ALBERTO AYALA, EL CORREO – 23/07/14
· Pasar la página de ETA va a ser más costoso si la banda ignora sus propias promesas.
El hecho de que el nuevo Tribunal Constitucional esté formado por una mayoría de magistrados de tendencia conservadora invitaba a pensar que el recurso de Arnaldo Otegi contra la sentencia de seis años y medio de prisión que le impuso el Supremo por intentar reconstruir Batasuna a través de la plataforma Bateragune no tenía demasiadas posibilidades de prosperar, como sería deseable. Así se confirmó ayer. Un tribunal dividido dictaminó por siete votos a cinco que el exportavoz de la ilegalizada Batasuna tendrá que seguir en la cárcel, al menos hasta abril de 2016.
Parece fuera de toda discusión que la sentencia no responde a los deseos de una mayoría de ciudadanos vascos, que a buen seguro hubiera preferido un pronunciamiento en sentido contrario. Pero resulta igualmente cierto que la continuidad en prisión del antiguo mahaikide y de los otros tres compañeros de militancia condenados por el mismo caso y que suscribieron su texto de impugnación –Rafa Díaz Usabiaga presentó otro diferente, aunque lo lógico es que corra idéntica suerte– habrá encontrado comprensión, cuando no suscitado directamente el aplauso de gran parte de la sociedad española.
Han pasado ya 33 meses desde que ETA anunció su decisión de abandonar definitivamente las armas de forma unilateral e incondicionada. Se abría así la posibilidad de pasar esta dolorosa página de nuestra historia, que solo tiene un responsable y ninguna justificación en democracia: la propia banda terrorista.
Aun así, solo desde el desconocimiento podía pensarse en un proceso rápido y sin aristas. Los hechos están avalando la complejidad de poner el candado a la pesadilla.
ETA no renunció a matar porque se dio cuenta del carácter intrínsecamente perverso del terrorismo. Lo hizo derrotada por la democracia. Por el trabajo conjunto de las fuerzas de seguridad, los jueces, la política y la cooperación internacional. Además de empujada por una izquierda abertzale temerosa de que el final de la banda le dejara fuera del juego político durante años.
En este tiempo, ETA ha tenido la oportunidad de abjurar de su pasado, pedir perdón sincero por las atrocidades cometidas, entregar las armas (para lo que basta con comunicar unilateralmente la localización de los zulos) y convocar a los medios de comunicación para quitarse las capuchas y comunicar su disolución definitiva. Ni lo han hecho ni los herederos de la antigua Batasuna le han conminado de verdad a hacerlo.
Después de tanta fechoría, la memoria de las víctimas exige no olvidar y no permitir que se tergiverse la verdadera historia de lo ocurrido. Lejos de entenderlo, la izquierda abertzale insiste en tratar de reescribir los hechos y en mostrar su comprensión hacia la resistencia de la banda en desarmarse y terminar su historia sin contrapartidas, como se comprometió.
Si cualquier medida de gracia, cualquier gesto de distensión casi siempre conlleva dolor para las víctimas, todavía resulta menos comprensible, menos llevadero cuando no llega precedido de un arrepentimiento sincero. Cuando lo que se percibe es que se ha dado un paso por conveniencia pura y dura.
Lástima que quienes causaron tanto daño y ahora tienen en su mano favorecer un nuevo tiempo menos doloroso prefieran que los sinsabores se encadenen a sembrar para que la sociedad tenga argumentos para mostrarse generosa.
ALBERTO AYALA, EL CORREO – 23/07/14