La nación goza de buena salud, pero el acuerdo firmado en el mes de agosto con la finalidad de evitar la contestación y el rechazo de los socialistas del resto de España y, en general, de la sociedad española entre ERC y el partido de Illa, hace al Estado español ineficiente, ineficaz e incapaz de cumplir con sus atribuciones más características. El Estado español ya no será el Estado Autonómico de la Constitución del 78, será una especie de Estado confederal, que no se basa en la voluntad afirmativa de las partes sino un Estado débil a la espera de la fractura definitiva. No es el acuerdo sobre principios sino el acuerdo de que unos aceptan que Illa sea presidente de la Generalitat y la resignación de los otros, a la espera de que rompan lo que queda cuando tengan fuerza suficiente.
El acuerdo es un camino claro y sin trampas de mutación salvaje del Estado que renuncia a sus atribuciones más características a la espera del momento adecuado para los independentistas. Todo ello sin consultar a la ciudadanía española, tratada como menor de edad y a la que le impiden protagonizar su futuro, apropiado por un clan político decidido a todo con tal de seguir en el Gobierno.
Los progresistas de Sánchez e Illa son paradójicos. Son tan progresistas que nos devuelven al siglo XVII, anterior a la nación configurada por la historia, la razón y la Ilustración. De esa cesión vergonzosa se derivará un régimen insostenible en el que se perpetuará la España menesterosa y pobre. Da igual que este año ofrezcan mejor financiación. A corto plazo, Extremadura, las dos Castillas, Asturias, Galicia, Andalucía y todas las comunidades necesitadas de apoyo y solidaridad verán reducido su margen de gestión. Ese acuerdo les obliga a seguir siendo pobres, justamente en contra de lo que luchó una izquierda muy distinta, a la que sobrevive otra cobijada en siglas honorables y centenarias.
«Se han confirmado tres realidades que algunos venimos anunciando hace tiempo».
Algunos dicen que esos acuerdos no saldrán adelante. Pero en todo caso se han confirmado tres realidades que algunos venimos anunciando hace tiempo. El denominado PSC es en realidad el coche escoba de los nacionalistas. Es el encargado de hacernos tragar la píldora de le desigualdad y el discurso identitario. Es el inevitable poli bueno encargado de hacer realidad lo que desea la parte nacionalista. Y si algunos piensan que la financiación es la mejor demostración del nacionalismo vergonzante del partido de Illa es que no ha reparado en la política lingüística. Efectivamente diseñan en el acuerdo una política lingüística sectaria, totalitaria, que ahoga el derecho de los catalanes a hablar en español, ni siquiera podríamos decir que es un remedo dulce de la política franquista en contra del catalán, porque muestra el rostro de la intolerancia y el sectarismo en toda su crudeza.
Cualquiera que lea el acuerdo, salga adelante o no, verá que el partido de Illa (que me cuesta calificarle de socialista) acepta y comulga con todo el lenguaje, el discurso y los principios nacionalistas.
Hemos constatado que Sánchez es capaz de todo y quien es capaz de todo es capaz de lo peor. Por esta nueva confirmación nos debemos preparar para la desarticulación, en ocasiones zafia, de los engranajes del Estado de derecho español.
La conclusión es evidente. No se trata exclusivamente de salvar al PSOE, hoy por hoy, irreconocible. Se trata de defender la España constitucional y el Estado Autonómico. No estamos solo ante una pequeña batalla por el futuro del Partido Socialista. La gravedad de lo que está sucediendo nos impone la necesidad de encontrar espacios comunes, acuerdos y colaboración entre la sociedad civil, las instituciones independientes y los partidos constitucionales, moderados, que rechazan las expresiones políticas iliberales, sean de izquierdas o de derechas. Ni nuestros muertos ni nuestra historia pueden ser una mordaza que nos impida defender lo que en el pasado ellos defendieron: una España vertebrada con igualdad de oportunidades para todos los ciudadanos hayan nacido donde hayan nacido, sean quienes sean sus padres. Ni los apellidos, ni la identidad ni la lengua y menos el lugar pueden ser el origen de desigualdades.