Francesc de Carreras-El Confidencial
- Creo que la única realidad de esta Mesa es que dos presidentes parlamentariamente muy débiles, con dificultades para mantener sus respectivas mayorías, tienen un interés común
Ala salida de la protocolaria reunión entre Pedro Sánchez y Pere Aragonés de esta semana, el presidente del Gobierno español pronunció una frase que revela la intención y el contenido principal de todo lo tratado durante dos horas de conversación: «Hemos decidido trabajar sin prisas, sin pausas pero sin plazos».
Lo importante, por supuesto, es solo lo último: «sin plazos». Sin prisas, pero sin pausas es una frase hecha que se utiliza siempre como comodín cuando no se tiene respuesta a la cuestión planteada. Lo mismo sucedía con otra frase que se puso muy de moda hace unos años cuando a un cargo público se le preguntaba por un problema para el que no tenía prevista una solución: este problema «nos preocupa y nos ocupa». No sabían qué decir, o no la podían confesar, pero con el «preocupa y ocupa» salían del paso. Yo hago algo parecido cuando un amigo me hace un encargo que no cumplo: «estoy en ello». En realidad, aún no he empezado.
Pues bien, no nos hagamos ilusiones, la Mesa de diálogo o de negociación – ambos términos son utilizados, según los empleen unos u otros – aún no ha comenzado más allá de la parafernalia y los gestos. Solo se ha planteado en serio una cosa: que no hay plazos para establecer acuerdos. Sin prisa, sin pausa y, sobre todo, sin plazos.
Se trata de escenificar: demostrar empeño y voluntad, dar la sensación de que todo va a resolverse, aunque no se sabe cuándo
En esto ganan ambos presidentes: lo que les interesa es llegar a las próximas elecciones – dos años como máximo – haciendo ver que han cumplido con una promesa: encauzar el llamado problema catalán, superar la sensación de que Generalitat y Gobierno están atascados y nadie intenta salir del atasco. Se trata solo de escenificar: demostrar empeño y voluntad, buena voluntad, dar la sensación de que todo va a resolverse, aunque no se sabe cuándo.
Hay tantas ganas de que el llamado «problema de Cataluña» se enderece que algunos comentaristas – todos ellos moderados de sectores distintos – se han mostrado optimistas: en todo caso se empieza una nueva etapa, han sentenciado. En lugar del pesimismo de la inteligencia están dispuestos a ponerse en la situación del optimismo de la voluntad, sacando partido a los términos de la famosa frase de Gramsci.
Yo confieso que tengo las mismas ganas o más de que «lo de Cataluña» se enderece, que se deje de contemplar como un problema insoluble, pero la verdad es que, por el camino que vamos, me coloco en el campo de los pesimistas: no me convence el teatrillo en el que estamos y no me merece más crédito la mesa actual que otros momentos en el que ha parecido que se llegaba a un pacto histórico que acabara de una vez con el maldito problema. Siempre ha sido al revés: la Generalitat ha ganado algunas competencias más y un mejor financiación, el Estado autonómico se ha desestabilizado, y el problema ha empeorado. He visto ya muchas nuevas etapas para creer en ellas.
El procés sigue, y seguirá, hasta que en unas elecciones las fuerzas independentistas sean derrotadas de forma clara
El procés sigue, y seguirá, hasta que en unas elecciones autonómicas las fuerzas independentistas -ahí incluyo a los ambiguos Comunes– sean derrotadas de forma clara. Y para ello no bastan simples maniobras políticas como son las Mesas no se sabe bien de qué, sino sobre todo convencer a una gran parte de la sociedad catalana, con ideas y argumentos, que el nacionalismo -sea catalán, español o cualquier otro- es una ideología tóxica que hace daño sobre todo a la nación, entendida esta como el conjunto de todos los ciudadanos, los que están convocados periódicamente a las urnas.
En La Vanguardia del 4 de noviembre de 2019, una de las muchas admirables entrevistas de la sección «La Contra», tenía por protagonista a la escritora franco-alemana Geraldine Schwarz, autora del muy recomendable libro «Amnésicos: una historia de Europa». Respecto al nacionalismo decía Schwarz: «El nacionalismo es perverso e injusto por definición. Su punto de partida es que en un territorio solo hay una comunidad propia, natural, auténtica. Los demás, en el mejor de los casos, son ignorados; y en el peor acaban convertidos en traidores». Y añadía: «Es fácil dejarse tentar por una ideología que te repite que tu identidad, tu lengua, tu cultura, tu etnia, es la propietaria única y natural de un territorio y que los demás que viven en él son ciudadanos de segunda. Sobre todo si, además, te proporciona privilegios».
Y sobre este último inciso, que no es un mero detalle, Schwartz ponía un ejemplo: «Muchos alemanes [en los tiempos del nazismo] se aprovechaban de que el régimen marginaba a brillantes profesionales porque no cumplían su criterio de alemanes. Al final, excelentes médicos y científicos, empresarios y profesionales judíos eran sustituidos por mediocres mitlaufer. El país perdía». Eso sucede desde hace tiempo en Cataluña
¿Quieren los ciudadanos catalanes seguir siendo víctimas del nacionalismo catalán? Los partidos unionistas – o constitucionalistas, o como se les quiera llamar – deben dar una batalla cultural si quieren que los ciudadanos les voten. Deben decir las cosas claras, como Geraldine Schwartz. Pero no dan esta batalla, ni la han dado en serio desde 1980, excepto Vidal Quadras en su momento y Ciudadanos en sus comienzos. Tampoco han sabido ofrecer una alternativa liberal y democrática al modelo que ha defendido la agobiante propaganda nacionalista organizada por la Generalitat desde los tiempos de Jordi Pujol.
Pero no tienen discurso alternativo, ni les interesa tenerlo: prefieren estar a buenas con quien mandan
El modelo de ciudadano catalán más o menos nacionalista -el más o menos tiene su importancia- es el único modelo aceptado por las élites políticas, económicas, sociales y culturales catalanas que a veces se lamentan sin razón alguna porque ellas son parte del problema y nunca han querido ser parte de la solución. Por tanto, si consideran que la decadencia económica y cultural de Cataluña es hoy un hecho evidente, que no se quejen, que hagan examen de conciencia y procuren en adelante hacerse perdonar sus pecados. Pero no tienen discurso alternativo, ni les interesa tenerlo: prefieren estar a buenas con los que mandan: les dan permisos y concesiones administrativas, también subvenciones y premios.
Creo que la única realidad de esta Mesa es que dos presidentes parlamentariamente muy débiles, con dificultades para mantener sus respectivas mayorías, tienen un interés común: durar en el poder, permanecer gobernando. Lo demás son simples gestos, fachada y teatro.