Sin ganador claro y sin estabilidad

EL MUNDO – 21/12/15 – VICTORIA PREGO

Victoria Prego
Victoria Prego

· El resultado de las elecciones dibuja un panorama con dos fuerzas a derecha e izquierda con casi idéntica representación en escaños, lo que otorga de nuevo a los partidos nacionalistas el poder de decisión.

La derrota del Partido Popular pasará a los anales de la historia de la democracia española. Nunca un partido pasó de dominar la escena política española en términos nacionales autonómicos y municipales a perder su poder en los tres ámbitos tras ejercerlo durante una única legislatura. El batacazo es de tal envergadura que no admite consideraciones del tipo «ha sido el partido más votado» o «el PP ha ganado estas elecciones». Ciertamente, los populares han obtenido más votos que su inmediato seguidor que, para fortuna de su líder, ha sido el partido encabezado por Pedro Sánchez, que sigue bajando en votos y en escaños respecto de su nivel más bajo, alcanzado bajo Alfredo Pérez Rubalcaba, pero no ha caído del todo en el oprobio de un resultado por debajo de los 90 escaños. Pero eso no es capaz de disimular la dimensión de la derrota de un equipo de gobierno que ha conseguido empezar a sacar a España de la crisis pero no ha podido superar el golpe mortal que le ha asestado una corrupción insertada en los pliegues más íntimos de su estructura, ni su abandono de todo mensaje a la ciudadanía que no estuviera pegado a las consideraciones económicas.

Cuadrar más o menos las cuentas no le ha servido a Mariano Rajoy, que ha sido abandonado en masa por los votantes que hace tan solo cuatro años le otorgaron una victoria deslumbrante y ahora le han dado la espalda con un mensaje nítido: no queremos que usted nos gobierne. Ni aunque el paro disminuya, ni aunque se siga creando empleo, ni aunque usted haya conseguido que España no pidiera el rescate, ni siquiera aunque nuestro país sea el que más crece dentro de los grandes de la Unión Europea. Con usted no queremos seguir. Es un mensaje brutal en su nitidez que impide al PP soñar siquiera en cerrar cualquier tipo de pacto que le permitiera conseguir la mayoría absoluta para formar gobierno. Porque sucede que, con los datos en la mano, la suma de Ciudadanos y el Partido Popular no llega ni de lejos a los 175 escaños que es la mayoría absoluta. Por lo tanto, Mariano Rajo tiene muy, pero que muy difícil aspirar a seguir en el palacio de La Moncloa.

Y, por lo que se refiere a la formación de Albert Rivera, adiós también a su pretensión de ser árbitro de la legislatura. Muy meritorios son sus 40 escaños pero el partido emergente ha quedado muy por debajo de lo conseguido por Podemos, su compañero de estreno en el Congreso de los Diputados. Porque ésta ha sido la gran revelación de las elecciones de ayer: el despegue fulgurante del partido de Pablo Iglesias y las diferentes marcas con que se ha presentado. Sumadas todas ellas dan un total de 69 escaños, lo cual constituye una auténtica hazaña que demuestra que la famosa «remontada» que anunciaban los líderes del partido morado no era un eslogan sino la constatación de una aplastante realidad. Y de esa realidad se concluye que Podemos le ha ganado la partida al Partido Socialista y que la formación de Pedro Sánchez está condenada a seguir la senda de Podemos, tanto si intenta pactar con está formación como –cosa poco probable– si decide sentarse a ver pasar su oportunidad de ocupar La Moncloa.

Veamos ahora las posibles combinaciones para la formación del nuevo Gobierno. Suponiendo que Rivera aceptara sumar su fuerza a la del PP para intentar parar a la otra opción que se perfila en el horizonte, un pacto entre estos dos partidos daría un total de 163 escaños. Del otro lado, un Partido Socialista que ha sufrido una evidente derrota y sigue imparable su camino descendente, puede muy bien intentar buscar refugio en los brazos de quien se dispone a devorarlo pronto pero que aún deberá esperar para darse el banquete. Los escaños sumados de PSOE, Podemos, En Comú-Podem, Compromís-Podemos- Es el Moment y En Marea, suman 160. Pero si a eso le sumamos una posible alianza con una Izquierda Unida que pierde nada menos que nueve escaños pero aún conserva unos humildes dos, tenemos otros 162 diputados. No alcanzan tampoco la mayoría absoluta pero, si piden el respaldo de los nacionalistas, estarían en disposición de impedir una hipotética investidura de un Mariano Rajoy que no olvidemos que es, desde hace mucho tiempo, su objetivo a batir.

