Amaia Fano-El Correo
Ignoro qué puede explicar hoy Pedro Sánchez en el Congreso de los Diputados ni qué esperan escuchar sus socios de gobierno y de investidura. Más que exigirle que esclarezca la verdad de los hechos, diera la impresión de que lo que han venido demandándole -casi con desesperación- en las últimas semanas, es un motivo, una nueva narrativa, un último argumento del que echar mano para no tener que mandar a paseo la legislatura. Y es que, en política, los relatos son fundamentales. Construyen consensos, sellan alianzas y justifican decisiones -a menudo injustificables- ante el electorado.
Desde que Pedro Sánchez alcanzó La Moncloa en 2018, su gobierno ha dependido de los argumentarios que ha sido capaz de elaborar para conseguir el apoyo de otras formaciones políticas: la unidad frente a la derecha y la ultraderecha, el progreso y la justicia social, la lucha contra la corrupción y el impulso de reformas de calado en la concepción del Estado sirvieron de base a una coalición de gobierno en la que cada uno de sus aliados, pese a su diversidad ideológica, encontró una razón para mantener su lealtad al presidente. Pero cuando las promesas no acaban de cumplirse y el escándalo golpea con la magnitud que lo ha hecho el terremoto judicial y mediático que ha sacudido al PSOE, incapaz de remontar el vuelo por tener plomo en las alas, la narrativa empieza a desmoronarse y lo que antes era un relato compartido se convierte en un lastre.
Más allá de las explicaciones, las promesas y los anuncios que Pedro Sánchez pueda hacer hoy, lo cierto es que es incapaz de hacer un control de daños ni de acotar el alcance y la extensión de las tramas de corrupción que su gobierno y su partido han albergado en su seno. La desafección y la desconfianza hacia el Ejecutivo y hacia el propio presidente es palpable con cada nueva revelación publicada. Y ante eso, ya no hay relato ni ‘baraka’ que valga.
No se trata de las medidas a adoptar frente a la corrupción ni de redoblar la apuesta independentista o de acelerar una agenda social que nos ayude a relativizar los desmanes cometidos en base a la idea de que este Gobierno sigue siendo útil, aunque solo sea para que no venga la derecha, sino de la falta de palabra de quien no fue capaz de hacer cumplir (y ya veremos si de cumplir) su propio código ético en los siete años que lleva gobernando. Si no lo hizo antes, ¿por qué habría de hacerlo ahora? Cabría preguntarse. Lo que no quita para que la comparecencia de hoy en el Congreso sea un acto de responsabilidad institucional inexcusable.
Por poco que sea de su agrado, Sánchez deberá rendir cuentas ante la ciudadanía y sus representantes políticos que tienen mucho que decir y que decidir sobre el futuro de esta legislatura. Pero una cosa es apaciguar la mala conciencia de sus socios y otra convencer a la opinión pública. No sé si Sánchez, el ilusionista, volverá a hacer hoy su magia transformando el trámite parlamentario en un nuevo acto de supervivencia política; pero Sánchez, el presidente, tendrá muy difícil recuperar ya la credibilidad perdida, diga lo que dig