Pedro Chacón-El Correo

A nadie debe extrañar que el gran sector liberal-fuerista existente en Euskadi haga de tripas corazón y, mientras espera un partido que le represente, vote opciones distintas al PP

El liberal-fuerismo o fuerismo liberal o liberalismo foral, que tanto da, se podría decir que es, desde un punto de vista histórico, la ideología más propia o representativa del País Vasco porque es la que más tiempo ha estado en vigor, desde los años treinta del siglo XIX hasta la Segunda República, con un pequeño receso durante el llamado Sexenio Revolucionario. El liberal-fuerismo es la ideología que pone las bases de la estructura jurídico-política e institucional del País Vasco que conocemos. Con él, las diputaciones forales cobran el vigor e importancia que hoy tienen, por encima incluso de las Juntas Generales como instituciones señeras del país.

El liberal-fuerismo vasco es de estirpe moderada, frente a la progresista que protagonizó el cambio liberal-fuerista en Navarra. Con el liberal-fuerismo se instituyó el respeto a las libertades fundamentales y a la división de poderes, con todos los defectos que se quiera para entonces, pero con la convicción de que las bases de ese principio liberal irrenunciable ya estaban puestas. Con el liberal-fuerismo en su apogeo sí es cierto que hubo un evidente desequilibrio en favor de unas minorías rectoras respecto de la mayoría de la población, como lo hubo en todos los países desarrollados de entonces. Pero, como también se ha demostrado, en esos países fue posible, desde los fundamentos liberales, alcanzar un bienestar generalizado para una mayoría del cuerpo social sin tener que someterlo a un enfrentamiento civil o a una dictadura del signo que fuera.

Con el liberal-fuerismo la sociedad vasca pudo sentirse formando parte de un cuerpo político dentro, a su vez, de un Estado más grande, bajo el principio del doble patriotismo o de la patria chica y la patria grande. Y, sobre todo, con el liberal-fuerismo los ciudadanos vascos no tuvieron que reparar en su procedencia o en sus apellidos para sentirse vascos y españoles a la vez, porque el amor y el respeto por las instituciones propias igualaban a todos bajo un mismo rasero de pertenencia, de doble pertenencia. El liberal-fuerismo, desde su mismo origen, cifró en una conjunción indisoluble la defensa de las instituciones seculares y el liberalismo como ideología de partida que las avalaba, justificaba y desarrollaba. Ninguna otra ideología, por mucho que lo intentara, pudo suplir al liberalismo en la defensa de la foralidad: ni el tradicionalismo carlista ni mucho menos el federalismo. Sencillamente porque el liberal-fuerismo convirtió en consustancial la defensa foral desde el liberalismo, frente a quienes pretendían utilizar los fueros de modo subordinado para otros fines.

Con el liberal-fuerismo, los tres territorios vascos -o sea, el Señorío de Bizkaia y las provincias de Álava y Gipuzkoa- veían garantizada su personalidad y singularidad y ningún dirigente político podía aspirar a representar a las tres a la vez. Con el liberal-fuerismo nadie podía ser vasco sin ser a la vez guipuzcoano o alavés o vizcaíno, además de español. Con el liberal-fuerismo Navarra vivía su propia foralidad, con su propia trayectoria singularizada, distinta e incluso un punto distante de las de Álava, Bizkaia y Gipuzkoa, sobre todo porque Navarra había sido reino, porque había estado vinculada a otra dinastía, mientras Álava, Bizkaia y Gipuzkoa miraban a Castilla.

El liberal-fuerismo en las provincias vascas y también en Navarra padeció como en ninguna otra parte de España las acometidas del tradicionalismo, que quiso reivindicar para sí las esencias de la foralidad, que en origen y en esencia siempre fueron liberales. Eso provocó graves quebrantos, pérdidas forales, que luego se pudieron resarcir porque el liberal-fuerismo, y nadie más que él, buscó imaginativamente otras fórmulas sustitutorias, como los Conciertos Económicos, que separaron también la foralidad de Navarra -que ya tenía su propio convenio- de la de las provincias vascongadas.

A partir de 1878 se iniciaron tiempos de enorme convulsión social, que alteraron profundamente nuestra historia y nuestra geografía: la industrialización, la llegada masiva de inmigrantes de otras partes de España, para culminar en la aparición del nacionalismo y del socialismo. Aun así, el liberal-fuerismo resistió durante la Restauración canovista hasta la Segunda República, contando con personalidades egregias como Gortázar, que supo negociar el primer Concierto, o como Orueta, que supo ver que la novedad de la autonomía podía servir para ensanchar con ella la tradición foral, respetando siempre la particularidad de cada territorio.

Resulta muy esperanzador que el PP vasco haya llegado a la conclusión de que hay que reivindicar el liberal-fuerismo en una convención para poder tener algún futuro en Euskadi. Pero me temo que han empezado la casa por el tejado. Porque para que el sistema funcione es imprescindible la aquiescencia de Madrid, su complicidad absoluta, su confianza plena. Y si el PP vasco no es capaz de convencer a Madrid de esto, no hay nada que hacer: sobrará todo lo que aquí se haga, aunque se contara con unos cuadros bien formados y repartidos homogéneamente por los tres territorios y un programa maravillosamente construido. En vista de todo lo cual, a nadie le debe extrañar que ese gran sector liberal-fuerista que existe entre nosotros siga a la espera de un partido que le represente y, mientras tanto, haga de tripas corazón y vote otras opciones.