Sindicalismos

ABC 20/10/13
JON JUARISTI

· Al naturalizar imaginariamente la condición obrera, el sindicalismo recupera el darwinismo social

No sé si los sindicatos sobrevivirán a ésta, pero no cabe duda de que tienen dentro a sus peores enemigos, y no me refiero ya al porcentaje de chorizos, mangantes y robaperas que toda corporación arrastra en sus filas, sino a la muchedumbre de jaleadores y escrachadores dispuestos a impedir que se haga justicia y que la verdad relumbre.
Debo decirlo: los sindicalistas me caían bien, lo que para un antiguo troskista como yo era ciertamente un lujo. Mis camaradas los consideraban, en bloque, como la ilustración más perfecta del parasitismo y recordaban que ya Isaac Deutscher había definido al sindicalista como el perfecto burócrata. Sin embargo, ya me olía por entonces que la clase obrera tenía de revolucionaria lo que yo de cartujo, y que la más noble aspiración que podía caber en un trabajador manual asalariado era que sus hijos no lo fueran. Marx, por cierto, pensaba lo mismo en su tiempo. Para eso, para la abolición del proletariado, es para lo que se inventaron los sindicatos. No para sacralizar la condición obrera y extraer rentas de su culto.
Conocí sindicalistas estupendos, sacrificados y frugales. Yo no era ni lo uno ni lo otro, pero no tenía la obligación de serlo. Los sindicalistas, sí. Se sacrificaban por sus compañeros y vivían modestamente. Hablo de los años de la clandestinidad, Conocí a Ramón Rubial en la cárcel de Basauri, donde él cumplía una condena larga y yo estaba de paso, como ave primaveral. Conocí a Nicolás Redondo Urbieta y tuve incluso el honor de ser su padrino en un doctorado honoris causa que le otorgó la Universidad Politécnica de Valencia. Conocí a muchos más. Gente admirable: sindicalistas socialistas, sindicalistas anarquistas, sindicalistas comunistas, sindicalistas cristianos. Un corrupto en sus filas les habría durado lo que un suspiro de viuda. Ubi sunt? ¿Dónde se han metido?
El espectáculo de los piquetes coreando «¡Viva la lucha de la clase obrera!» a las puertas de los juzgados de Sevilla, mientras van apareciendo por ellas, con cara de humillados y ofendidos, los imputados por la juez Alaya, me parece uno de los más tristes que pueda ofrecerse a los viejos antifranquistas. Y sugerir que la juez Alaya es franquista y resucita los usos del franquismo resulta de un gibraltareño que te ensucias los gayumbos, no digo más. ¿De dónde ha salido esta tropa?
Ha salido de la naturalización de la condición obrera, de la conversión mental de la clase en especie y, por tanto, de la voluntad de perpetuarse en lucha abierta con otras especies. A eso me suena «la lucha de la clase obrera» que invocan en su mantra los piquetes contra Alaya. No se puede tocar un pelo de los saqueadores sindicales, porque depredar el presupuesto público es el modo de vida natural de los luchadores de la clase obrera y castigarlos por ello resulta tan incomprensible e injusto como castigar a los macacos por alimentarse de bananas. Es una interpretación, por supuesto, pero a ver quién dispone de otra más convincente.
Con todo, los escraches a la juez Alaya suponen un salto cualitativo del sindicalismo. Hacia atrás. Pero es que el sindicalismo no deja de ir hacia atrás, hacia un sueño jurásico donde los velociraptores de la clase obrera son acosados sin piedad por tiranosaurios franquistas. Pobres. Ni se imaginan lo que fue el franquismo. A buenas horas iban a montar una tangana semejante a las puertas de unos juzgados en vida del general. En fin: la lucha por la vida como lucha por la buena vida, por la vida a lo grande, versión sindical implícita de la lucha de la clase obrera. Un caso no previsto en la teoría darwiniana de la evolución de las especies.