ABC 18/06/13
TERESA JIMÉNEZ BECERRIL, EURODIPUTADA
«Todos aplauden que ETA haya dejado de matar, pero eso ni es suficiente, ni pararse ahí es digno de una sociedad que quiera mirarse al espejo sin agachar la cabeza»
Así es como dicen sentirse los terroristas de ETA, quienes el sábado en Biarritz, en un acto de apoyo a sus compañeros exiliados, dejaron claro que no tienen ni miedo ni vergüenza de lo que son y de quienes son. Somos nosotros los españoles los que no dejaremos de sentir miedo sabiendo que existe en nuestro país una organización terrorista armada, no solo políticamente, sino con bombas y pistolas, y sin la suficiente voluntad para dejar de estarlo.
Deberían ser ellos, los criminales y sus complices, los que estuvieran temblando ante las consecuencias de la estricta aplicación de la ley; pero cuando ésta se interpreta según conviene y, como en el caso de la legalización del brazo político de ETA, de espaldas al pueblo, es normal que los papeles se inviertan y los malos ni teman, ni se avergüencen y, en consecuencia, no solo no se arrepientan de sus crímenes, sino que se enorgullezcan de ellos por los logros conseguidos.
Esa es la consecuencia que se saca de esta puesta en escena de la cumbre de ETA en suelo francés, donde no pudo detenerse a los asesinos que tenían cuentas pendientes con la Justicia española, porque participaron con un video, para deleite de la parroquia etarra y para escarnio de sus víctimas, que hubieran aplaudido la detención de quienes después de asesinar a ocho y nueve personas, respectivamente, gozan de una buena vida en Cuba y Cabo Verde.
Nadie se salió del guión en esta función de victimismo, que tan buenos resultados les está dando dentro y fuera de casa. La estrategia de sufridores convence a quienes prefieren aceptar lo inaceptable con tal de no despertar a la bestia y a los que en Europa prefieren escuchar a quienes hablan de derechos humanos, con el alma y las manos teñidas de la sangre inocente, que a quienes hablan de justicia, de responsabilidad y de hacer oídos sordos a una negociación indigna. Como buenos conocedores de toda esta ignorancia internacional, que rema siempre del lado de quien no lo merece, los de ETA han elaborado un relato más falso que un jarrón chino, pero que a base de repetirlo hábilmente y con la colaboración de quienes prefieren pasar página aún a sabiendas de que también borrarán la verdad y la razón, acabará triunfando si la sociedad española no lo remedia.
En esta retahíla de falsedades nos dicen que los terroristas exiliados no lo son por asesinar sino por la brutal represión política del Estado español. Es conocido que entre las consignas que la organización da a los detenidos es la de declarar que fueron torturados por las Fuerzas de Seguridad. Por tanto, cuando nos dicen ahora que tienen que ser anulados todos los procesos judiciales relacionados con torturas, nos están viniendo a decir que dejemos en libertad a sus presos. ¡Vamos, otra amnistia! Ya tuvieron una, muy injusta, por cierto, y que de poco sirvió. Deberíamos aprender, viendo que las ansias de ETA nunca se apagan con medias tintas. Ellos persiguen la independencia, y ya sabemos sus métodos cuando no obtienen lo que quieren.
Dicen algunos que ya no tienen apoyo social. Yo diría que tienen el mismo, visto que en el País Vasco son pocos los que obligan a ETA a aceptar el daño causado, a renegar de su repugnante pasado y a pedir perdón a sus víctimas. Lo que todos aplauden, en el norte y en el sur, es que hayan dejado de matar, pero eso ni es suficiente, ni pararse ahí es digno de una sociedad que quiera mirarse al espejo sin agachar la cabeza. Y esa es la batalla que estamos perdiendo, porque quienes nos enfrentamos a ETA con nuestra palabra, nos estamos quedando cada día más solos, más aislados y corremos el riesgo de aparecer como los que crean los problemas. Cuando en el fondo todos saben que la incomodidad de nuestro relato no es otra que la justicia, entendida como dar a cada uno lo que merece. Y los presos de ETA, exiliados, detenidos o huidos, merecen cumplir íntegramente sus condenas mientras sus víctimas merecerían vivir, al menos con la certeza, de que quienes les causaron tanto dolor no serán quienes escriban el final de esta trágica historia.
¿Y saben ustedes por qué? Porque aunque muchos no quieran escucharlo, ver salir a los presos sería como ver morir de nuevo a sus seres queridos, y, lo que es más triste, tendrían que bajarlos de ese pedestal de héroes donde les pusieron por haber sacrificado su vida por la libertad y la dignidad de todos los españoles. Y si la sociedad renuncia a esos valores, ¿para que servirá esa memoria, hecha de dolor y sacrificio, pero también de orgullo y de coraje? Nos jugamos mucho, no solo la paz, nos jugamos la gloria.