JOSEBA ARREGUI-EL CORREO
- El hombre está perdido en la búsqueda de sí mismo, sin mediación que le guíe
En un libro publicado en 1997, Francis Cairncross desarrolla la idea de que la revolución en las comunicaciones y los cambios que la acompañan implican la muerte de la distancia, ‘The death of distance’. Si las nuevas tecnologías de la comunicación nos regalan algo parecido a la ubicuidad, la posibilidad de estar al mismo tiempo en muchos puntos geográficos, nos permiten ser, sin salir del salón de nuestras casas, espectadores del derrumbe de las torres gemelas en Nueva York, del desastre del tsunami en Tailandia o la catástrofe nuclear de Fukushima. Parece que las premisas en las que se basó Kant para su crítica de la razón pura, el espacio y el tiempo, se nos han escurrido entre los dedos de la mano, como se escurre el agua.
Encaramado en la más alta torre de la ubicuidad, convencido de poder iniciar la historia desde cero, sin condicionante previo alguno, capaz de proyectar el futuro para decenios y decenios, el hombre se agarra a la única fe que le queda, la fe en la ciencia, pero sin efectos secundarios.
Algunos intelectuales vendían los cambios que se estaban produciendo por la muerte de la distancia y el tiempo como la gran oportunidad de la libertad absoluta. Libertad sin las cortapisas que imponía un mundo estructurado y vivido a partir de las distancias, libertad sin las limitaciones de las referencias al pasado, al presente y el futuro percibidas como condicionantes ilegítimas de la libertad absoluta de la que es capaz el hombre nietzscheano renegando de la herencia cristiana de Europa. La referencia constante a la crisis de los valores, a la falta de referencias y de referentes, la devaluación de todos los principios, la validez de todo y de nada al mismo tiempo, la desorientación y la búsqueda de sí mismo como se pone de manifiesto en la cultura de los selfies, el ansia de captarse al yo mismo que se ha perdido en el camino hacia cualquier y ningún lugar.
Vuelta a la naturaleza. Todo debe ser bio. La gran preocupación es el cuidado de la naturaleza porque no hay sustituto a la que tenemos. Los grandes planes dotados de millardos de euros y acompañados de decisiones tecnocientíficas que condicionan la evolución de nuestras sociedades en las próximas décadas pueden ser entendidos como el vacío en el que se encuentra el hombre actual perdido en la búsqueda de sí mismo sin mediación alguna que le indique el camino, porque ha destruido todas las mediaciones posibles.
El acceso al pasado más reciente les resulta imposible a las nuevas generaciones, y no solo a ellas. Pero crecen los mercados medievales, los libros historio-biográficos, se rebusca en la historia lo que ha sido callado por los poderes al mando en cada tiempo, pero también se oculta la historia en nombre de injusticias supuestas, se cambian nombres que hablaban de la historia para crear una nueva historia desde cero, sin relación alguna con el pasado.
No hace tantos años se oía decir que alguien estaba abandonado de la mano de Dios. Hoy se podría decir que el hombre actual está abandonado de Dios, pero también abandonado del mundo, un mundo cada vez más conocido por los menos y cada vez más desconocido y misterioso para la gran mayoría, un misterio creciente. Abandonado también por la historia, una historia incapaz de ligar el pasado con el futuro e incapaz de formar un presente que se sostenga. Un hombre que se ha librado de todas las mediaciones que le son necesarias para encontrarse a sí mismo.
Un hombre, el de nuestro tiempo, separado de sí mismo, sin lenguaje común por la radical victoria del nominalismo -subjetivismo radical-, y con una opinión pública hegemónica que celebra todo lo que implica lo que está destrozando al mismo hombre.