Javier Zarzalejos, EL CORREO, 6/4/12
El PSOE se ha decidido a tapar con ruido populista no solo su carencia de ideas sino su propia responsabilidad en la degradación de la situación económica y social del país
A Mariano Rajoy no le gustan los presupuestos que ha presentado. Lo ha afirmado públicamente. Con este pronunciamiento aparentemente paradójico el presidente del Gobierno ha querido subrayar tanto el esfuerzo político que supone tomar decisiones de gasto en el actual contexto de penuria económica como las escasas opciones de que dispone para generar la confianza que España necesita recuperar si quiere, para empezar, financiarse a un coste asumible.
En la oposición, el Partido Socialista se ha decidido a tapar con ruido populista no sólo su carencia de ideas sino su propia responsabilidad en la degradación de la situación económica y social del país. Las expectativas de que los socialistas pudieran apartarse de su propia herencia entrando en un periodo de colaboración razonable con el Gobierno se alejan. Cobra fuerza la referencia que quiere marcar el candidato socialista a la presidencia de Francia, François Hollande, con su propuesta de impugnación de la política de rigor fiscal.
A pesar de que la evidencia histórica aconsejaría que los socialistas españoles se lo pensaran dos veces antes de adoptar las ocurrencias de sus compañeros franceses, la izquierda estupenda del otro lado de los Pirineos parece que vuelve a ejercer una atracción irresistible sobre la oquedad del PSOE.
Y mientras la actitud de los nacionalistas quiere poner a prueba la firmeza de Rajoy para conseguir que este gobierne como si no tuviera la mayoría que los ciudadanos le han confiado, el Gobierno tiene ante sí tanto la evidencia de los problemas estructurales a los que tiene que enfrentarse su agenda reformista como la insuficiencia del relato político que tiene que acompañar a aquella frente al populismo socialista y al agresivo victimismo nacionalista.
El Gobierno puede confiar en la solidez de su posición para las políticas de largo alcance que debe seguir desplegando y no impresionarse demasiado por la gesticulación política adversa. Los presupuestos de 2012 significan la retirada de las dosis narcotizantes que el melifluo y lacrimoso discurso socialista venía administrando al país para escapar de una realidad que no encajaba en la ingeniería política construida por la alianza de Zapatero con el nacionalismo. Retirado el narcótico, viene el síndrome de abstinencia del que se resienten las estructuras políticas y los sectores que se han beneficiado del ‘statu quo’ de los últimos años, mucho más que una sociedad que conoce bien la recesión y el paro y comprende la dureza de los tiempos que corren.
No se anuncian brotes verdes, ni se da por concluida la destrucción de empleo un día sí y otro también. Nadie nos dice que el paro empezará a bajar, eso sí, siempre a partir del próximo trimestre. El Gobierno sólo tiene una vicepresidenta y nadie habla ahora del secretario general de UGT como el vicepresidente virtual de ese gobierno que veía escalar el paro sin escandalizarse.
Se ha pasado página de tiempos de interminables negociaciones entre agentes sociales cuya esterilidad a la hora de producir resultados ha sido el argumento más convincente para que Rajoy pusiera en marcha la reforma laboral. Los presupuestos no dan buenas noticias y además han perdido esa emoción de esperar a saber en cuantos cientos de millones de euros los nacionalistas cifraban su apoyo a las cuentas públicas para alardear después de su capacidad extractiva.
Con esta política, que en tantas ocasiones elevó el relato a la categoría de cuento chino, la crisis parecía hacerse más llevadera pero en realidad la agravó, al mismo tiempo que se extendía en la sociedad una imagen de los responsables públicos como una casta autorreferencial, opaca, de espaldas a los problemas e inquietudes cada vez más compartidos por los ciudadanos.
Los presupuestos rompen definitivamente una burbuja insostenible de gasto –ahí está la desviación del déficit– de ineficiencia institucional y de una relación mas que disfuncional, insana, entre el Estado y las comunidades autónomas. Sobre la base de ese compromiso de transparencia y del sentido común como categoría a la que Rajoy recurre como argumento de convicción, la acción del Gobierno no puede apartarse del alcance estratégico que debe tener un proceso reformista de esta profundidad, ni puede permitirse prescindir del dialogo con la sociedad en una tarea incansable de explicación de los esfuerzos necesarios pero también de los resultados posibles.
Pocas cosas pueden quedar fuera del alcance de una agenda de reformas como la que España precisa. Son las reformas las que dan sentido a los sacrificios que se reclaman y las que tienen que crear las condiciones para que los resultados a los que podemos aspirar sean duraderos. La recesión con todas sus múltiples caras, con su fuerza invasiva, ha dejado envejecidas y escleróticas muchas estructuras incapaces de mantener el paso a cambios que las desbordan.
En estas circunstancias habría que dedicar la mínima atención a la pequeña política de los que sólo saben jugar embarrando el terreno y ver en los aspavientos de algunos los efectos de ese síndrome de abstinencia, doloroso para ellos pero inevitable, que tendrán que pasar.
Javier Zarzalejos, EL CORREO, 6/4/12