Luis Haranburu, EL CORREO, 26/8/12
La izquierda abertzale parasita ahora nuestra cocina para disfrazar su voluntad totalitaria
A hora va a resultar que Xabier Arzalluz tenía razón y lo que la izquierda abertzale desea de verdad es fundar una Euskadi independiente al modo de una Albania soberana donde las berzas constituyan el elemento culinario primordial. El líder jeltzale lo predijo en su día y la presentación de los futuros consejeros de Doña Laura Mintegui viene a darle la razón al proclamar la creación de una consejería de ‘Soberanía alimentaria’.
No se conoce el detalle del programa, pero podemos ya deducir que es de soberanía de lo que se trata. No importa tanto el contenido sino el continente. De lo que se trata es de hace primar la ideología sobre la realidad. Pero la realidad es resistente a las ensoñaciones y resulta que Euskadi es deficitaria en todos los alimentos que sus ciudadanos consumen, salvo en lo referente al vino. La soberanía alimentaria, por lo tanto, solo cabe concebirla hartos de vino y escasos de condumio. Veamos algunas cifras proporcionadas por el Departamento de Agricultura del Gobierno vasco, a fin de analizar la viabilidad de nuestra soberanía alimentaria. Según las estadísticas referidas al año 2011, los vascos tan solo somos autosuficientes en lo referente al vino. Carecemos de casi todo el resto. Consumimos 128 millones de kilos de carne y producimos 22. Consumimos 294 millones de kilos de leche y derivados lácteos y producimos 181. Consumimos 71 millones de kilos de patatas y producimos 40. Consumimos 154 millones de kilos de hortalizas frescas y producimos 2. Consumimos 28 millones de litros de vino y producimos 69.
No obstante gozamos de una ventaja, y es que consumimos menos alimentos que la media de las demás comunidades de España. Mientras aquí consumimos 627,6 kilos de alimentos por persona, en el conjunto del Estado la media está en 659,9, lo que supone el 5% menos. No está mal, si de lo que se trata es de comer menos y comer mejor. Seguramente la izquierda abertzale lo habrá tenido en cuenta al proponer el sistema del puerta a puerta, ya que nuestra basura es más liviana que la española, a tenor de lo que consumimos. Algo es algo.
Todo esto parece trivial, pero es lo que la izquierda abertzale ha escenificado. Lo trivial, a veces, sirve para ocultar lo fundamental. Ocurre muy frecuentemente en la política. Se trata de poner el acento sobre algo marginal, para ocultar lo que de verdad importa. La izquierda abertzale es una virtuosa del arte del ocultamiento y su destreza publicitaria es notable cuando de lo que se trata es de obviar lo fundamental. Y lo fundamental hoy, aquí, es el cínico silencio que pretende imponer sobre su ominoso pasado de violencia e imposición. Su propuesta de llamar ‘Libertades ciudadanas’ a la consejería de Interior sintetiza su capacidad para el sarcasmo y la impostura, pero es sin duda la creación de la consejería de ‘Soberanía alimentaria’ la que colma su virtuosismo.
El Slow Food, como movimiento reivindicativo de los usos culinarios autóctonos, me merece el mayor de los respetos, pero su instrumentalización por parte de la izquierda abertzale resulta todo menos inocente. Ya en el pasado la izquierda abertzale supo utilizar un cierto ecologismo para disfrazar su voluntad totalitaria y en la memoria de todos pervive lo ocurrido con ciertas infraestructuras que solo sirvieron de excusa para hacer valer imposición violenta. La autopista de Navarra o el TAV son dos botones de muestra de la utilización del ecologismo al servicio de la causa terrorista. La izquierda abertzale pretende ahora parasitar nuestra cocina.
Los tiempos han cambiado, o es al menos de lo que se trata persuadir a la ciudadanía, y por ello es oportuno hablar ahora de soberanía alimentaria, slow food, label vasco o euskal okela, lo mismo da. La izquierda abertzale no cree conveniente asustar al personal y hablar claramente de sus tradicionales reinvindicaciones territoriales o políticas y ha optado por la trivialidad sin por ello renunciar al sello del soberanismo. En serio o en broma, sin embargo, la soberanía alimentaria resume mejor que nada la filosofía política del abertzalismo radical. La justa fama alcanzada por la culinaria vasca es el resultado de un largo proceso histórico que se inicia en el segundo tercio del siglo XIX en los fogones de la Casa Amparo de Bilbao y de la Sociedad la Bilbaína y que tendrá justa continuación en La Nicolasa de San Sebastián. Aquella cocina que se nutrió fundamentalmente de materias primas foráneas, sentó las bases del ‘mix’ culinario que acabaría siendo la esplendida realidad que hoy constituye la cocina de los Arzac, Arbelaitz, Subijana o Berasategui. El logro mayor de la cocina vasca reside sin duda en su capacidad de mestizaje y fusión. Una cocina pobre en sus condimentos y escasa en sus materias primas ha sabido maridar lo autóctono con lo foráneo. Lo modesto con lo sublime. La cocina vasca, es en definitiva, una cocina abierta e inteligente que ha sabido aunar lo propio con lo ajeno. Es sin duda el paradigma más opuesto a cuanto representa la ideología política del abertzalismo.
Es posiblemente el bacalao al pil-pil lo mejor representa la esencia de la cocina vasca. Los vascos tenemos mar, pero no tenemos bacalao. El bacalao reside en mares más fríos que el nuestro y ha sido una tarea laboriosa de siglos el traerlo a la mesa de los vascos. El aceite, asimismo, es un néctar raro y escaso en nuestra tierra. Solo en una parte de Navarra se cultiva el olivo y sus lindes coinciden curiosamente con el territorio navarro donde el euskara se dejó de hablar hace mucho. Pues bien, los vascos hemos acertado a unir el bacalao reseco con la untuosidad del aceite para lograr esa maravilla culinaria consistente en el bacalao al pil-pil, que es la mejor metáfora de Euskadi. No siendo vascos ni el aceite de oliva ni el bacalao, los vascos hemos sabido crear un plato genial que es la antisoberanía alimentaria.
Luis Haranburu, EL CORREO, 26/8/12