Juan Carlos Girauta-El Debate
  • Algo sí me ha impresionado como nunca antes en la historia del latrocinio socialista, que empecé a conocer hace 42 años, en 1983, una cosa de contratas de Madrid, a la que pronto se unieron unos maletines con dinerín que llegaban cada mes de Italia y se le entregaban a Felipe González en mano

Las mordidas y chalaneos socialistas escandalizan, pero no simules estupefacciones ni grandes decepciones porque los del puño y la rosa hayan añadido una nueva remesa de chorizos de Cantimpalos a su descomunal colección. Lo raro sería que gobernaran sin pillar. Eso sí, algunos elementos son más llamativos de lo habitual, pero no te engañes: el PSOE corrompe. Sin forma reflexiva, pues lleva así un tiempo. Corrompido, digo. Ese partido ya no se puede corromper, como Mausolo ya no se puede morir ni Houdini escaparse más. Hay otra cosa segura: lo que siempre y en todo caso hará, pues está en su naturaleza, es corromper a los demás. Sin referirnos necesariamente a delitos. Fíjate la cara que se le ha puesto a Marlaska desde que está en el Gobierno. Cada año pesa cinco. Rima tú.

Un elemento novedoso, uno que alimenta y excita la imaginación de las gentes y amplía los recursos del columnista, es la decidida implicación de la familia del sátrapa. Así, tan a lo bestia. Las saunas también aportan, debiendo aparecer en los flashbacks cuando deseamos explicar un poquito el origen de todo. ¿De dónde saldrá tanto desparpajo, tan desnuda desvergüenza? Entonces se recrea el ambiente, teniendo ventaja el que conozca una sauna. Vete a saber si no encontraríamos ahí —explicando el silencio de algunos— el temor a que le contesten si se permite alguna chanza: «¡Tú bien que disfrutabas, pájaro!» En el inframundo no hay luz. Que no digo que sí, pero tú tampoco puedes asegurar que no. Las saunas son saunas, no locutorios.

Desde luego, a lo que más partido vamos a sacar es al Peugeot. La mayoría no lo ve aún porque en sus cabezas se confunde lo exiguo del espacio —el interior de un coche— con la limitación temática. Nada que ver. Como las películas que pasan en una barca o en un ascensor, las conversaciones dramatizadas del Peugeot son una mina. Yo mismo, en cuanto tenga un día libre escribo el libro: ‘Conversaciones del Peugeot’. No sé si irá en novela histórica, en literatura erótica, en true crime, en humor o en comedia costumbrista. Ya le pondrán la etiqueta. Es cuestión de imaginarte dentro del coche, como testigo inadvertido, sin ocupar espacio pero atento a todo, un poco como esos muñecos de un perrito que tiene juego en el cuello.

Una cosa confieso: algo sí me ha impresionado como nunca antes en la historia del latrocinio socialista, que empecé a conocer hace 42 años, en 1983, una cosa de contratas de Madrid, a la que pronto se unieron unos maletines con dinerín que llegaban cada mes de Italia y se le entregaban a Felipe González en mano. Diríase que estoy curado de espantos. Pues bien, existe una imagen de esta última rebatiña que me ha asustado de verdad, despertando un miedo antiguo, arquetípico, infantil: las dos rayas negras que llevaba en la cara el jefe de la banda para marcar pómulos. Más algo en los párpados superiores. Nosferatu, tío.