Agustín Valladolid-Vozpópuli
- Una clase política mediocre no puede aceptar la convivencia pacífica con una prensa libre, de ahí la permanente obsesión por someterla
Hace mucho tiempo que perdí la cuenta de las veces en las que una viñeta de Andrés Rábago, El Roto, ha radiografiado, mejor que cualquier editorial, una de nuestras múltiples miserias. La del pasado martes en El País -un tipo que habla por el móvil y dice: “Estamos cayendo en las encuestas, convoca un ruido de prensa”-, describe con la habitual crudeza que caracteriza a su autor la perversa realidad de una clase política que percibe a los medios como correa de transmisión de sus exclusivos intereses, y a un gremio, el periodístico, crecientemente dispuesto a ejercer el papel de recadero del poder.
Recuerdo al Felipe González de las mayorías absolutas entrevistado en directo por seis periodistas de distintos medios de comunicación. Y cómo olvidar aquel interrogatorio que Iñaki Gabilondo, en enero de 1995, le hizo al expresidente en la televisión pública, 38 preguntas en media hora escasa de programa, y que arrancó así: “Me va usted a permitir que le pregunte directamente: ¿organizó usted los GAL?”. Incluso José María Aznar tuvo que enfrentarse en más de una ocasión a entrevistas, digamos, poco amigables. Hoy apenas quedan trazas de aquellas saludables prácticas. Hoy, casi todo es teatro; y propaganda.
Más de dos años después seguimos sin Consejo, se ha menospreciado a los expertos, y se ha jugado de forma ruin con las legítimas aspiraciones de los candidatos
Ruedas de prensa trucadas, entrevistas denegadas salvo que seas un medio “amigo”, profesionales apartados por opinar con libertad, televisiones que aceptan el plato de lentejas, pan para hoy y hambre para mañana, usos cuasi mafiosos para destruir reputaciones, manipulación e intoxicación sistemática a través de las redes sociales… Y si cabe aún peor: en los medios públicos se desplaza de los puestos de mando a los profesionales en favor de los comisarios políticos y se les da voz a sujetos manejables, obedientes, sin suficiente formación en materia política o económica para que actúen como meros transmisores de las instrucciones de “arriba”; los activistas invaden las tertulias. El modelo TV3 en fase de expansión.
Especialmente grave es lo que ocurre en la Corporación de Radio Televisión Española. Se convoca concurso público para la elección del Consejo de Administración. Se prometen pluralidad y transparencia. Se elige un comité de expertos, compuesto por profesionales de solvencia contrastada, que hace su trabajo y selecciona un puñado de candidatos de cualificación dispar pero que cumplen las mínimas condiciones exigibles. Más de dos años después seguimos sin Consejo, se ha menospreciado a los expertos, quienes, sin recibir nada a cambio y sin apenas apoyos institucionales, cumplieron dignamente con su tarea; y se ha jugado de forma ruin con las legítimas aspiraciones de unos candidatos a los que, como poco, debiéramos agradecer su compromiso con una televisión pública en franco declive (el 9,2% de audiencia en septiembre, la más baja en ese mes de la historia).
Mercadotecnia versus pluralidad
¿Qué pasa con RTVE? Nada que no hayamos visto en el pasado, pero corregido y aumentado. La mercadotecnia propagandística no casa bien con la pluralidad informativa. Por eso no hay prisa. Se dijo que la elección de Rosa María Mateo era temporal; hasta que culminara el concurso público en marcha. Un timo, confirmado poco después con nombramientos decididos en el edificio principal del complejo de La Moncloa. Mucho más rápido y seguro que dejar tal menester en las manos de un Consejo de Administración plural. Rosa María solo era un parapeto; un ilusionismo. No debiera consentir por más tiempo la utilización torticera de su persona.
El control de las televisiones públicas y la creciente debilidad de los grupos periodísticos privados dibujan un panorama tan atractivo para el poder como preocupante para el derecho a la información. Los partidos políticos nunca han creído demasiado en la libertad de prensa. Cuando están en la oposición, se les llena la boca con vehementes exclamaciones en su defensa, pero una vez ocupado el gobierno conspiran a diario para cercenarla. No se confundan: esta no es una batalla que concierne en exclusiva a los periodistas; es de toda la sociedad. Tan importante para la salud democrática es garantizar la independencia de la Justicia como preservar hasta donde se pueda la autonomía de los medios de comunicación. Empezando por la de los medios públicos.
Se dijo que la elección de Rosa María Mateo era temporal, pero Rosa María solo era un parapeto; un ilusionismo. No debiera consentir por más tiempo la utilización torticera de su persona
¿Problemas? Varios. El primero, que una clase política mediocre no puede aceptar la convivencia pacífica con una prensa libre, de ahí la permanente obsesión por someterla. Segundo: cuando la prensa, por problemas financieros o de otro tipo, acepta mirar para otro lado y asumir como información la propaganda en lugar de mantener el pulso y promover un cambio de calidad en la política, quien acaba cayendo en la mediocridad es la propia prensa. Tercero: los profesionales también somos culpables desde el momento en que aceptamos que los activistas utilicen impunemente el disfraz de periodistas y asumimos que por razones de supervivencia a veces pueda pesar más la defensa de la trinchera que la verdad.
Ha dejado esto escrito Elisa de la Nuez: “Sencillamente padecemos un problema de incompetencia generalizada al que han contribuido los medios de comunicación amplificando la política más basura, alimentando el debate del regate corto y privándonos de un análisis más profundo de la realidad”. Así es. Y el resultado es la caída en picado de la credibilidad de los medios y el derrumbe de la conciencia social acerca de la importancia que para la democracia tiene la libertad de prensa. Culpa de los políticos, sí, pero también de nosotros, que seguimos sin estar a la altura de lo que exigen las circunstancias.