Alberto Ayala-El Correo

Pues ya lo saben. El 5 de abril estamos llamados de nuevo a las urnas para elegir otro Parlamento vasco, que designará al próximo lehendakari. Era la fecha que se manejaba. La que adelantó este periódico. Y ya saben que el lehendakari Urkullu huye de los sobresaltos como de la peste. Lo suyo es la moderación, lo previsible. Y en esta ocasión no ha sido diferente. La decisión acorta la legislatura vasca en seis meses. ¿Está justificado? ¿Perdemos algo importante? Es evidente que el principal interesado en el adelanto es el PNV, si no Urkullu no hubiera actuado como lo ha hecho. Dicho lo cual yo diría que hay razones suficientes que avalan el anticipo.

El conflicto catalán puede volver a torcerse en cualquier momento y amenazar así la precaria estabilidad del Gobierno de coalición PSOE-Unidas Podemos. Por aquí, ninguno de los asuntos pendientes parece que puedan encauzarse fácilmente en unos pocos meses. Que Urkullu y el PNV hayan apretado el acelerador para ir a elecciones el 5-A tiene como objetivo que el debate político en Euskadi no se vea mediatizado por lo que suceda en Cataluña. Allí, ya saben, el aún president Torra ha anunciado elecciones una vez se aprueben los Presupuestos, lo que ocurrirá a mediados de marzo. Eso supone que los comicios al Parlament no se celebrarán, como pronto, antes de final de mayo.

Los peneuvistas no quieren sobresaltos. La formación jeltzale es una gran máquina de poder, pero sabe que la imagen de moderación que transmite el lehendakari le da un plus en las urnas. Pese a radicalismos sobre el nuevo estatus o a los reiterados desaciertos de Jonan Fernández en materia de paz y convivencia. Nada extraño que el jefe del Ejecutivo vasco se desmarcara en su comparecencia de ayer de algunos fracasos notables que nos deja la legislatura. Fracasos como el estancamiento en que se halla la ponencia de Autogobierno, ocho años después de arrancar. O la de paz y convivencia, por la negativa de EH Bildu a hacer autocrítica y admitir que los crímenes de ETA jamás tuvieron justificación.

Más difícil le resultará a Urkullu hacerse a un lado del fracaso mayúsculo que representaron las oposiciones de Osakidetza. Escándalo que terminó por costarle el puesto al exconsejero Darpón y parte de su equipo, contra las pretensiones iniciales del lehendakari. No por haber cometido irregularidades, sino por no ser capaces de garantizar a los vascos una OPE limpia. Por gestionar mal.

Los comicios el 5-A evitarán, además, que la decisión del Supremo sobre el ‘caso De Miguel’ -quince exburukides y excargos jeltzales condenados por corrupción- irrumpa en la campaña, aunque a buen seguro que la oposición usará el escándalo. En cambio, es probable que el Gobierno Urkullu pueda exhibir algunos traspasos de competencias que el Gabinete Sánchez se apresurará a poner en manos vascas en pocas semanas.

Euskadi se adentra definitivamente en precampaña y anoche se despejó una de las principales incógnitas: quién será el candidato a lehendakari del PP. Casado ha apostado definitivamente por Alfonso Alonso, consciente del riesgo de que la bolsa de votos de los populares se encogiera más, como ya sucedió en Cataluña con Cayetana Álvarez de Toledo.

La noche del 5-A el interrogante será si las urnas dan al tándem PNV-PSE la mayoría absoluta de la que han carecido esta legislatura, lo que parece bastante probable que suceda. No se vislumbran otras mayorías alternativas en el horizonte. Una eventual entente de izquierdas EH Bildu-Podemos-PSE, no lo duden, está descartada.