DANIEL REBOREDO-EL CORREO

  • El ataque ruso a Ucrania apuntala el control de Estados Unidos sobre Europa

Las particularidades y pormenores en torno a la situación ucraniana requieren más sensatez y prudencia, y menos amenazas acompañadas de mentiras desmedidas y adulteraciones y manipulaciones mediáticas. Y no es esto lo que estamos contemplando en la polarización escorada hacia uno u otro extremo del espectro y en unos gobernantes que en numerosas ocasiones olvidan que lo son para resolver problemas como éste. Ante una invasión ilegal como la rusa, atroz y espeluznante en sus ataques, es imprescindible buscar soluciones maduras y sensatas, sin dejarse arrastrar por el regocijo visceral de imaginar a Putin vencido y humillado, cuando esto solo sería posible con un sacrificio inasumible de miles de vidas, de dolor, de la fractura del país y, con gran probabilidad, de la extensión del conflicto a toda Europa, con la consiguiente intervención de las fuerzas de la OTAN y con el uso de armamento nuclear. ¿Quién en su sano juicio puede desear un escenario como éste?

Ucrania tiene el derecho y la obligación de defenderse. A Ucrania hay que ayudarla. Pero, ¡cuidado!, alentar y espolear la guerra sin considerar sus riesgos sería cerrar los ojos ante la realidad y actuar de forma temeraria. Si se hiciera, habría que asumir las consecuencias sin tapujos y arrepentimientos. ¿Quién estaría dispuesto a hacerlo asumiendo las consecuencias? En este momento, nadie. Solo hay que analizar el rol actual de los principales actores de este mundo global. Todos analizan, discuten, verborrean, pero pasar a la acción directa es mucho más complicado. Por eso Putin está en una situación de ventaja, aunque ésta pueda volverse en su contra con el paso del tiempo, y por eso la guerra puede eternizarse y ocasionar más división, dolor y muerte, puesto que las atmósferas bélicas son antagonistas de la tolerancia y el pensamiento cabal y alimentan e intensifican la deshumanización. Recordemos que los ciudadanos nunca ganan las guerras, las ganan los que se enriquecen con ellas y que, en no pocas ocasiones, las han provocado.

El altruismo, las declaraciones beatíficas y la benevolencia condescendiente que se formulan frecuentemente alrededor de las relaciones internacionales encubren intereses económicos, geoestratégicos y políticos de las potencias regionales e internacionales. La geopolítica está empapada de falsedad y fariseísmo, y las declaraciones y justificaciones oficiales que recibimos los ciudadanos ocultan los fundamentos y las claves de las grandes decisiones adoptadas en el escenario mundial. Ucrania es un claro ejemplo de ello. Ninguno de los actores protagonistas del celuloide ucraniano se mueve por la justicia y la concordia mundial. Los ciudadanos del país eslavo son las primeras víctimas de la invasión rusa de un Putin que está marcando terreno e intentando reforzar un sistema autoritario imperialista cuestionado dentro y fuera de sus fronteras, y enfrentado a las potencias occidentales que defienden, o eso dicen, la democracia frente a la autocracia.

El gran desafío de Putin invadiendo Ucrania para obligar a Occidente y a la OTAN a firmar un acuerdo internacional favorable a sus intereses puede salirle mal. Si ello ocurriera, la guerra fratricida iniciada por el líder ruso le saldrá cara. El ataque ruso elimina cualquier posibilidad de alianza con Occidente y apuntala el control estadounidense sobre Europa. Las barreras que ha levantado esta ignominiosa acción, crónica anunciada durante años, se mantendrán durante generaciones, y los avisos durante años de diferentes personalidades estadounidenses, nada sospechosas de ser prorrusas (George Beebe, Henry Kissinger, Jack Matlock, Samuel Charap, Thomas Graham, William Burns…), previos a la invasión, habrán caído en saco roto como lo han hecho en estos momentos. El sueño ruso, posterior a la Guerra Fría, de ser Europa se ha ido diluyendo poco a poco hasta culminar en la situación que vivimos actualmente.

La guerra en sí misma es siempre un crimen, destruye la unidad y el patrimonio social, destroza la solidaridad internacional y siempre la sufren los pobres. Mientras tanto, unos pocos capitalizan el odio y lo hacen muy bien. Son aquellos que «sin política y sin Dios» deciden sobre el destino de los demás.