ALBERTO AYALA, EL CORREO 22/03/13
· Cumplidos cien días, Urkullu ya no cree tanto en geometrías variables y sí en pactos con el PSE que den estabilidad.
El lehendakari, Iñigo Urkullu, protagonizó anoche una larguísima comparecencia al mejor estilo americano ante un centenar y medio de representantes de la sociedad vasca para hacer balance de los cien primeros días de Gobierno. Si unas horas antes la oposición había incurrido en todos los tópicos al uso al enjuiciar su labor, no puede decirse que el jefe del Ejecutivo vasco –ni sus consejeros– hiciera anuncios novedosos en un encuentro que por momentos pareció un mitin.
Urkullu, es evidente, quería salir al paso de las críticas que ha recibido estas últimas semanas desde diversos sectores por su parsimonioso arranque de legislatura y no dudó en esgrimir una justificación que sonó a simple excusa. Para el lehendakari, estos cien días «han sido el momento de escuchar» a partidos, agentes económicos, sociales y sindicales antes de adoptar las primeras medidas que, oh casualidad, han llegado en tropel tras los tirones de orejas.
A un Gobierno se llega escuchado, si se me permite la expresión. Con los distintos sectores representativos de la sociedad hay que estar antes de acudir a las urnas con el fin de recoger sus inquietudes e ideas, reflexionar sobre ellas y construir la oferta electoral. A Ajuria Enea, a Lakua, como a La Moncloa, se llega a poner en práctica esos planes.
Cien días, poco más de tres meses, no es tiempo suficiente para extraer conclusiones mesuradas del quehacer de un Gobierno. Sólo el alineamiento militante y el reduccionismo que implica observar la realidad desde un único prisma, e interesado, puede llevar a sentencias contundentes. Sin embargo, sí se pueden extraer algunas impresiones.
Estoy convencido de que todos y cada uno de los integrantes del gabinete de Urkullu se han zambullido desde el minuto uno en sus departamentos. Primero, para hacerse una composición de lugar exacta. Y segundo, para empezar a proyectar un futuro muy, muy, complejo por una crisis cuyo final no se vislumbra. Por cierto, como a buen seguro hicieron sus predecesores del Gobierno socialista de Patxi López.
Entonces, ¿por qué esa sensación de que el nuevo Ejecutivo no termina de arrancar? Posiblemente, porque el PNV había logrado que calara una cierta idealización de sus capacidades de gobierno. Una idea que Sabin Etxea se encargó de propagar día sí día también la pasada legislatura para debilitar al gabinete precedente y asentar sus posibilidades de recuperar pronto el poder.
ALBERTO AYALA, EL CORREO 22/03/13