Santiago González, EL MUNDO, 8/6/12
Al poco de llegar a la Presidencia de una empresa pública vasca en los 90, un amigo recibió una carta sorprendente: un tipo, al que la empresa había estado pagando nueve millones de pesetas anuales por estampar el anagrama de la firma en la vela de su barco, se le ofrecía para «seguir llevando el nombre de la compañía a lo largo y ancho de este mundo».
El síndic de Greuges, que es el defensor del Pueblo de Cataluña, explica con razones muy parecidas lo suyo: 58 viajes en dos años, que le han permitido «ir con la senyera y representar al país [Catalunya] en asambleas, reuniones y seminarios de todo el mundo». El navegante-anuncio llamaba «largo y ancho de este mundo» a viajecitos por el Cántabrico con un desplazamiento a Irlanda. Cuando Rafael Ribó dice «todo el mundo» no lo dice al buen tuntún: las Bermudas y Nueva Zelanda, Cartagena de Indias y las cataratas del lago Victoria, Montevideo, Taipei, Viena, Venecia…
El síndic, este gran Rafa Ribó, ha explicado sus viajes aún con mayor desenvoltura que Dívar, y eso que los del presidente del CGPJ eran de ámbito más modesto. Ir a Marbella está al alcance de cualquier Torrente, mientras combinar el clasicismo de Venecia y Viena con el lago Victoria es más como de Indiana Jones. Aparte de que los viajes largos crean oportunidades añadidas para el saber: «Me acabé el libro de Josep Fontana, de 900 páginas, gracias a mi último viaje a Hong Kong». Qué tío. En otro que haga a Singapur muy bien podría ventilarse El primer naufragio, que tiene 1.296.
Es un hombre con pasado. Con él llegó el compromiso histórico al PSUC, un partido de diseño y de gobierno que en las primeras y segundas elecciones de la democracia llegó a aportar al grupo comunista en el Congreso el 40% de sus efectivos, ocho diputados, los mismos que alcanzó ERC en 2004 (caramba, qué coinsidensia, que cantaban los Luthiers).
Rafa Ribó llegó a ser secretario general del PSUC en 1986. Era más fino que los clásicos, (López Raimundo, Gutiérrez Díaz, Pere Ardiaca y Francesc Frutos), la gran esperanza blanca del partido y tenía toques (a veces íntimos) de la Nova Cançó. Pero aquel 86 fue el año de la segunda mayoría de Felipe y el PSUC había iniciado la decadencia irremediable. Él lo recibió con un diputado y con un diputado propuso su disolución en 1987.
Yo creo que debería aprovechar su experiencia para disolver el Síndic de Greuges. Dirán que estamos ante una institución ligada a una figura personal y que es empeño difícil disolver colectivos de uno solo. Craso error. Contaba el gran Carandell en Celtiberia show que un estudiante barcelonés tomaba un café en el bar de su Facultad al filo de los 70, cuando entró un gris y dirigiéndose a él, le conminó: «¡Disuélvase!». «Por si acaso, se disolvió», apostilló el cronista.
Nuestro héroe no debería temer al vacío. Él ya había demostrado al mundo que Cataluña podía vivir sin comunismo, y como dice mi amigo Ángel Ruiz, seguro que ya se lo están rifando las agencias de viajes. ¿Dónde iban a encontrar mejor defensor del Viajero?
Santiago González, EL MUNDO, 8/6/12