Agustín Valladolid-Vozpópuli

  • Los periodistas somos muy combativos dando las batallas justas de otros, pero inofensivos cuando se trata de enfrentar la que nos corresponde dar a nosotros

Escuchar una entrevista con Pedro Sánchez es siempre un magnífico ejercicio depurativo. Nos abre los ojos, libera nuestras mentes de tormentosas incertidumbres y despeja cualquier duda sobre la trascendencia histórica del personaje. Algún día los españoles reconoceremos los méritos de este ser superior. Pero hasta que la tasación de su labor como gobernante sea materia exclusiva de los historiadores, en una democracia consolidada es la prensa la responsable de fiscalizar el poder, también el de la oposición. Hago este preámbulo para decir a continuación que la prensa y las asociaciones que la representan no están cumpliendo como debieran con esa obligación primordial.

Desde que se celebraron las últimas elecciones generales (23 de julio de 2023) Pedro Sánchez ha concedido nueve entrevistas: cuatro a RTVE, tres a la SER, y una a La Sexta y Telecinco. Hasta ayer, la última era la emitida el pasado 1 de septiembre, en la que el presidente del Gobierno fue entrevistado por Pepa Bueno en RTVE. Había pasado más de un año desde la anterior vez que Sánchez fue interpelado por un periodista. Dos preocupantes anomalías que anotar: escapismo intolerable y alarmante falta de pluralidad en la elección de los medios.

No conozco ningún caso en la Europa democrática como el de Sánchez. Como tampoco identifico en los países de nuestro entorno el inexplicable silencio de medios y asociaciones de periodistas ante lo que sin duda es una manifestación de explícita y despótica parcialidad. Salvo que, en un ejercicio de imperdonable cinismo, se pretenda explicar esa indecorosa indolencia alegando como mejor argumento el extraordinario peso de los mecanismos disuasorios en manos del Gobierno, como el de la publicidad institucional.

El invento divisorio de la ‘fachosfera’

Solo hay dos caminos: seguir cavando hasta profundidades insalvables nuestro prestigio profesional o reaccionar. Empezando por las asociaciones profesionales, que debieran promover acciones contra toda maniobra que impida el normal desarrollo de la libertad de información: ruedas de prensa teledirigidas, abuso de declaraciones sin preguntas, la evidente discriminación de medios no afectos, tanto en materia informativa como publicitaria… Yo también apelaría a la dignidad de los profesionales que trabajan en los medios que se han ganado a pulso el calificativo de “amigos”. Por intentarlo no va a quedar.

En el TD2 del 1 de septiembre la primera pregunta que Pepa Bueno le hizo a Sánchez fue esta: ¿Por qué lleva un año sin dar entrevistas a otros periodistas? Ayer, a Àngels Barceló no le pareció oportuno sacar a relucir de nuevo este vidrioso asunto. La de ayer fue una entrevista dulce, sin apenas repreguntas, demasiado indulgente. “Mi mujer y mi hermano son inocentes” (Porque yo lo digo). Delante de mí CerdánÁbalos y Koldo no hablaban de mujeres (Cuatro hombres y 40.000 kilómetros en un Peugeot, pero ni una mala palabra. Conmovedor). Pedro Sánchez felicita a Luis Mateo Díez por la concesión del Premio Cervantes, pero no hace lo propio con María Corina Machado porque “nunca me pronuncio sobre los Premios Nobel”. ¿Y de verdad no hay más preguntas, señoría?

Dar las batallas justas

Ayer no escuché ninguna pregunta sobre la exigencia de Esquerra de que la Generalitat cobre el cien por cien del IRPF a cambio del apoyo a los presupuestos del Estado; o sobre que Bildu haya dicho que el Gobierno de Pedro Sánchez es una ventana de oportunidad para reconocer la “identidad nacional vasca”. Àngels, sin preguntas incómodas, impertinentes, inteligentes o torpes, no hay democracia.

Si en algún momento ha estado justificado el ejercicio del corporativismo profesional bien entendido, esto es, el que en una democracia y por encima de las convicciones políticas de cada uno debiera defender solidariamente el papel de una prensa libre y plural, ese momento es este. Se nos llena la boca de legitimidad crítica a la hora de denunciar el asalto a la Justicia, a los órganos reguladores; nos ponemos levantiscos si de lo que se trata es de acusar (con razón) a Donald Trump de perseguir a la prensa independiente. ¿Y de lo nuestro qué? ¿Lo dejamos para otro día?

Damos batallas justas, salvo la que nos corresponde a nosotros dar, que no es batalla menor. Así, mientras el Gobierno sigue decidiendo quién tiene derecho a recibir información y quién no, unos miran a un lado y otros siguen utilizando ese burdo pero eficaz intento divisorio de la fachosfera para desautorizar a los medios críticos con el poder desde su pedestal de prefabricada autoridad moral . Y así, vamos mal.