ISABEL SAN SEBASTIÁN, ABC – 26/03/15
· Si quiere sobrevivir, Rivera ha de dotar de estructuras a Ciudadanos y convertirse en prescindible lo más rápidamente que pueda.
El peor enemigo de un político es la soberbia. Peor que la codicia, que la estulticia, incluso que el sectarismo, tan arraigado en el subconsciente colectivo de este pueblo y por ende en sus representantes, el enemigo peor es la soberbia, con la que los dioses ciegan a los mortales en el empeño de arrojarles al abismo.
La soberbia está en el origen de todos los grandes tropiezos sufridos por gobernantes que, de haber sido más humildes, habrían pasado a la Historia con sus nombres escritos en letras de oro. El exceso de confianza, la falta de espíritu crítico, esa obcecación tan española que lleva al equivocado a perseverar en el error a costa de arrastrar con él a muchos al fondo de un precipicio, explica la perdición de más de un hombre de Estado. Y de una mujer también. Sin ir más lejos, Rosa Díez.
Hace años que conozco a Rosa. Alguno menos de los que lleva ella en la vida pública, pero los suficientes para saber que su talón de Aquiles es un ego hipertrofiado difícilmente compatible con el trabajo en equipo. Un personalismo exacerbado, que le ha dado el empuje necesario para defender con firmeza sus principios en circunstancias tan duras como las vividas en el País Vasco y alumbrar después desde la nada un partido político de implantación nacional, pero a la vez le ha impedido asumir que su tiempo había pasado y era hora de ceder el testigo. Una equivocación de calado, que probablemente signifique la liquidación de UPyD además de poner un mal final a la carrera de su creadora. Tal vez sirva de lección a Albert Rivera.
Al igual que Ciudadanos, Unión Progreso y Democracia nació del desencanto de muchos con el PP y el PSOE, aparentemente incapaces de limpiar sus propias casas y hacer honor a sus promesas. Nació con vocación de situarse en el centro del escenario y convertirse en bisagra representativa de intereses nacionales, que no nacionalistas. O sea, intereses españoles. Aglutinó voto de la derecha y la izquierda. En especial voto urbano, informado, crítico, exigente. Voto liberal y libre, harto del voto del miedo tanto como del voto cautivo. Exactamente el mismo voto que en Andalucía ha ido a parar ahora a las listas de «naranjito» y que, según las encuestas, va a seguir respaldando esa opción en las Municipales y Autonómicas. Un voto que se le escapó a Díez en el mismo momento en que ella rechazó unir sus siglas a las del joven catalán, invocando unas presuntas diferencias ideológicas invisibles para los votantes. O sea, recurriendo a un burdo pretexto inverosímil destinado a justificar una negativa injustificable a compartir su preciado liderazgo. La maldita soberbia cegadora…
Rivera, por el contrario, ha recibido en las urnas el premio a esa iniciativa con la que pretendía agrupar a quienes creen que el bipartidismo no es la única fórmula susceptible de garantizar la suficiente estabilidad. Su ascenso ha sido más meteórico aún del que protagonizó la exsocialista bilbaína, lo que le obliga a redoblar la prudencia si quiere evitar una estrepitosa caída. De momento, Ciudadanos es una formación refugio, en cuyo seno se han cobijado más electores deseosos de mostrar su rechazo a otra fuerza que electores convencidos por su oferta programática. Para transmitir esa sensación de seguridad ha sido determinante la figura de un líder sensato, accesible, honrado, valiente y cargado de empatía, con quien resulta fácil identificarse. Si quiere sobrevivir, empero, ahora debe dotar de estructuras al partido y convertirse en prescindible lo más rápidamente que pueda.
ISABEL SAN SEBASTIÁN, ABC – 26/03/15