ABC 18/05/16
DAVID GISTAU
· Una partida de la CUP robó a sus sobrinillos y se los llevó, cabalgando, hacia Cataluña
SE me ha ocurrido proponer a alguna productora una adaptación a la España del siglo XXI de un clásico de John Ford. Nada menos que «Centauros del desierto», de la que ya hablamos aquí en defensa de John Wayne y que narra la obsesiva búsqueda emprendida por Ethan Edwards para rescatar a sus sobrinos, robados por una partida apache que masacró al resto de la familia. Insisto en que existe la novela de Alan Le May, que no se apiada al final del lector como sí lo hace la película del espectador.
En nuestra versión, Ethan debería interpretarlo un equivalente español de los caballeros sureños que volviera de ser derrotado en una batalla contra una hegemonía industrial. Un hincha del Atleti que hubiera perdido la final de Milán, por ejemplo. Regresaría a Madrid devastado, fatigado, hecho trizas, con las herrumbrosas lanzas y lleno de rencor hacia esa otra mitad norteña de su civilización que se extiende a partir de Cibeles. Al haber vendido su casa para pagarse el viaje y la entrada, tendría que alojarse en la de su hermano: un esforzado concejal del PP que ocupa una posición peligrosa, en un barrio obrero, colindante con los territorios de Podemos. La casa sería arrasada el 26 de junio. Él nada podría hacer por salvar a los suyos. Un vecino le diría que una partida de la CUP robó a sus sobrinillos y se los llevó, cabalgando, hacia Cataluña. La propia Anna Gabriel, con su inconfundible peinado de sioux de Famobil, los llevaría atados en su grupa. Ahí comenzaría la búsqueda. Árida. Cruel. Con terribles momentos de soledad buscando rastros en los Monegros. Nuestro Ethan sabe además que debe apresurarse para encontrar a los niños antes de que ellos olviden las enseñanzas marianistas y queden tan convertidos en cuperos que la reprogramación se vuelva imposible.
Habría que pensar algunas aventuras que el personaje pueda correr mientras se infiltra en asambleas e intercambia botellas de orujo, collares y tampones con cuperos dispersos que puedan darle informaciones sobre el paradero de la partida de Anna Gabriel. Al final, la encuentra. A la tribu le han aplicado el 155 y está confinada en una reserva. Esto hay que rodarlo bien, porque es un clímax: la entrevista entre el pepero y la cupera, ella cubierta con una manta llena de eslóganes militantes. Negocian algo, no sé si un referéndum de autodeterminación para las tribus catalanas, y la cosa sale más o menos bien. Pero el disgusto para nuestro Ethan es terrible: cuando lo llevan ante sus sobrinos, descubre que estos han sido convertidos. Lo insultan por españolista y por ser una fábrica de independentistas, reconocen una paternidad colectiva en todos los miembros de la tribu y, pese a su tierna edad, ya practican el poliamor y niegan el derecho a la propiedad privada y a la condición de individuo que trascienda la tribu. Asqueado, Ethan decide darlos de baja en el Atleti y quemar sus retratos de primera comunión. Definitivamente amargado, pide trabajo en la Gürtel como pagador puerta a puerta de coimas.