Eduardo Uriarte, EL PAÍS, 21/12/11
En el metro de Tokio existen unos empleados que se encargan de empujar a los sufridos ciudadanos dentro de los vagones con el fin de que quepan todos. Aquí carecemos de esos funcionarios y de esa sumisión tan oriental, y no estaríamos dispuestos a consentirlo. O quizás si, porque si nos cuentan un cuento chino que nos seduzca quizás seamos capaces de admitir los empujones y mucho más. Todo depende de la reiteración y convicción con la que nos hablen los que nos mandan y de los trucos que usen para deslumbrarnos.
Ante el señuelo maravilloso de la paz más de uno nos dice que hay que empujar. Lo dice Urkullu y lo dice Eguiguren -este también dice que hay que quemarse-, como si una paz civilizada pudiera conseguirse a base de empujones. Pero la paz muy pocas veces ha sido civilizada; es como su símbolo, la paloma, que lo deja todo hecho un asco. La mayor parte de las veces la paz, ese concepto tan feliz, se ha impuesto a cañonazos, pero goza de un patético prestigio en manos de sus publicistas. La paz más famosa fue la romana, y la imponía sus legiones; luego venían el Derecho, las vías, el circo, el orden, y después la película La vida de Brian. Era una paz útil y merecía la pena. La de Versalles fue muy malamente impuesta; fue el principio de otra guerra mucho peor. Es decir, contraproducente. Así que, por favor, no se dejen seducir siempre por la paz y menos por una que necesita de empujones o salir chamuscados. Ni es un metro ni una carbonería. Hay también quienes necesitan la paz para hacer ver la existencia de una guerra anterior, y una vez que la declaran justificar a los enemigos y ponerlos en libertad.
No se conformen con una paz -a empujones-, consecuencia de un falso conflicto, concepto exagerado para mayor gloria de un agónico terrorismo. Porque al paso alegre de la paz lo primero que hicieron es prohibir la presencia en el Ayuntamiento de los escoltas de los sufridos concejales amenazados de Andoain y Lasarte o que ahora Bildu pida a la Diputación de Álava que anule la subvención a la Fundación Fernando Buesa, exdiputado general asesinado por ETA. Mientras, el Gobierno vasco subvenciona una expedición a Irlanda del Norte de jóvenes de Bildu, PNV y PSE para que se enteren lo que es la paz por aquellos andurriales y el lehendakari se molesta porque Amaiur no tiene grupo. No se dejen seducir.
No sólo hemos alcanzado la paz, empujados, sino que más parece les hayamos ofrecido la victoria. Mutación nada nueva. Preston recuerda en su biografía de Franco que, ante la campaña de «25 Años de Paz que le organizaba su ministro de Información Fraga, que deseaba apaciguar al régimen, el dictador la transformó en «25 Años de Victoria», con todos sus excombatientes desfilando por la Castellana recordándonos a los demás nuestra derrota. Pero entonces sabíamos distinguir entre lo que nos decían y lo que en realidad pasaba. Eso lo hemos perdido.
Eduardo Uriarte, EL PAÍS, 21/12/11