Naturalmente, a los partidos independentistas catalanes siempre les interesará más un gobierno pluripartito de la izquierda que tendría de entrada mucha más inclinación a ceder sus posiciones en favor del famoso derecho a decidir que un gobierno PP-Ciudadanos que, aunque estuviera en minoría, opondría una férrea negativa a considerar siquiera las pretensiones secesionistas y anticonstitucionales de los dos partidos de Junts pel Sí que, con un resultado muy desigual, se han presentado por separado a estas elecciones generales. Convergència es otro de los partidos que ha sufrido un batacazo monumental porque de 16 diputados ha pasado a la mitad, ocho. Cierto que en el 2011 se presentaba junto a Unió, pero ayer el partido de Durán Lleida no ha obtenido ni un solo escaño. Así que lo cierto es que volvemos por donde solíamos porque de nuevo a los partidos nacionalistas les ha venido a las manos la potestad de inclinar la balanza en el sentido que mejor les convenga. Y no hay que abandonarse a grandes especulaciones para prever de qué lado caerán los platillos.

Y eso es así porque el resultado final deja un panorama extraordinariamente complicado: el Congreso de los Diputados se va a ver dividido en dos, con las fuerzas de izquierda sumando sus escaños y al otro lado, hay que suponer –porque ni siquiera está claro que ese escenario vaya a darse– que se sitúen juntas las fuerzas de centro y de derecha, con un porcentaje de escaños casi idéntico. Y en el medio de la escena quedan Esquerra Republicana de Cataluña –que ha salido triunfante de esta prueba y, con nueve escaños conseguidos, ha triplicado su resultado–, el muy debilitado pero aún vivo partido de Artur Mas, y el Partido Nacionalista Vasco que se ha mantenido e incluso ha logrado un diputado más a pesar de haber perdido una décimas en su porcentaje de votos.

En definitiva, estamos como siempre estuvimos pero en mucha peor situación. Ahora mismo no se sabe quién va a gobernar pero lo que sí se sabe ya es que éste va a ser un tiempo inestable porque la aprobación de las leyes va a enfrentarse de manera sistemática con la oposición de la mitad de la Cámara. Y también se sabe ya que las pretensiones de los independentistas catalanes están ahora más cerca de traducirse de cesiones que vulnerarían o al menos forzarían inexorablemente la Constitución. Mal panorama, muy malo para los intereses de España como nación y para los intereses de los españoles como ciudadanos.

Pero, dado que no se atisba un cierre positivo, esperanzador y sobre todo estable para los próximos cuatro años, estamos obligados a considerar la hípótesis que despejaría todas las inquietudes expuestas aquí. Hablamos de la hipótesis de un acuerdo de gobierno entre el Partido Popular y el Partido Socialista. No es nada extraño, es ese tipo de pactos de coalición que se dan en Europa con naturalidad y con resultados visibles. En Alemania está funcionando una coalición entre el partido conservador de Angela Merkel y el partido socialdemócrata de Sigmar Gabriel. Un pacto que ha proporcionado estabilidad al país y que no ha escandalizado a nadie. Y aún más cerca, la retirada en determinadas regiones francesas del partido socialista de Hollande para que el partido conservador de Sarkozy pudiera alzarse con la victoria e impedir el acceso al poder de Le Pen.

Lamentablemente, desde el Partido Socialista español esa posibilidad se considera algo parecido a una blasfemia para un creyente. Es, pues, obligado descartar esa posibilidad, sobre todo cuando el PSOE acaricia ahora mismo la oportunidad de presidir el Gobierno de España. No importa al precio de qué cesiones ni con el riesgo de qué compañías.

Victoria Prego es columnista de EL MUNDO.