Miquel Escudero-El Correo

La teoría de la conspiración señala la tendencia a decretar una sola explicación para todo cuanto ocurre: las fuerzas del mal; sean cuales sean. Es una expresión de uso corriente que fue acuñada por el historiador estadounidense Richard Hofstadter, quien estudió los efectos de la paranoia en la política y que abandonó el partido comunista cuando Stalin pactó con Hitler no agredirse.

A cualquier extremista le trae al pairo la realidad. Todos, sin excepción, niegan la posibilidad de una intersección de distintas conveniencias, del azar o de la existencia de causas fortuitas. Son actitudes arcaicas que se hunden en la puerilidad. De este modo, absolutamente todo giraría en torno a conspiraciones de distinto signo. Con este panorama es inútil razonar y llevar así una vida humana.

Leo una encuesta de hace cinco años que sitúa más arraigada de lo que podríamos imaginar la creencia de que la Tierra es plana. Tengo solo datos de Estados Unidos y Francia: entre los jóvenes de 18 a 24 años, se declaran tierraplanistas uno de cada tres estadounidenses y uno de cada cinco franceses. ¿No es preocupante el auge de la ignorancia más desoladora?

El avance de la pseudociencia abre boquetes totalitarios. El cultivo sistemático de la estupidez y la arbitrariedad destroza la civilidad. A propósito de la ocupación nazi de París, Chaves Nogales dijo en ‘La agonía de Francia’ (1941) que el Estado podía hundirse y el pueblo caer en la esclavitud «sin que el autobús haya dejado de pasar por la esquina a la hora exacta, sin que se interrumpan los teléfonos, sin que los trenes se retrasen un minuto ni los periódicos dejen de publicar una sola edición».