- Sánchez, Zapatero e Illa reunidos a la sombra de las palmeras en un palacete propiedad de un Estado que están desmontando, ¿qué puede salir mal?
Okupa el Gobierno. Pero no gobierna (dos años ya sin presupuestos). Más que un estadista es un comentarista de la actualidad y un turista VIP. Un supertertuliano con Falcon y escoltas, que para camuflar su inanidad organiza frenéticas giras de escaqueo por el extranjero con magros resultados. Pensándolo bien, la diferencia entre que esté en la Moncloa o solazándose en La Mareta estriba en que mientras se encuentre escondido en la piscina al menos no tenemos que aguantarlo.
Se está diciendo que aprovechará el veraneo para reunirse en la dacha de Lanzarote con Zapatero e Illa. Tiene sentido, pues, existe algo que los hermana: el plan para destruir el modelo de la Transición y aflojar los hilvanes de España a cambio de que el socialismo pueda seguir mandando un poquito más y a cualquier precio.
Sánchez es Zapatero con anabolizantes. Ha llevado a su extremo el plan que ideó el taimado contador de nubes. Consistía en reabrir las heridas de la Guerra Civil, convirtiendo la política en una pelea de hinchadas; aliarse con los separatistas antiespañoles para cercar a la derecha con un «cordón sanitario», que liquidase en la práctica la alternancia democrática; y lanzar un atosigante programa de ingeniería social para ahormar la mentalidad de los españoles a una especie de credo PSOE, eso que han dado en mal llamar «progresismo».
Zapatero no pudo completar su plan de lavado de cerebro porque lo atropelló un calambrazo económico imprevisto, que desalojó al PSOE del poder por un rato. Pero Mariano no se molestó en desmontar el esquema mental inculcado por el zapaterismo, ni su dominio cultural. ¿Resultado? Llegó Zapatero 2 (Sánchez) y ya sin careta alguna culminó la obra de destrucción del radical revanchista de la mirada glauca y la afable sonrisa. En cuanto a Illa, se encuentra en idéntica situación que Sánchez, pues debe su poltrona a los separatistas catalanes y es una suerte de embajador ante ellos.
Tras el escandaloso pucherazo de Maduro en las elecciones de julio del año pasado, Zapatero, cómplice de la narcodictadura, desapareció del mapa durante un mes y guardó un repulsivo silencio. Algunos pánfilos nos dijimos: la cantada que ha dado este pájaro en Venezuela es de tal calibre que no se atreverá a volver a impartir lecciones en la vida pública española jamás. Nos columpiábamos, por supuesto. El lobista de las dictaduras volvió con toda la jeta del mundo a los platós televisivos y a los mítines. Hoy es consejero áulico de Sánchez, negocia con Puchi y hasta se ha convertido en una especie de cheerleader del PSOE, que sale a pista para levantar la moral de la afición cada vez que las golfadas achuchan y cunde la depre.
¿De qué hablará este siniestro trío en La Mareta? Pues es evidente: de cómo engrasar de nuevo la coalición con los peores enemigos de España, que sostiene con respiración asistida a Pedro en la Moncloa y a Salvador en el palacio de la Plaza de San Jaime. ¿Y el precio? El de siempre: el que ellos digan.
Los jerarcas del PSOE suelen repetir con aire prepotente una cargante muletilla de Obama: «Nosotros estamos en el lado correcto de la historia». Pero cuando los historiadores españoles del futuro se ocupen de Sánchez, Zapatero e Illa me temo que los archivarán en la papelera de los grandes felones.