Para los que han llegado a la cúpula etarra pero no se han estrenado, la «nueva fase política» es eso que podrían fiscalizar con la autoridad de las siglas heredadas, sin siquiera moverse de su escondrijo, para dar inicio a su propia historia. Es la savia joven que induce a los veteranos a aminorar la marcha, porque amenaza con relegarlos.
La lentitud con la que la izquierda abertzale trata supuestamente de avanzar, para así convencer a ETA de que vaya pensando en desarmarse, no parece exasperar a nadie. Las formaciones gobernantes o con aspiraciones de gobernar no tendrán prisa si la violencia física no se recrudece. Mientras que los más decididos de la izquierda abertzale y los entusiastas que les acompañan estas últimas semanas se ven obligados a disimular su impaciencia, no sea que ofrezcan síntomas de fracaso. Es una cuestión de ritmos, tienden a señalar los observadores. Todavía hay resistencias que salvar, confiesan en privado los bruñidores de este nuevo proceso, para acto seguido dirigirse al Estado constitucional desplegando exigencias que de entrada cuestionarían su legitimidad.
Eso fue la declaración de Gernika del pasado sábado. Pero las tres comunicaciones que ETA ha hecho públicas durante el mes de septiembre obligan a pensar que el problema no es que la cosa vaya muy despacio; el problema es que presenta demasiados indicios de volverse hacia atrás. Es la secuencia de siempre. ETA hace un guiño -el vídeo de la BBC- que su red comercial se apresta a vender como si fuese la gran oportunidad para alcanzar la paz, para luego introducir matices -la nota de respuesta a la Declaración de Bruselas- y acabar poniendo las condiciones de siempre con una verborrea inaudita -la entrevista del pasado domingo-. No se trata de una actuación planificada; es que les sale así por instinto de conservación.
Hace quince días, el dirigente de la izquierda abertzale Xabi Larralde escribía para el público del País vasco francés que «la lucha armada no ha sido nunca más que la expresión contemporánea (y para algunos el catalizador) de la aspiración de los vascos a la soberanía». El tiempo verbal utilizado podría sugerir que la lucha armada ya no sería el reflejo de tal aspiración. Pero la lógica de Larralde tampoco llega a desbaratar la posibilidad de que la violencia etarra continúe. Qué decir de las tres comunicaciones de ETA al respecto. Ni de lejos se atreven a romper con el tabú de la renuncia a las armas, siquiera explicitándolo como horizonte deseable. Todo lo contrario, los encapuchados tienden a envalentonarse a medida que hablan de «un escenario sin limitaciones ni imposiciones».
Por su parte, la declaración de Gernika evidenció que, por distintas razones, EA y Aralar se han avenido a hacer suyo el discurso de la izquierda abertzale. En este contexto, el hecho de que hoy vaya a tener lugar en Bilbao una manifestación multitudinaria, para cuya convocatoria la izquierda abertzale ha pasado lista y a la que se ha visto obligado a sumarse el PNV -aunque no se sepa si con una delegación o con algo más- cierra el conocido círculo de la solidaridad antirepresiva. Nadie que asista a esa manifestación, que a tenor de la multiplicidad de motivaciones se presenta a la carta, puede incurrir en la ingenuidad de pensar que la marcha será inocua, cuando sus mensajes van dirigidos a exigir cuando menos que el Estado de Derecho se relaje. Y todo ello mientras el ‘facilitador’ Brian Currin anuncia la constitución de un «grupo internacional de contacto» cuya composición y objetivos serán dados a conocer a lo largo de este mes de octubre. La lentitud de lo que ocurre no exaspera a nadie, pero hay quien no puede permanecer quieto, no sea que ocurra algo que le coja por sorpresa. Al PNV le gustaría dibujar el escenario final de ETA con Zapatero, aunque ni está claro que el presidente pueda llegar a verlo desde La Moncloa, ni resulta sensato un adelantamiento tan arriesgado.
Todas las esperanzas y todas las cautelas coinciden en interpretar el momento a tenor de las dificultades o incapacidades de la trama etarra para echar la persiana. Pero a la luz de sus últimos pronunciamientos convendría plantearse otra hipótesis. Es de suponer que a los que vienen de lejos se les hace cuesta arriba admitir que su trayectoria ha acabado con muchísima más pena que gloria. Pero posiblemente el problema mayor lo estén causando quienes todavía no se han estrenado. A los primeros les resultará dificultoso clausurar 50 años de historia sectarizada. Pero los segundos están dando inicio a una nueva etapa épica en la historia de los vascos. El obstáculo al que se enfrentarían Rufi Etxeberria y los suyos no es la posible aparición de una ‘ETA auténtica’ que reclamase su herencia histórica negándose a deponer las armas. Más bien se trata del problema que suponen quienes han sido alistados y encuadrados recientemente y han llegado en tiempo récord a hacerse con las riendas de una organización en declive. No es que no se les pueda confiar el cierre definitivo del negocio. Es que acaban de abrirlo.
El «cambio político» al que apelan los portavoces de ETA y los dirigentes más disciplinados de la izquierda abertzale encierra un doble significado. Para los veteranos supone la posibilidad de edulcorar su derrota mintiéndose a sí mismos y proclamando como victoria la constitución de un ‘polo soberanista’ que puedan controlar. Pero para los que todavía no se han estrenado y, sin embargo, han llegado a la cúpula etarra, la «nueva fase política» es eso que podrían fiscalizar con la autoridad que les confieren las siglas heredadas sin siquiera moverse de su escondrijo. Es la savia joven que induce a los veteranos a aminorar la marcha, porque amenaza con relegarlos.
Kepa Aulestia, EL DIARIO VASCO, 2/10/2010