padre, que cruzó a pie los Pirineos en febrero de 1939, con doce años), todos sujetos peligrosísimos, son a la vez profundamente ingenuos. Sé que a almas tan oscuras no cabe en rigor atribuir ingenuidad, concepto que consiste, justamente, en la falta de malicia. Pero hay que intentar enfrentarse a esa incongruencia para arañar al vuelo el sentido de lo que pretendemos transmitir. Hubiera jurado que Sánchez no engañaría a Puigdemont, que no le arrancaría los votos para la investidura. Además, el golpista no podía tener peor opinión del autócrata. Sin embargo, lo engañó por esa candidez inexplicable del canalla. Lo del catalanismo contemporáneo no es la banalidad del mal, es el escalofriante espectáculo de una galería de tardos convencidos de ser grandes estrategas. Me darían pena si no hubieran destrozado los escenarios de mi pasado. Bah.