El Correo-ANÁLISIS TONIA ETXARRI
El problema migratorio rebasa los límites ideológicos
Desde que la crisis humanitaria provocada por la presión migratoria de quienes huyen de sus países afectados por las guerras o la pobreza nos conmovió con tantas imágenes estremecedoras, los mandatarios europeos siguen buscando una vía de solución satisfactoria y eficaz. No encuentran fórmulas mágicas, ya sean de izquierdas o de derechas. No las hay. Los refugiados y los inmigrantes que buscan un hueco en una Europa desbordada se han ido agolpando en la puerta de lo que ellos consideran el paraíso. Y en el paraíso se han topado con unos gobernantes que han ido dando bandazos en sus políticas migratorias. Los mismos protagonistas probando fórmulas contradictorias. Si Angela Merkel empezó practicando una política de puertas abiertas diciendo que Alemania necesitaba gente cualificada y terminó por apretar la mano presionada por los ultraderechistas de su país, años antes, en la España del Gobierno de Zapatero, el ministro Jesús Caldera promovía la idea de «papeles para todos» mientras su compañero de gabinete, Alfredo Pérez Rubalcaba, instalaba concertinas en las vallas de Ceuta y Melilla que luego ellos mismos criticarían.
No es lo mismo exhibir un discurso muy elaborado sobre el respeto a los derechos humanos que saber cuándo y cómo se debe poner un tope ante la constatación de que no hay vivienda, sanidad y trabajo para todos. No es lo mismo apelar a la acogida humanitaria que saber cómo se puede erradicar el tráfico de personas. No es lo mismo proponer la concesión de ayudas económicas a países como Marruecos para que refuercen sus controles migratorios (es decir, para que retengan a los emigrantes en sus países de origen) que combatir a las mafias que se dedican a vender la libertad de los más necesitados lanzándolos al mar, confiando en el fondo en que las ONG terminen su trabajo.
Pedro Sánchez ya se ha dado cuenta de que España no se puede permitir una acogida permanente de emigrantes, como los más de seiscientos que llegaron en el ‘Aquarius’ a los pocos días de haber llegado él a La Moncloa. Por eso los rescatados por el ‘Open Arms’ ya no contaron con el mismo trato deferencial que los primeros. Y siguen viniendo. El Gobierno socialista ya no puede prometer sitio para todos. Los golpes efectistas han chocado con la realidad. Y la realidad es que, después de la acogida del primer ‘Aquarius’, promocionando España como el único puerto seguro de Europa, junto con el anuncio de la sanidad universal y la retirada de las concertinas sin plan alternativo, el ‘efecto llamada’ se está produciendo con tal intensidad que algunos ministros han llegado a reconocer la situación de «emergencia».
Cuando Pedro Sánchez, recién estrenado su cargo, quiso contrarrestar el ‘efecto Salvini’ (el vicepresidente italiano que se negó a seguir acogiendo la avalancha de inmigrantes que su país venía recibiendo en los últimos años), el ministro Borrell ya dio un aviso a navegantes: que el gesto con el ‘Aquarius’ no iba a sentar ningún precedente sino que iba encaminado a llamar la atención de la Unión Europea. Se temía lo peor: que los inmigrantes seguirían llegando a nuestras costas sin que Europa, con el ascenso electoral de partidos populistas, fuera capaz de tener una sola voz.
Y así estamos. Con más necesidad que nunca de desarmar el lenguaje de la demagogia. Ni Pablo Casado es de extrema derecha por decir que no hay sitio para todos, ni las pancartas de los ayuntamientos dando la bienvenida a los inmigrantes tienen algo que ver con un plan ordenado. Porque no existe un plan general, ya no en Europa sino en nuestro país. La Junta de Andalucía pidiendo más medios porque sus municipios se encuentran desbordados y desde Euskadi, el lehendakari Urkullu, que se ofreció a acoger un 10% de los inmigrantes del primer ‘Aquarius’, emplazando a Jean Claude Juncker a un control sobre los movimientos de los inmigrantes que llegan a Francia y son devueltos a suelo español, es decir: a Irún. Este fin de semana en Doñana Angela Merkel y Pedro Sánchez, tan distantes ideológicamente, han querido escenificar su sintonía en política migratoria. Los dos se necesitan. Pero los dos tienen un estrecho margen de maniobra en sus gobiernos. El problema migratorio rebasa los límites ideológicos. Y Europa tiene que ser capaz de elaborar un plan a pesar del populismo. Un plan, sobre todo, realista. Quien hable de soluciones milagrosas sabe que estará haciendo una promesa electoral. De ésas que, luego, no se pueden cumplir.