PEDRO GARCÍA CUARTANGO-ABC

  • Nadie esperaba otra cosa de esos líderes que veían la paja en el ojo ajeno y jamás eran críticos con la corrupción en su partido

En aquel cara a cara televisivo entre Sánchez y Rajoy en diciembre de 2015, el candidato socialista acorraló al entonces presidente del Gobierno, al que tachó de «indecente» por su complicidad con la corrupción. El discurso dominante de Sánchez en aquella campaña fue la regeneración democrática. Incluso en la moción de censura que ganó en 2018, la prioridad era limpiar las instituciones y acabar con las prácticas de clientelismo, puertas giratorias e instrumentalización partidista del poder.

Pocos meses después, todas aquellas promesas quedaron en el olvido. Carmen Calvo afirmó que una cosa era lo que se decía como candidato y otra lo que se hacía desde el Ejecutivo. Nadie lo había expresado con tanto desparpajo, pero la afirmación era la constatación de una forma de actuar extensible a todos quienes han estado al frente del Gobierno en las últimas cuatro décadas: la ausencia total de voluntad de impulsar esa regeneración.

Sánchez aseguró que las puertas giratorias y el clientelismo destruían la democracia y lo primero que hizo al llegar a La Moncloa fue colocar a todos sus amigos y compañeros de partido, sin reparar en criterios de mérito y capacidad. Pero lo que hizo Sánchez es lo que habían hecho Rajoy, Zapatero, Aznar y González, que, al margen de sus aciertos en la gobernación, jamás tuvieron el menor interés en acabar con la corrupción, la falta de controles, el nepotismo y el uso de las instituciones en favor de intereses particulares. Todos ellos colocaron en las agencias gubernamentales y en los órganos de supervisión a personas cuya única virtud era la fidelidad al mando. No sólo eso, promocionaron a jueces afines en el poder judicial y situaron a gestores dóciles en las empresas. Pero lo peor de todo es que nadie esperaba otra cosa de estos líderes que veían la paja en el ojo ajeno y jamás eran críticos con la corrupción en su partido.

Faltan poco más de tres semanas para las elecciones y es imposible conocer el desenlace. Pero desgraciadamente no hay nada que indique que si Feijóo gobierna, se vaya a comportar con unas pautas distintas a las de sus predecesores. Sería injusto no concederle el beneficio de la duda, pero, dada la cultura de los partidos y sus mecanismos de promoción, el nuevo presidente quitará seguramente a los que hay ahora para poner a los suyos y asegurarse el mismo control sobre la pirámide de las Administraciones y el sector público.

Ni hay interés por seleccionar a los mejores ni existe voluntad de aumentar la transparencia y los contrapesos. Lo que hay es un afán de alternarse en el ejercicio del poder y utilizar los mismos resortes para expulsar cualquier atisbo de independencia o crítica que moleste al aparato. Sobre esto no hemos escuchado ni una sola palabra en esta campaña espectáculo.