Antonio Casado-El Confidencial
- La apuesta de Sánchez por desempedrar el camino se cruzó con la advertencia del ‘president’: «Que nadie se equivoque, seguimos empecinados en hacer posible la independencia de Cataluña y la república catalana»
Sin noticia de señales inequívocas sobre el fin del desencuentro, más allá de aplazar el diálogo entre el Gobierno y la Generalitat sobre el futuro político de Cataluña. El roce no siempre hace el cariño, como queda claro después de escuchar a la ministra portavoz (como en la entrevista con el andaluz Moreno Bonilla) y al propio Aragonès, que solo comparten el acuerdo palabrero de “dar una oportunidad al diálogo”.
Ganar tiempo y poco más. Estirar el chicle, dejando la mesa para la tercera semana de septiembre en Barcelona, incluidos los temas no identitarios, y un amable ruego por parte del Gobierno: que Cataluña dialogue con Cataluña. Pero en lo mollar estamos donde estábamos cuando la apuesta de Sánchez por desempedrar el camino se cruzó con la advertencia del ‘president’: “Que nadie se equivoque, seguimos empecinados en hacer posible la independencia de Cataluña y la república catalana”.
Nada diferente a lo dicho en su comparecencia posterior a la cita de Moncloa en la ‘embajada’ (Centro Cultural Blanquerna): “La solución pasa por la amnistía y la autodeterminación”. Tampoco faltaron las consabidas apelaciones a la regañina del Consejo de Europa, la “represión económica” del Tribunal de Cuentas y, por supuesto, la amnistía y la autodeterminación como irrenunciables barandillas de acceso a la Cataluña una, grande y libre.
Cada vez se hace más difícil minimizar la desalentadora falta de respuesta a la mano tendida del Gobierno. Si a los indultos por el diálogo y la concordia se sigue respondiendo con desplantes al Rey, ataques a la Justicia, alusiones continuas al “Estado represor” y un desafío redoblado al orden constitucional, ¿de dónde se saca Sánchez que, como dijo el otro día en la radio, “estamos a punto de recuperar la normalidad institucional gracias a la utilidad del perdón”?
Después del largo encuentro Sánchez-Aragonès (casi tres horas), planea la sombra negra de un nuevo fracaso respecto a la voluntad desinflamatoria puesto que una de las partes no corresponde a los gestos de la otra. Y, además, nos atormenta la duda sobre las motivaciones del Gobierno: ¿generosidad en nombre de la concordia o conservación del poder a toda costa? La respuesta consolida la política de bloques y abre una preocupante brecha entre el partido que gobierna (PSOE), con sus escoltas de la izquierda y el nacionalismo periférico, por un lado, y el partido que aspira a gobernar (PP), escoltado en estos momentos por Ciudadanos y Vox, por otro.
Millones de españoles se polarizan al elegir bando. El pueblo soberano también discute sobre cuál es el lado bueno. Y, en estas condiciones, la falta de resultados concretos en la distensión programada en los planes de Moncloa solo sirve para alimentar la quimera independentista y el discurso furioso de los partidos a la derecha del PSOE (Cs, PP y Vox), donde se airean temerarias hipótesis sobre un proceso constituyente que hiciera inevitable la autodeterminación de una parte del territorio nacional.
Palabras mayores. Algo más que desempedrar el camino hacia la distensión a cambio de la estabilidad parlamentaria del Gobierno. Aun desde el escepticismo vale la pena apostar por el diálogo si es para bien, como diría Garamendi. Pero confiar la estabilidad política de España a enemigos declarados de España será una bomba en la cintura de Sánchez. Sería como nombrar ministro de Hacienda a José Luis Moreno.