PEDRO GARCÍA CUARTANGO-ABC

  • La única forma de combatir la corrupción es acabar con los mecanismos clientelares que la fomentan y reforzar los controles

Sánchez ha vivido su semana ‘horribilis’ con la derrota de Galicia y el estallido del caso de Koldo García. Hemos escuchado estos días solemnes declaraciones contra la corrupción de la plana mayor socialista. Todos han coincidido en la obviedad de subrayar que el comportamiento de este asesor de Ábalos fue intolerable. Es la rutina habitual de cualquier partido cuando suceden estas cosas.

Esas condenas son puramente retóricas y carecen de significado. Afirmar que la corrupción es inmoral es una banalidad sin consecuencia alguna. Lo que sería más convincente es la exigencia de dimisión a Ábalos por algo que se llama ‘responsabilidad in vigilando’. Un cargo político es responsable no sólo de lo que hace sino también de la conducta de sus subordinados.

Otro hábito generalizado es que, cuando estalla un escándalo como éste, se recurre al consabido argumento de que también el adversario político ha incurrido en prácticas similares. Y tú más. Sánchez citó al hermano de Díaz Ayuso, fingiendo ignorar que la Justicia le exoneró de responsabilidad penal. Ello sólo revela una mezcla de cinismo e impotencia intelectual. Para ser justos, es necesario recordar que el PP utilizó todo tipo de excusas para eludir las implicaciones de Gürtel.

El PSOE no tiene ninguna autoridad moral para escandalizarse de la corrupción de Koldo García porque este perfecto arribista medró en el seno de una cultura en la que el amiguismo y la fidelidad son los criterios para ascender en el partido. En lugar de llevarse las manos a la cabeza, Sánchez podría poner fin a las puertas giratorias, al nombramiento de fieles en la Administración y el sector público, a la patrimonialización de las instituciones y a usar el Estado como una finca personal. El presidente ha incumplido todas sus promesas en materia de regeneración.

La política en España está corrompida por liderazgos como el de Sánchez, que no sólo anteponen su ambición de poder a los principios, sino que también aprovechan el control de la maquinaria gubernamental para favorecer a amigos y aliados o, peor todavía, para comprar apoyos. A ello se suma la permanente negativa a asumir responsabilidades políticas con todo tipo de pretextos. Se ha dicho, con razón, que en este país no dimite nadie. Se va del cargo cuando las circunstancias hacen imposible su continuidad.

Todos los lamentos y apelaciones a los valores socialistas que hemos escuchado son pura cháchara. La única forma de combatir la corrupción es acabar con los mecanismos clientelares que la fomentan, reforzar los controles y modificar los mecanismos de selección de los cuadros. Pero Sánchez no ha hecho nada de esto, ignorando sus compromisos en la moción de censura contra Rajoy. La solución es muy sencilla, pero falta voluntad para aplicarla.