Félix Madero-Vozpópuli

  • Vuelve por las necesidades del guion que escribe el peor presidente de la democracia

El catecismo estoico, tan de modo estos días, aconseja ocupar nuestro tiempo en aquello que tengamos cierto control. Estar pendientes de situaciones que no podemos modificar y mucho menos mejorar no tiene sentido para todos los que han seguido y siguen hoy las enseñanzas de Zenón de Citio. Si es como nos cuentan, entonces debemos considerar que carece de importancia la contemplación del pasado, y menos aún la sugerencia de un futuro, ambos inasibles y escurridizos. El pasado, que creemos conocer, no se puede modificar, por lo que el lamento no cabe. El futuro es una incógnita, por lo que carece de sentido preocuparse por lo que ignoramos. Cabe aquí ese verso maravilloso de Ángel González: Te llaman porvenir porque no vienes nunca.

Si hay un tiempo en el que nos podemos sentir soberanos ese es el presente. Pero el presente dura poco, tan poco, que lo escrito hasta ahora es ya pasado. Pura metafísica con la que los hombres luchamos desde que disponemos de la cualidad más humana, la consciencia, la capacidad de reconocer la realidad, el conocimiento inmediato que tenemos de nosotros mismos.

Y parece que fue ayer

Pasado mañana se cumplirán 50 años de la muerte de Franco. Medio siglo debería ser un tiempo más que suficiente para recordar una efeméride así desde la distancia, pero, a lo que se ve, ni podemos ni queremos. Que hay un verdadero interés en que el dictador siga vivo es algo que se explica fácilmente en sociedades divididas y polarizadas. Incluso el término fascista se ha hecho habitual, y eso que Franco fue el epítome del nacional catolicismo, doctrina alejada del fascismo falangista de aquellos tiempos. Pero es igual, todo vale si es bueno para el convento. Al sanchismo la invocación permanente al franquismo, que afirman está incrustado en Vox y el PP, le sirve para ir tirando. Para esconder incapacidades y adornar sus mentiras. La verdad, o su mera aproximación, es una entelequia por mucho que se sostenga en lo genuinamente factual. Me pasa con aquel tiempo lo mismo que a Orson Welles, que no soy tan joven como para saberlo todo.

Si leyera estos días los suplementos que se han publicado con motivo de los 50 años de la muerte de Franco no habría hecho otra cosa. He leído artículos muy interesantes, otros menos; épicas firmas de gente que olvida que el dictador murió en su cama y fue el tiempo el que lo derrotó. Opiniones de articulistas que no pueden recordar nada porque eran criaturas; otras de personas que no habían nacido cuando Franco moría. Yo tenía 15 años, y recuerdo bien aquellos días, pero sobre todo rememoro el silencio que se instaló en mi casa el día que Arias Navarro hacia pucheros frente a la cámara de televisión para darnos la esperada noticia después de que un periódico un día antes se atreviera a titular en portada con un “Franco agoniza”.

Entre la tecnocracia y la dictadura

Afirman las encuestas que hoy hay España jóvenes con menos de 18 años que juegan caprichosamente con los beneficios de una dictadura que no vivieron, ni les han contado, ni la han estudiado. Estos muchachos, partidarios también de una tecnocracia antes de que la democracia, deberían reparar en esto que recuerdo, que la censura era la norma, y que un titular tan simple como el que les traigo necesitó de arrojo y atrevimiento. Pero cómo iba a agonizar Franco si era eterno, o como mínimo inmortal, y eso es lo que nos hacían creer. Acierta nuestro compañero Miguel Ángel Aguilar al titular su último libro, que encarecidamente recomiendo, No había costumbre. Crónica de la muerte de Franco (Ed. Ladera Norte, 20025) Hace medio siglo era imposible imaginar la desaparición del Caudillo, como si la finitud no fuera con él. Y así es lo que parece a tenor del empeño del sanchismo en perpetuar la existencia del dictador. Inexistentes en la dictadura y desaparecidos en el combate para derribarla, contra Franco estos socialistas de hoy viven mejor.

Memoria histórica desequilibrada

Antes este empeño como no recordar aquello que puedo revivir. Toda memoria es selectiva, desde luego la mía lo es. Muerto Franco, lejos de la mayoría legal necesaria para votar, pero deseando que llegara ese momento, viví, estudié y trabajé muchos años sin necesidad de reparar en un tiempo que la democracia y el acuerdo entre los contendientes de aquella guerra lejana dieron por superado, dicho esto con todos los matices que ustedes quieran.

Así, hasta que llegó el Psoe con sus desequilibradas leyes de la memoria histórica, en la que se colocan sistemáticamente las víctimas en un lado y los victimarios en el otro. Hoy el Gobierno quiere colocar una placa en lo que fue la DGS en la puerta del Sol, en la que se torturaron y murieron personas tras una paliza. Hubo hasta un boxeador profesional contratado para torturar cuando los policías encargados tenían mucho trabajo o las manos hinchadas de tanto pegar. Una placa en lo que hoy es la presidencia de la Comunidad de Madrid es una necesidad, pero resulta imposible colocar otra en la fachada del Círculo de Bellas Artes, la principal checa de Madrid en la que se hizo exactamente lo mismo que en la puerta del Sol durante la Guerra Civil.

Igual que hace 50 años

Como Franco no se ha muerto vuelve por las necesidades del guion que escribe el peor presidente de la democracia. Medio siglo después, España es un país en el que leyes muy principales no se cumplen o se desprecian; la separación de poderes es una entelequia; se gobierna de espaldas al Congreso; se construyen muros entre españoles; se roba el dinero público y se banalizan los impulsos autócratas de sus dirigentes que, además, se niegan a responder preguntas o dar entrevistas allí donde saben que hay un periodista capaz de distinguir una pregunta de un felpudo. Hace medio siglo era un joven ilusionado por el porvenir que tanto costaba que llegara a este país. Ortega y Gasset había escrito que considerarse de izquierda o de derechas “era una de las infinitas maneras de ser imbécil”. Me pareció una afrenta entonces, una verdad de libro ahora. Sí, recordar aquella época tiene algunos riesgos. El principal es que muchos siguen siendo franquistas sin saberlo. Para lo que pretendo decir el color del carnet importa poco.